Schliemann, siguiendo las descripciones
topográficas de la Ilíada de Homero,
identificó la colina de Hissarlik, en Anatolia, como el lugar de la mítica
Troya
Entrando superficialmente en la vida de Heinrich Schliemann (1822 – 1890),
uno pronto se da cuenta de que se trata de uno de esos hombres de grandes y variadas dotes naturales que la historia nos
da con cuentagotas.
El pequeño Schliemann nació en un pueblo del norte de Alemania llamado Neu
Buckow. En su niñez, su vida no debió
ser fácil, ya que su madre murió cuando él contaba con tan solo nueve años
y su padre, un Pastor luterano, fue despedido de la iglesia debido a un caso de
malversación de fondos.
A pesar de las piedras del camino, Schliemann pudo formarse en el Instituto,
durante un corto período de tiempo, donde tuvo su primer contacto con la
Historia. Además, su progenitor le
transmitió su pasión por Homero, y sus grandes obras la Ilíada y la Odisea, y le regaló un ejemplar de la obra de Ludwig Jerrer, la Historia del Mundo Ilustrada.
Unos años después, en su juventud, al no poder continuar sus estudios, se inscribe
en un programa de aprendizaje comercial y empieza a trabajar, como asistente,
en unos almacenes con tan solo 14 años de edad. Poco después, quizás con la idea de hacer las Américas, deja su
trabajo y se embarca en un mercante. Sin embargo, el barco encalla en las
costas de los Países Bajos y Schliemann acaba realizando varios trabajos diferentes
en Ámsterdam para sobrevivir.
En 1844, de vuelta a Alemania, lo contratan en una empresa de importaciones y exportaciones, “B.H. Schroeder & Co”,
que lo traslada como agente comercial a San Petersburgo dos años más tarde. Una
vez allí, aprendió ruso y griego en pocas semanas, gracias a su extraordinaria facilidad para aprender
idiomas y a un método de aprendizaje que él concibió para su uso personal.
Su técnica, muy semejante a los sistemas más recientes de enseñanza, le
facilitó el dominio de hasta una docena de idiomas que, como suele ocurrir, le
abrieron las puertas del éxito.
Su insaciable sed de superación le
llevó a los Estados Unidos, donde un hermano suyo se había enriquecido durante
la fiebre del oro Californiano. En la capital de ese mismo Estado, en Sacramento,
Schliemann fundó en 1851 un banco con el que se dedicó a la compra-venta de oro.
Se hizo, así, con una pequeña fortuna,
pero finalmente tuvo que salir de los Estados Unidos debido a una acusación de
fraude.
De vuelta al viejo continente, fue a vivir a Rusia donde, con 30 años de
edad, se casó con Ekaterina Lyschin,
la sobrina de uno de sus socios más pudientes, con la que tuvo tres hijos.
Allí, los siguientes diez años los dedicó a aumentar sus riquezas proveyendo de plomo y sulfuro al gobierno ruso,
que necesitaba estos materiales con urgencia para la fabricación de munición para
la Guerra de Crimea.
Todo hacía presagiar que, como hombre rico y con familia, Schliemann se
dedicaría en los años venideros a disfrutar de la vida, sin más. Pero no fue
así. Su espíritu aventurero le llevó a embarcarse en la búsqueda del emplazamiento de la mítica Troya, uno de sus grandes
sueños.
El primer paso que dio fue el de trasladarse a la capital de Francia, donde
estuvo un mes estudiando en la Sorbona.
Ante la negativa de Ekaterina de seguirle hasta París, se divorció de ella, con
lo que, según sus propias palabras, se sintió “liberado” para llevar a cabo su
sueño arqueológico. Posteriormente se
fue a Turquía, donde supuestamente yacía Troya.
En Turquía, a través de un anuncio en el periódico, Schliemann contactó con Sophia Engastromenos, una
joven griega 30 años menor que él, pero buena conocedora de la Historia de
Grecia y de la obra de Homero. Unidos en matrimonio en octubre de 1869, la
pareja fijó su residencia en Turquía, cerca de una colina llamada Hissalrik.
¿Por qué allí?
No fue casualidad la elección de ese lugar. A diferencia de otros
investigadores de su tiempo, Schliemann había depositado siempre una plena confianza en la precisión de los
poemas de Homero y, por consejo también del experto inglés Frank Calvert,
siguió las descripciones topográficas de la Ilíada
hasta identificar la colina de Hissarlik,
en el noroeste de la Península de Anatolia, con el lugar donde estaba ubicada
Troya.
En 1871, inició los trabajos de
excavación en esa posición empleando un método arqueológico que hoy podría
calificarse como más que dudoso, por su brusquedad, pero era un modus operandi habitual en la época. Utilizó,
según algunos testimonios, dinamita y
maquinaria relativamente pesada para llevar lo antes posible a las capas
inferiores, que donde él pensaba que reposaba Troya.
La sorpresa fue que, el 31 de mayo de 1873, a una profundidad de unos 8,5
metros, Schliemann encontró un conjunto de piezas de oro y de otros metales
preciosos que él identificó con el
Tesoro de Príamo. En la actualidad, a este hallazgo se le conoce científicamente
como el Tesoro A, ya que Schliemann lo atribuyó
al rey Príamo de Troya más por su entusiasmo por Homero que por otra cosa.
Pronto llegó a oídos del gobierno
turco la noticia del gran hallazgo y quiso obtener su parte del botín, pero
no consiguió nada porque el alemán había sacado el tesoro del país.
Sin embargo, la fe ciega de Schliemann en las fuentes literarias de la
antigüedad, además de permitirle encontrar el supuesto sitio de Troya, estuvo
justificada en más de una ocasión. Un tiempo después de este gran hallazgo
arqueológico, Schliemann descubrió en la
ciudadela prehelénica de Micenas un grupo de tumbas reales y una gran
cantidad de objetos funerarios de oro y una peculiar máscara que él mismo atribuyó
a Agamenón, el líder de la
expedición griega contra Troya, y su hermano Menelao.
Quedó claro que Schliemann, con los conocimientos y los medios de su
tiempo, era un gran investigador. Sin embargo, también es cierto que se equivocó en muchas ocasiones por su
entusiasmo casi idolátrico hacia Homero. De hecho, hoy sabemos que tanto el denominado
Tesoro de Príamo como la máscara de Agamenón son más antiguos de lo que
Schliemann creyó.
Para concluir, a pesar de que sus métodos de excavación anticientíficos
habrían escandalizado a los arqueólogos actuales, sus descubrimientos fueron de primera importancia y magnitud para
la historia de la arqueología. No cabe duda de que los trabajos de Schliemann
cumplieron con un cometido fundamental, el de reavivar los estudios de la antigua Grecia y, en cierta medida, impulsar
el surgimiento de la arqueología moderna.
Autor| José Antonio Cabezas Vigara
Vía|
CERAM,
C.W.: El mundo de la arqueología. Destino,
Barcelona, 1982
CERAM,
C.W.: Dioses, tumbas y sabios.
Destino, Barcelona, 2003
Imagen|
Wikipedia
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