En
el cielo del país se vislumbraron algunos aviones de la RAF. Los ojos de los
hombres buscaban sin éxito entre las nubes las bombas de la guerra. En su
lugar, algo desconocido
Bombardeo de Rotterdam, 1940 |
1941, Holanda. Las tropas alemanas del nacionalsocialismo habían
invadido el país y se aplicaban las normas generales de dominio militar, es
decir, «con humanidad
y democracia nunca han sido liberados los pueblos».
Los fusilamientos, además de esparcir el terror por la tierra holandesa,
sembraban la desesperación en las mentes de sus habitantes que no encontraban
otra salida a su liberación que el fin del Tercer Reich. En 1941, esa
posibilidad no parecía cercana, entre otras cosas porque las dos potencias más
poderosas del mundo permanecían dormidas
al abrigo de la guerra: Rusia, de la mano de Hitler —al menos de cara a la
galería—, y Estados Unidos sin querer saber nada del asunto.
En Holanda, los judíos holandeses comenzaban a ser perseguidos sanguinariamente y todo aquel que anduviese por la
calle era obligado a identificarse con una tarjeta en la que apareciesen sus
datos personales.
Las protestas sociales en Amsterdam, por ejemplo, y sobre todo del
sector estudiantil, se extendieron por la ciudad, ocasionándose en una de ellas
la muerte de un soldado alemán. Fue entonces cuando el ejército nazi decidió amurallar el barrio judío con una
alambrada. El resultado fue una huelga sin precedentes que se inició el 25 de
febrero para levantarse contra el trato vejatorio por parte de los invasores.
Pero de nada sirvieron las peticiones sociales: el judío holandés parecía
muerto.
«Mantengan
alta la moral»
Así las cosas, y con Gran Bretaña también herida de nacionalsocialismo, Holanda
entraba en un bucle de desesperación particular.
Hasta que a principios de marzo de 1941, en el cielo del país se
vislumbraron algunos aviones de la RAF. Los ojos de los hombres buscaban sin
éxito entre las nubes las bombas de la guerra. En su lugar, algo desconocido.
Cuando la carga llegó a tierra, los holandeses vieron inquietos que los
británicos estaban bombardeando el país con pequeñas bolsas de té. En total
unas 4.000 toneladas de infusión repartidas en sobres de 50 gramos cada uno,
que llevaban impresos mensajes de esperanza y de fuerza para que los holandeses
no flaquearan frente al terror nazi: «Mantengan alta la moral. Holanda volverá a levantarse».
Este acto altruista por parte de otro país compañero, insufló en la
psicología del holandés de a pie la esperanza de la salvación, que se basó, en
muchos casos, en el deseo de volver a disfrutar de una taza de té al calor de la paz.
Autora| Virginia
Mota San Máximo
Imagen| Sobre
Holanda
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