En la Santa Sede se decreta la
creación de la figura del Promotor Fidei, conocido popularmente como ‘advocatus
diaboli’, para buscar exhaustivamente cualquier dato que pudiera echar por
tierra la canonización de los santos
Imagen de Sixto V |
Durante
el primer milenio de la Iglesia Católica,
el culto a los santos era local y dependía de la aprobación del obispo a la
cabeza de la diócesis en que se encuadrara la región de la que era oriundo el
santo. Sin embargo, algunos de ellos -como Agustín de Hipona o Isidoro de
Sevilla- traspasaron con creces las fronteras locales, siendo venerados por
toda la comunidad cristiana.
Al
calor del culto cada vez más extendido de algunos santos, durante el final de
la era Carolingia los papas comenzaron a
inmiscuirse en las canonizaciones, revisando las decisiones de los obispos llegando,
incluso, a desacreditar la canonización de aquellos santos que el papa
consideraba que habían sido nombrados sin un proceso claro. Así, el papa Alejandro
III en 1170 promulga una bula por la que deja en manos de la Santa Sede el
proceso de canonización, fruto del intento de la Iglesia de centralizar a toda
la cristiandad bajo unos mismos códigos y procesos legales. Mediante una
formalización del proceso de canonización se trataba de alejar a éste de los
sentimientos populares para ligarlo a un proceso oficial que respaldara un
culto con mayor credibilidad e integridad. La canonización de Santo Domingo
-creador de la orden de los dominicos-, por el papa Gregorio IX en 1234, ya
sigue un proceso en el que los testigos son interrogados y las pruebas son
analizadas y catalogadas, con todos los testimonios anotados.
Aunque
en esta canonización de Santo Domingo
no existe todavía la figura del Promotor Fidei, sí encontramos algunos testigos
a los que se les preguntó si tenían constancia de algún pecado mortal que
pudiera haber cometido el santo o si en algún momento se había desviado de la
regla. De este espíritu de persecución de faltas que no se conformaba con la
simple afirmación de la virtud de los candidatos a ser canonizados nace en el
período del nacimiento de la Reforma, tras las críticas de Erasmo y Lutero a la
veracidad de las historias de los santos y su difícil constatación, la figura
del Promotor Fidei, llamado comúnmente Advocatusdiaboli, en el año 1587 bajo el
papado de Sixto V.
El Promotor Fidei era el encargado de
someter a escrutinio la vida completa del santo en busca de alguna falta que
anulara el proceso y cualquier testimonio o documento que no fuera revisado y
aprobado por él no tenía validez alguna. La investigación llegaba a ser tan
escrupulosa que incluso el hecho de que un santo hubiera realizado muchos
escritos se ponía en tela de juicio por si constituía un pecado de vanidad que
invalidara su candidatura a la canonización.
Teniendo
en cuenta que la fe cristiana pide creer sin ver, encerraba cierta paradoja que
desde la misma Santa Sede se impusiera un cargo dedicado a tratar de sabotear
por todos los medios las canonizaciones propuestas, por lo que dicho puesto se
apostilló bajo el nombre de “abogado del
diablo”. Sin embargo, la figura del Promotor Fidei trataba de constatar que
los santos eran realmente merecedores de dicho título y que la veneración fuera
justificada para salvaguardar tanto la fe cristiana como la integridad de la
Iglesia y su mensaje.
Autora| Maya Jiménez Vado
Imagen| Sixto
V
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