Aprendiz
y luego colaboradora de su cuñado Jean Honore de Fragonard, supo hacerse un
lugar propio en el mundo de la pintura a pesar de ser mujer
‘Los primeros pasos’, de Marguerite Gérard |
Este viernes, 25 de noviembre, fue el día
contra la violencia machista. Una encuesta, a nivel europeo, llevaba a la
conclusión de que uno de cada tres hombres considera lícito, hoy en día, forzar
a una mujer a tener relaciones sexuales si ésta ha bebido alcohol, lleva ropa
sexy o ha invitado al hombre a su casa.
Creo que la educación es la única cura para este tipo de pensamiento.
Repasando el libro Ellas
Mismas, donde la autora Ángeles
Caso hace un repaso de la vida de 70 mujeres que se dedicaron a la pintura,
caigo en la página dedicada a la pintora Marguerite
Gérard (Grasse-Provenza, 1761- París, 1837).
Hija de un fabricante de perfumes de
Grasse, Marguerite perdió a su madre a la edad de 14 años. Se trasladó entonces
a vivir en París, con su hermana mayor Marie Anne y su cuñado, el pintor rococó, Jean-Honoré Fragonard, cuyo estilo se
caracterizaba por la exuberancia y el hedonismo.
Se convirtió en la aprendiz de su cuñado, que le enseñó a
dibujar, pintar y hacer grabados y pronto en su ayudante ya que Fragonard
trabajaba la manera antigua, elaborando solo la parte principal de sus
obras y los retoques finales, dejando el resto en manos de sus ayudantes,
debido a la gran cantidad de encargos que
tenía.
La clientela de Fragonard era de la clase aristocrática a la que le
gustaban las grandes escenas.
Marguerite
comenzó a trabajar por su cuenta a partir de 1780 y, poco a poco, fue
conectando con el gusto de la nueva
clase burguesa que surgió tras la Revolución Francesa, pasando a utilizar
un estilo más íntimo y cercano, con
escenas familiares y de dimensiones más pequeñas. Los ambientes exteriores, dan
paso a los internos con escenas donde aparecen a menudo niños y pequeños animales, especialmente a gatos. Las escenas
interiores dan sensación de seguridad y recogimiento.
Marguerite continuó exponiendo sus obras en los salones hasta
1821, cuando decidió retirarse cansada de las críticas que le reprochaban
que su estilo era siempre repetitivo.
Marguerite Gérard no se casó nunca y ganó suficiente dinero
para vivir holgadamente de su trabajo. Un ejemplo de mujer independiente de
hace ya dos siglos.
Autor| Ana Rebón
Fernández
Vía| Ana Rebón
Fernández
Imagen| Wikipedia
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