En torno a 200.000 mujeres
violadas por hasta 30 hombres al día estuvieron cautivas en los campos de
esclavitud sexuales de Japón
El primer requisito para ser mujer de consuelo era estar soltera |
De 11 años para arriba, todas las mujeres
de consuelo fueron esclavas arrebatadas de sus hogares para satisfacer las necesidades sexuales del ejército
japonés durante la II Guerra Mundial. Las voluntarias que pusieron en marcha el
primer burdel en 1932 no eran suficientes: las pretensiones niponas imperiales
se extendían y, con ellas, su ejército.
Entonces el Emperador consideró que los anuncios que se exhibían en los
periódicos japoneses para captar carne
de burdel suponían una mancha en la honorabilidad de Japón, y por eso
ordenó que los intermediarios buscaran en los países vecinos, Corea y China
sobre todo, adolescentes que engordaran a la fuerza sus campos de explotación
sexual.
Las estaciones de consuelo, como se
denominaban estos campos de esclavitud sexual, tenían la finalidad de evitar
conflictos con los países ocupados por Japón durante la II Guerra Mundial.
Conflictos que vendrían motivados por las supuestas violaciones que sus
militares podrían cometer contra las mujeres de aquellos países. Pero las
violaciones existieron de igual modo.
También se argumentó que los prostíbulos tenían la
finalidad de amansar el pronto revolucionario de los soldados, de calmar los
desórdenes disciplinarios de los militares contra sus propias autoridades y de
evitar las enfermedades venéreas. Pero en torno a 2.000 soldados japoneses
murieron debido a infecciones sexuales.
Hasta 30 hombres al día
El primer requisito para ser mujer
de consuelo era estar soltera; lo de joven se daba por supuesto. Así es que
para salvaguardar la integridad y el honor, muchas orientales comenzaron a contraer matrimonio con quien fuese.
Todas, excepto las niñas, que no contaban con la edad legal que se exigía para
pasar por el altar. A estas las escondían para que no fuesen raptadas por el
ejército japonés.
Las jugun
ianfu, adolescentes y niñas de
consuelo, eran llevadas a Japón desde los países ocupados. A las extranjeras se
les rebautizaba con nombres locales antes de ser encerradas en cubículos
cochambrosos que contaban con poco más que una cama ratonada donde debían
cumplir las órdenes sexuales de hasta 30
hombres al día, y a la noche. Todo en primera línea de fuego.
El tiempo de consuelo para los soldados nipones estaba entre tres y 30 minutos. Hasta las
habitaciones de guerra se acercaban con una autorización que había sido
previamente firmada por algún oficial, y en la que aparecía el nombre su unidad,
bajo sello, junto al tiempo que se le había concedido para satisfacer sus
necesidades sexuales, porque las de la mujer de poco importaban.
Cada siete días revisaban la salud de estas chicas, y
cada quincena les inyectaban el 606, el dioxidiamidoarsenobenzol que se utiliza
en la actualidad para tratar las infecciones de sífilis, y que por entonces se
usaba para provocar el aborto. Con
tanto maltrato a la Naturaleza, las mujeres que fueron de confort no pudieron
ser madres cuando alcanzaron su libertad, la física, porque la mental nunca la
consiguieron.
Hoy, las que aún viven,
descansan en 'La Casa Compartida'
Ninguna de las que fueran mujeres de consuelo se atrevió
a contar al mundo qué había ocurrido durante los años en los que habían
permanecido desaparecidas. En 1991, una de ellas, Hak-Soon Kim, destapó el horror. Tras ella, otras
más.
Aunque el gobierno japonés se lavase las manos
argumentando que las estaciones de
consuelo nada tenían que ver con el ámbito militar, la Historia demostró
que no era cierto. Entonces llegaron la
capitulación y los remordimientos. Si bien la esfera pública nipona siguió
obviando el asunto —a pesar de las presiones por parte de la Comisión sobre los
Derechos Humanos de las Naciones Unidas—, algunos de sus ministros se
ofrecieron a resarcir el dolor de las mujeres
de confort con un puñado de dólares. Ellas no lo aceptaron.
Hoy, las que aún siguen vivas pasan sus días trabajando
los campos de Nanumui Jib, La Casa
Compartida, una residencia levantada por la caridad en Kyonggi, Corea del Sur.
Un hogar para algunas de ellas.
Son pocas las que han visto cómo Japón se encontraba
con Corea del Sur en 2014 para reconocer públicamente la deshonra de sus
antepasados. Lo aceptan, sí, pero no se conforman: «Lloré tantas veces que
hacia el final de la guerra no me quedaba ningún diente. Camino a duras penas.
Me siento tan sola... No quiero vivir.
Mi vida ha estado llena de lágrimas y pesar. Ya es hora de sentir un poco de
alivio», dijo la ex mujer de consuelo,
Soon-Ae, clamando la muerte en 2001.
Autora| Virginia Mota
San Máximo
Imagen| Wikimedia
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