Eichmann,
«un fracasado ante sus iguales sociales, ante su familia y ante sí mismo», fue
un hombre aburrido que nunca leyó más de dos libros
En 1934, Eichmann ingresó en la SD, dirigida por Reinhardt Heydrich, sin saber muy bien dónde andaba |
A pesar de que durante
toda su vida culpó a la economía familiar de su imposibilidad de concluir el
bachillerato superior —cosa que no era cierta—, la verdad es que Adolf Eichmann
fue el único de cinco hermanos que no solo no
consiguió hacerse con el título mencionado, sino que tampoco logró obtener
el de mecánico. Trabajó de peón con su padre en la empresa minera familiar, por
trabajar y por no poder iniciar estudios universitarios. De allí, por
clemencias del progenitor, pasó a vendedor para
Oberösterreichischen Elektrobau Company, y, por último, entró enchufado
en la Vacuum Oil Company, pero el trabajo «dejó de gustarme, perdí el interés
en concertar ventas, en visitar a los clientes».
Cuando el asunto del
que se hablaba era importante, Eichmann no era capaz de articular una frase que
no estuviese ya hecha. Si se daba el caso de que sabía juntar palabras de forma
coherente, es decir, si la inspiración legaba al alemán un slogan que hinchaba
su ego, Eichmann lo repetía hasta la saciedad en todos los ámbitos posibles.
Arendt asegura que «no era posible
establecer comunicación con él».
Tampoco sentía pasión
por la lectura, y por eso su padre jamás consiguió que usase la biblioteca
familiar. De hecho, en su vida consiguió
leer un par de libros, estando la certeza de la lectura de uno de ellos
pendiendo de un hilo. El primero, Judenstaat,
de Herlz; el segundo, History of Zionism,
de Adolf Böhm. Pero no pareció aprovechar bien esa exigua lectura, ya que,
durante el tiempo que duró el juicio de Jerusalén, Eichmann no paró de
confundir el contenido de ambas obras. El teniente coronel no tenía buena
memoria.
Me aburro
Eichmann adquirió el
nacionalsocialismo como quien ve llover. En el momento de ingresar en las filas
de las SS en 1932, ni siquiera había ojeado su programa, y mucho menos había leído el Mein
Kampf, la declaración de
intenciones por excelencia de Adolf Hitler. Eichmann se apuntó a las SS
respondiendo a una pregunta que en su día le planteó Kaltenbrunner: «¿Por qué
no?».
Hannah Arendt, filósofa
con mayúsculas, fue la mujer que relató por escrito el juzgamiento de Eichmann.
Ella escribe en su libro que el teniente coronel era «un fracasado ante sus iguales sociales, ante su familia y ante sí
mismo», y que, posiblemente, hubiese sido formar parte de ese cambio de aires
que llevaba la historia de los años 30 del siglo pasado, lo que hubiese
reportado a Eichmann la posibilidad de «comenzar desde la nada».
A pesar de haber enviado a la muerte a millones de personas,
incluso sin estar convencido de que esa era la mejor solución —prefería la
deportación o la creación de una colonia en Madagascar, o en la polaca Nisko,
donde reubicar a todos los judíos europeos—, Eichmann nunca llegó a más de Obersturmbannführer de las SS, es decir,
a más que a teniente coronel. Por eso lo más importante para él era superar ese
existir de fracasos al precio que fuese y donde fuese, aunque conllevase
hacerlo sin plena convicción de nada de lo que hacía.
Entonces probó por
probar con el adiestramiento militar: «Pensé que no era mala idea... ¿Por qué
no convertirme en militar?», como aseguró en Jerusalén el 11 de abril de 1961.
En Lechfeld y Dachau pasó 14 meses sin pena ni gloria, aburrido de la monotonía de su trabajo. De hecho solo destacó en el
«brillante comportamiento en la instrucción de castigo», algo que le valió su
ascenso a cabo.
En 1934, Eichmann
ingresó en la SD, dirigida por Reinhardt Heydrich, sin saber muy bien donde andaba. El alemán admitió en el Juicio de
Jerusalén que «confundí el Servicio de Seguridad del Reichsführer SS con el
Servicio de Seguridad del Reich», algo no descabellado para Arendt por cuanto
las SS, según la escritora, fueron fundadas en su comienzo para dar protección
a las altas personalidades del partido nazi. Sea como fuere, el trabajo de
Eichmann en la SD también «le aburría extraordinariamente, por lo que sintió un
gran alivio cuando, tras cuatro o cinco meses de francmasonería, le destinaron
al departamento de nueva creación dedicado a los judíos».
Esa idea para mí
Y se dedicaba a
atribuirse ideas como propias aunque hubiesen salido de otra cabeza. Ese fue el
caso del exitoso plan que llevó a cabo en Viena como director del Centro de
Emigración de Judíos Austríacos. Allí consiguió
expulsar al 60 por ciento de la población judía, esto es, unas 150.000
personas. La idea no fue suya, sino de Heydrich, tal y como expuso en una
conferencia con Göring las primeras horas de la Kristallnacht. Hannah Arendt la etiqueta como «simple e ingeniosa».
En palabras del propio Heydrich, el éxito del que se apropió Eichmann se
resumía como sigue: «A través de la comunidad judía hemos extraído cierta
cantidad de dinero de los judíos ricos que querían emigrar. Pagando una
cantidad y una suma adicional en moneda extranjera, los judíos tenían la posibilidad
de irse. El problema no era lograr que se fueran los judíos ricos, sino
librarse de la chusma judía».
También fue una idea
prestada de Heydrich la construcción del gueto de Theresienstadt —del que
Eichmann alardeaba de la misma forma que lo hacía al asegurar que había
eliminado a «cinco millones de enemigos del Reich»—, y del Ministerio de
Relaciones Exteriores alemán la de crear una colonia en Madagascar donde enviar a todos los judíos.
Bibliografía
Arendt, Hannah. Eichmann en Jerusalén, Estados Unidos,
Lumen, 1963
Autora| Virginia
Mota San Máximo
Vía| Ver bibliografía
Imagen| The American Interest
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