El
personaje que tratamos comienza a destacar en una de esas sociedades secretas como
maestro alquimista y comienza a escribir de forma anónima tras el pseudónimo de
Fulcanelli
Quimeras de la catedral de Notre Dame, en París |
“El principal secreto
de la Gran Obra es la capacidad de matar al vivo Ego y devolver a la vida al
muerto Ser”, Fulcanelli.
La
vida y la obra de Fulcanelli son dignas de ser analizada por Iker Jiménez en el
programa “Cuarto Milenio”. La historia de este oscuro personaje se desarrolla en la Francia de los
años veinte y treinta del siglo pasado, es decir, en la época de los llamados
“años locos”. El final de la Primera Guerra Mundial trae a Europa importantes cambios
ideológicos, políticos, económicos y sociales. Las costumbres de la población se
liberalizan con variaciones importantes como el acceso de la mujer al mundo
laboral. Se nota profundos cambios políticos y económicos traídos por la
influencia de la Revolución Rusa y por los efectos de la crisis económica que
lleva al crack del 29. Se vive, además, el nacimiento de importantes movimientos
ideológicos que, definitivamente, terminan chocando y explosionando en el mayor
conflicto bélico de la historia de la humanidad.
En este ambiente tan propicio
para la euforia y la despreocupación, con la guerra ya finalizada, en el que se
pretende espantar a los fantasmas del caos de la contienda, surge multitud de grupúsculos
esotéricos compuesto, en muchos casos, por charlatanes que elaboran
disparatadas conjeturas para explicar la existencia del hombre en el cosmos. El personaje que tratamos comienza a
destacar en una de esas sociedades secretas como maestro alquimista y comienza
a escribir de forma anónima tras el pseudónimo de Fulcanelli. Pero ¿cuál es
su verdadera identidad?
La pregunta no tiene
fácil respuesta porque la identidad del maestro es todavía algo nebulosa. En aquellos
entonces, por lo que se sabe, sólo el
joven bohemio Eugène Canseliet y el maduro pintor Jean-Julien Champagne hacen
de portavoces de las enseñanzas del maestro. Nadie más conoce a Fulcanelli.
El alquimista vive totalmente apartado de la sociedad parisina y usa a estos
dos personajes como sus únicos contactos con el mundo exterior. La incógnita de
su misteriosa figura, como se puede intuir, comienza a dar lugar a las más
diversas elucubraciones sobre su verdadera identidad e, incluso, sobre el
germen de los conocimientos que revela en sus obras.
Algunos
autores como Paul Le
Cour, Robert Amadou o Jean-Paul Dumont piensan
que Fulcanelli es el propio Eugène Canseliet ya que, como vemos, es uno de
los elegidos para su círculo cerrado y mantiene contacto con él desde 1916. De
hecho, Jean-Paul Dumont, un célebre especialista en mitología griega, mantiene
que a Canseliet le autoriza el mismo maestro a revelar su identidad como creador
de las obras publicadas bajo el pseudónimo de Fulcanelli. Otros autores, sin embargo, ven
al enigmático maestro alquimista en la figura de de Jean-Julien Champagne,
el pintor que ilustra sus obras. Los menos creen que pudo ser una invención de Joseph-Henri
Rosny, que no es más que el pseudónimo que emplean dos hermanos escritores de
cuentos y novelas de la época.
Canseliet y Champagne
describen a Fulcanelli como un hombre de mediana edad, culto y refinado.
Socialmente lo colocan en la aristocracia francesa y revelan que posee una gran
fortuna. Sus conocimientos y
experiencias, según estos dos personajes, llevan al misterioso maestro a las puertas de la gran meta alquímica,
es decir, a la piedra filosofal y al elixir de la eterna juventud. Como se
pude observar, el retrato que pintan no ayuda mucho a disipar las dudas sobre
la identidad de Fulcanelli.
Sea quien fuere, el
tenebroso alquimista sorprende al mundo con
la publicación de su primera obra El
misterio de las catedrales. En 1926, el maestro cruza el límite del
esoterismo entregando la obra original a sus dos discípulos. Canseliet le escribe un prólogo y Champagne
le incluye treinta y seis ilustraciones. El resultado fue magnífico, ya que
salió a la calle un libro cuidadosamente editado, con una primera tirada de trescientos
ejemplares y con una dedicatoria a la misteriosa sociedad de los “Hermanos de
Heliópolis”. La obra, obviando a los círculos de aficionados a las ciencias
ocultas, no pasa inadvertida por el público general de la época.
El mismo autor desconocido,
unos años más tarde de la aparición de El
misterio de las catedrales, en el año 1931, vuelve a sorprender al público con un nuevo e inquietante libro
titulado Las moradas filosofales, una
secuela del anterior.
En sus obras Fulcanelli
sostiene que tanto las catedrales
góticas como los grandes castillos medievales se han planteado y construido
siguiendo un orden secreto instituido por los grandes maestros alquimistas del
medievo. Tal es el caso, por ejemplo, de las catedrales de Notre Dame de París
o de Chartres. Todos los diseños constructivos están previamente proyectados.
Se tiene en cuenta la organización del plano, la configuración de los volúmenes,
la distribución de los espacios e, incluso, la elección de los materiales. Se
pone de manifiesto que el autor fundamenta sus dos obras en un gran
conocimiento de la historia del arte y, con un gran rigorismo formal en sus exposiciones,
defiende la hipótesis de que los
monumentales templos cristianos contienen símbolos propios de un código
alquímico secreto que sólo puede ser descifrado por iniciados en la materia.
Los dos contundentes libros,
en conclusión, llegan a superar pronto el
ámbito de lo esotérico y llaman la atención de eruditos, científicos, artistas
y personas libres de prejuicios, que lo tienen muy en cuenta.
Autor| José Antonio Cabezas Vigara
Imagen| Misterios
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