Fue el Día de la Raza del 36 cuando Unamuno
enervó al franquismo de Salamanca con su «¡Venceréis, pero no convenceréis!»
Unamuno fue encerrado en su casa hasta que murió el 31 de diciembre |
Aunque no fue él su inventor original, Alfonso XIII sí se encargó de
unir los términos 12 de octubre y raza. Ocurrió en 1918. Entonces los
periódicos y las revistas latinas se golpeaban el pecho para defender con el
término el orgullo de «un pueblo que se puso en marcha hacia occidente, a
través del océano», como se lee, por ejemplo, en Caras y Caretas.
Nada de segundas acepciones o, por lo menos, eso se pretendía. Este
nacionalismo de puertas para adentro encontró en el Día de la Raza su propio endiosamiento al pretender, solamente, pregonar con él «las
excelencias de todos los pueblos que en largos siglos de lucha forjaron en las
orillas del Mediterráneo y de los mares de ese gran mar la civilización más
firme y fértil».
Y se
lió la marimorena
Unos de estos días de la raza, el de 1936, estaba Miguel de Unamuno en
el paraninfo de la Universidad de Salamanca, como rector que por entonces era
de aquella. Allí estaba también lo más granado de la sociedad española en amor
y compañía escuchando orar a diferentes conferenciantes que tenían un discurso
común, y que no era otro que el de perorar contra la anti España que los terribles rojos pretendían instaurar
con su republicanismo.
En un momento del jolgorio le tocó el turno a Unamuno. No estaba de
acuerdo, el hombre no quería defender lo que en su opinión era indefendible,
así que con la experiencia y la seguridad que da la edad, criticó la ilegitimidad del levantamiento del bando nacional contra
la entonces República de España. Y se lió la marimorena.
«¡Venceréis,
pero no convenceréis!»
Los presentes no daban crédito, entre otras cosas, porque no querían el comunista
ni de lejos. Entre ellos, el vivaracho y vocinglero Millán Astray, fundador de
la Legión Española y amigo inseparable de Francisco Franco. El militar
terminaba de chillar «¡Viva la muerte y abajo la inteligencia!».
Allí no había ni uno que pudiese disimular su indignación. Mientras el
paraninfo de la Universidad de Salamanca se ponía al rojo vivo, Unamuno, que
seguía a lo suyo, pronunció una de las mayores declaraciones de intenciones que
nadie se atrevió a hacer durante los años del franquismo. El escritor dijo: «¡Venceréis, pero no convenceréis! Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no
convenceréis porque convencer significa persuadir».
Claro, teniendo en cuenta la escena y la situación de
la España del 36, aquello no podía caer en saco roto. Unamuno, que contaba
entonces con 72 años, fue invitado a agarrarse del brazo de Carmen Polo, la
esposa de Franco, y dejar tranquila la Universidad. De allí, a su casa, donde permaneció encerrado hasta el 31 de
diciembre de ese mismo año, que fue el día en el que la muerte le vino a
visitar, ya sin ser si quiera rector de su querida Universidad de Salamanca,
por decisión de su no tan querido Caudillo.
Autora| Virginia Mota San Máximo
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