Los kukukuku son un pueblo de Papúa-Nueva Guinea que restauraba incansablemente los restos embalsamados de sus antepasados para que se
conservaran como el primer día de su muerte
En antrophistoria
nos hemos hecho eco de muchos rituales
funerarios muy particulares y curiosos, incluso algunos escandalosos para
nuestra mentalidad occidental. Pero nos ha llamado mucho la atención el ritual que practicaban los kukukuku,
un primitivo pueblo de Papúa-Nueva Guinea, desde tiempos inmemoriales. Se trata,
grosso modo, del embalsamamiento de los
cadáveres y la posterior restauración incansable de los mismos. Parece como
si quisieran que los restos de sus antepasados lucieran siempre como el primer
día de su muerte.
Los kukukuku,
también conocidos como los angu, aparte de esta costumbre funeraria, son pequeño
pueblo que cuentan con una serie de costumbres
muy particulares. Por ejemplo, sus adolescentes y sus jóvenes acostumbran a
ingerir semen para adquirir una mayor fortaleza y virilidad. Nunca se besan y el
contacto físico en público está prohibido.
Por otro
lado, la violencia forma parte de su día
a día, ya que no dudan en recurrir a ella organizando continuos ataques por
sorpresa contra los pueblos vecinos. Del mismo modo, también son agresivos
entre ellos mismos, tanto que un individuo puede llegar a matar de un mazazo a otro
por negarle el saludo. ¡Y con esto no os queremos dar ideas!
Convivencia de los vivos y los muertos entre los kukukuku |
La aldea Koke, ubicada en la provincia de
Morobe, es el hogar de estos adoradores de los muertos. Está situada a unos
1500 metros de altitud y fue descubierta por la antropóloga británica Beatrice
Blackwood, que debió sorprenderse mucho al ver a tanto muerto y tan bien
conservados.
Hay que
tener en cuenta que algunas de las momias más longevas de la tribu son ya centenarias y se conservan estupendamente.
Los continuos cuidados que reciben, por parte de los kukukuku, no son en vano.
Pero, ¿cómo conseguían conservar las momias
intactas durante tanto tiempo? Por lo que sabemos, untaban con resina los
restos de la piel que quedaba en los huesos, atenuando así la actividad bacteriana
y, además, eliminando el mal olor que provocaba la descomposición. Igualmente, también
usaban una savia llamada kaumaka,
que aplicaban sobre el cuerpo embalsamado para eliminar las grietas,
aplicándola con tizones al rojo vivo para que se fundiera a modo de pegamento.
El arte de la conservación de los kukukuku
pasó de generación en generación gracias a la cultura oral. Los ancianos impartían
unas clases magistrales a los más jóvenes usando un cerdo para los ensayos. Mataban
al animal, y lo secaban y ahumaban hasta que perdía todo el agua y la grasa.
Cuando, a la hora de la verdad, se aplicaba esta técnica a un cadáver humano, el proceso del ahumado podía durar hasta 2
ó 3 meses, dependiendo del volumen corporal del fallecido.
Momias de los kukukuku semisentadas en la galería |
Lo cierto es
que nos han llegado muchos detalles de este proceso secreto gracias a un misionero protestante, llamado Walter
Eidam, que en el año 1950 convivió con esta tribu. Se convirtió en el
primer blanco que tuvo acceso a este conocimiento ancestral.
Las momias, de
forma esplendorosa, todavía hoy, se
exhiben en una especie de galería, en la que permanecen en la posición de semisentadas
gracias a la sujeción que les proporciona unos palos de madera que las sujetan.
A este tétrico lugar es adonde se dirigían los indígenas de la aldea Koke cuando
necesitaban el consejo y la protección
de sus antepasados. Es como si sintiesen que las momias formaran una suerte
de comité de sabios reunidos para cuidar de la vida de la comunidad.
A pesar de
todo, hace ya unos 25 años que el Gobierno
de Papúa prohibió estas prácticas de momificación, por razones higiénicas,
y los kukukuku han tenido que adaptarse a la nueva situación realizando rituales
funerarios más comunes.
Autor| José Antonio Cabezas Vigara
Vía| Xataka Ciencia
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Imágenes| Xataka Ciencia, nlonews
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