‘Chachapoya’ significa algo similar a la “gente de las nubes”, por la zona húmeda y nublosa en la que vivieron
En el área que actualmente ocupa el departamento de Amazonas de Perú, en una zona totalmente boscosa, se desarrolló la cultura de los chachapoyas. Se trata de un pueblo preincaico que existió entre los años 700 y 1470, aunque sus raíces históricas se hunden más profundas en el tiempo. Así lo demuestran los testimonios de arte rupestre de las paredes rocosas de cuevas de la provincia de Utcubamba. Como ocurrió en casi todas las Indias, sucumbieron con la llegada de los españoles que diezmaron su población con las enfermedades desconocidas que traían del viejo continente, hasta hacerlos casi desaparecer.
Aunque la palabra que los defines pueda sonarnos algo grotesca, etimológicamente “chachapoya” significa algo similar a la “gente de las nubes”, por la zona húmeda y nublosa en la que vivieron. También recibieron otros apelativos como los sachapcollas o collas silvícolas.
Habitaron las tierras del margen derecho del río Marañón, al sureste de los bracamoros, aunque su centro neurálgico giraba en torno al valle del río de Utcubamba, topónimo que se traduce como el “territorio de los agujeros o cuevas”. Posiblemente se extendieron por el sur hasta el río Abiseo, afluente del Huallaga, donde se levanta la ciudadela de Gran Pajatén.
Los textos que nos ha legado el Inca Garcilaso de la Vega indican que el territorio de los Chachapoyas, teniendo en cuenta que una legua equivale a unos cinco kilómetros, era tan extenso que le “pudiéramos llamar reino porque tiene más de cincuenta leguas de largo por veinte de ancho, sin lo que entra hasta Muyupampan que son treinta leguas de largo”.
El territorio que ocuparon, efectivamente, se extendía de norte a sur por casi 400 kilómetros desde el río Marañón, en la zona de Bagua, hasta la cuenca del río Abiseo, donde se halla la ciudadela de Gran Pajatén, y hasta el río Chontayacu más al sur aún. Por tanto, habitaron toda el área septentrional del actual departamento de Amazonas, ciertas zonas del noroeste de San Martín y algunas partes del extremo oriental de La Libertad.
La cultura Chachapoyas, como tal, posiblemente tuvo sus orígenes a comienzos del siglo VIII y floreció a partir del XI. Se tiene constancia de que en 1470 perdieron su independencia política, al caer en manos de los incas, y de que posteriormente se comenzaron a difuminar con la llegada de los españoles al Perú.
Por tanto, los chachapoyas fueron conquistados por los incas, en la época en la que Tupac Inca Yupanqui gobernaba el imperio, y luego por los españoles. El cronista Cieza de León, natural de Llerena (Badajoz), los describió físicamente indicando que “son los más blancos y agraciados de todos cuantos yo he visto en las Indias que he andado, y sus mujeres fueron tan hermosas que por serlo, y por su gentileza muchas de ellas merecieron ser de los incas y ser llevadas a los templos del sol”. Además “andan vestidas ellas y sus maridos con ropas de lana y por las cabezas solían ponerse llautos, que son señal que traen para ser conocidas en todas partes”.
Según algunas estimaciones, su población pudo rondar los 400 mil habitantes, aunque con la llegada de los españoles se redujo a unos 20 ó 30 mil, principalmente por el contagio de las nuevas enfermedades que traían los conquistadores. Posteriormente se fueron diluyendo en el tiempo hasta perder su rastro.
Los yacimientos arqueológicos más representativos que nos han llegado, fundamentalmente, son unas grandes aglomeraciones de edificios circulares construidos en piedra situados en la provincia de Chachapoyas. Destacan los de Olan, en el distrito de Marical Castilla; La Congona, en el de Leimebamba; y Purunllacta, en el de Cheto en el Monte Peruvia.
Por otro lado, en la provincia de Luya, destaca la fortaleza de Kuélap que se encuentra en distrito de El Tingo en el departamento de Amazonas. Esta monumental construcción se emplaza en la cima de una montaña, a unos 3000 metros sobre el nivel del mar, sobre una plataforma de potentes muros levantados con piedras uniformes y careadas. Según parece, la mayor parte de los 400 recintos que se emplazan sobre la enorme plataforma pudieron ser depósitos de alimentos. Es más, para autores como Kauffman Doig, es posible que Kuélap fuera un importante centro administrativo agrario, donde también se pudieron realizar ciertos rituales propiciatorios para la fertilidad.
Y, por último, en el actual departamento de San Martín sobresale la ciudadela de Gran Pajatén. Está compuesta por unas 26 estructuras circulares de piedra, numerosas terrazas y escaleras. Sus edificios principales están decorados con mosaicos de pizarra que muestran aves y motivos geométricos humanos.
Sin embargo, no sólo tenemos constancia de los yacimientos en los que desarrollaron su vida los chachapoyas, sino también de los que les sirvieron como lugar de descanso eterno. Principalmente, conocemos dos formas funerarias diferentes: los sarcófagos y los mausoleos. Los sarcófagos son sepulcros unipersonales que reproducen el contorno humano. Destacan los que se encuentran en el departamento de San Martín. Asimismo, los mausoleos son monumentos funerarios como los que se encuentran en La Petaca, en el distrito de Leimebamba.
Ambas formas funerarias se caracterizaban por emplazarse en cavernas naturales o excavadas en laderas verticales inaccesibles. Destacan los sarcófagos de Carajía, los mausoleos de Revash, la Laguna de los Cóndores, Los Pinchudos, los mausoleos de Tingobamba o los de Ochin.
Cabe subrayar que los chachapoyas eran buenos artesanos. Se han encontrado muestras de que eran grandes tejedores, como los restos de la orilla derecha del río Pisuncho, los de Carajía o los de la Laguna de las Momias, entre otros lugares. Además hay evidencias de que decoraban los mates con figuras pirograbadas, esculpían la piedra, tallaban la madera y realizaban pinturas murales excepcionales, como las de San Antonio en la provincia de Luya.
Por último, indicar que la cerámica de los chachapoyas era algo tosca, tanto en su manufactura como en su decoración, que se limita a motivos acordonados o “achurados”. Aparecen otros tipos de cerámica por sus territorios, como una negra bien alisada de la alfarería chimú u otras procedentes de zonas como Cajamarca, que pudieron ser fruto de posibles intercambios comerciales.
Autor| José Antonio Cabezas Vigara
Imagen| La Mula
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