Uno de los fenómenos de más interés en
el mundo occidental ha sido la antropofagia, el consumo de carne humana, conocido
en América como canibalismo. Aunque no ha estado presente en Europa, se puede
decir que la imagen de estas prácticas estuvo confeccionada desde este
continente, que lo mostró siempre como el equivalente a barbarie, incivilización
e inferioridad humana
Codex
Magliabechiano (s.XVI). Se compone de 96 páginas y
muestra dioses, costumbres,
ritos y creencias cosmogonícas aztecas
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Las
primeras noticias sobre antropofagia vendrían de la mano de Cristóbal Colón,
que registra el término de “caniba” o “canima” de boca de uno de sus
informantes. El término caníbal era una categoría dentro de la lengua arawak
para clasificar a sus enemigos, los caníbales, a los que mostraban tener un
gran miedo. Más tarde el término se retomó para crear un estereotipo de los
indios del Nuevo Mundo. Ya existían
leyendas clásicas, de gigantes de un solo ojo y hombres con cabeza de perro y
eran parte de elementos de la mitología griega y egipcia que estaban muy presentes
en la visión europea del mundo en la época.
Difusión
Dado
que la mayoría de la gente no sabía leer ni escribir, los indígenas del Nuevo
Mundo obtuvieron su difusión como caníbales en toda Europa gracias a xilografías divulgadas por imprentas
alemanas. Estas imágenes de antropofagia proporcionaban información, que fue
usada como propaganda de la monarquía católica. En 1506 se publica una cedula,
el decreto oficial que permitía hacer cautivos
y vender como esclavos a los indios
que practicaran la antropofagia. Se abre la puerta a la esclavitud y
comercialización de personas partiendo de estas prácticas.
Algunas crónicas
La
visión de la antropofagia en Europa era simplista y puesta al servicio de unos
intereses claros. Ahondando en el fenómeno, se podría comenzar a explicar desde
otros ojos que no fueran los europeos.
Existieron
multitud de crónicas que describieron el fenómeno. Bernal del Castillo en
Méjico, señala como se realizaba la antropofagia entre los aztecas, llegando a la conclusión de que el sacrificio humano y la
ingesta del cuerpo era una actividad relacionada con el infierno. Entendió que no eran los aztecas los que se alimentaban,
sino sus deidades. Francisco López
de Gómara, al describir la práctica (“desollamiento
de hombres”), llega a conclusiones similares. Había también
particularidades sobre las partes que no comían los aztecas: corazón y piel. El
primero era una ofrenda para el dios
Huizilopochtli, y el segundo se utilizaba como disfraz para la danza ritual.
Fray
Bernardino de Sahagún, en su Historia
general de las cosas de la Nueva España (1580), describe con precisión las
relaciones de parentesco que se
creaban a partir de la antropofagia, llegando a la conclusión de que entre los
aztecas esta práctica no era una actividad individual sino pública, donde el cuerpo desollado creaba o reafirmaba las relaciones dentro del grupo doméstico. Al
mismo tiempo se trataba de un actividad restrictiva,
ya que el dueño del cautivo no comía carne del sacrificado, puesto que a través
de éste él se definía así mismo; el “otro”.
En
Provincia de Guatemala y Castilla de Oro, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés
también documenta prácticas antropófagas. En su Historia general y natural de las Indias, define a los mayas como “comedores de carne humana, beban con la cabeza de los hombres o
calaveras; y que los dientes, con los cabellos que los matan, traen por
collares”. Oviedo observa que la antropofagia no sólo era una fiesta para alimentar a los dioses,
sino también para reconocer socialmente el lazo
conyugal públicamente. En sus descripciones se entiende que la antropofagia
está asociada al matrimonio.
En
Perú se tiene un ejemplo significativo de la práctica de obtener cautivos con el objetivo de vender esclavos.
Gómez Suáres de Figueroa señala que era común entre los incas vender esclavos, sin respetar sexo ni edad. Y no sólo comían
carne de los que capturaban, (exocanibalismo:
canibalismo fuera del grupo social), sino de los suyos propios cuando
morían(endocanibalismo: dentro del
mismo grupo social). Según los antropólogos, éste último es un sistema de comunicación donde se
transmiten los valores y la fertilidad procreadora de una
generación a otra. Los grupos humanos que están vinculados entre sí, comparten
sustancias con los antepasados comunes, puesto que a través del cuerpo humano
se reciclan y se regeneran en fuerza
social.
Otra
crónica la ofreció Fray Pedro de Simón. Señala como los indios pijaos recogían a sus muertos en
batallas y eran devorados durante su funeral. Si los pijaos obtenían el triunfo
en la batalla, la victoria se celebraba con un gran festín donde la comida principal eran los caudillos secuestrados.
Un último
caso a mencionar aconteció en Brasil. Hans Staden participó en varias ceremonias
relacionadas con la ingesta de carne humana. En su obra describe el endocanibalismo y exocanibalismo, así como las relaciones
que se desprenden de los mismos. Staden señala como los tupinambás trataban como huéspedes a sus prisioneros, incluso
ofreciéndoles mujeres. Si estas resultaban embarazadas, los hijos eran educados
según los valores del grupo. Llegado el día, éstos eran sacrificados y
devorados como cualquier otro cautivo. Existían diferencias de género en este aspecto, ya que si eran mujeres
las capturadas, éstas no tenían derecho a un marido.
Matrimonio, dioses,
fuerza social, valores o fertilidad han
sido algunos de los aspectos en los que creían
algunas tribus para ingerir carne humana.Considerando espacios, grupos y
tiempos concretos, 400 o 500 años atrás, la antropofagia tendría cierto sentido.Las
crónicas nos han mostrado que es un fenómeno amplio y no se podría definir como “simples
devoradores de carne humana”. Como en otros objetos de estudio de la
antropología, y sin entrar en lo que es deseable o ético,lo que exponían estas
crónicas era una realidad cultural,
que, como otras muchas, se entiende mejor si consideramos varios puntos de
vista.
Autor|
Antonio Pérez Arroyo
Vía| Dialnet.
Historia 2.0: Conocimiento Histórico en Clave Digital, ISSN-e 2027-9035, Nº. 9,
2015, págs. 15-30.
Imagen|
Historia
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