200 hombres del campo de prisioneros de
Stalag Luft III serpentearon un túnel que casi les llevaría a tocar con los
dedos la libertad
La gran evasión del campo de prisioneros
nazi Stalag Luft III, en las inmediaciones de la ciudad polaca de Zagan, fue
también la Gran Evasión de Steve
McQueen. Aunque con la misma trama, la diferencia entre ambas huidas es
abismal, sobre todo teniendo en cuenta que la segunda fue una versión
cinematográfica de la fuga más vibrante
que se produjo durante la II Guerra Mundial, y que dejó a Adolf Hitler con las
vergüenzas al aire.
En marzo de 1944, el día 25 para mayor exactitud, viernes
de luna nueva, alrededor de 200 prisioneros de Stalag Luft III decidían poner
pies en polvorosa para dar con la libertad de una vez por todas. No era la
primera vez que ocurría: los presos de estos campos intentaban una y otra vez,
y por todos los medios, dejar atrás las púas y las corrientes de los alambres
que los mantenían en cautiverio. Como ejemplo citaremos el caso de tres, Eric
Williams, Oliver Philpot y Michael Codner, que huyeron de Stalag Luft III
utilizando con disimulo un potro de
gimnasia.
A estas alturas, en muchas cabezas se personará el
famélico preso de Auschwitz, rayado
de andrajos, moribundo y con la fuerza justa para seguir queriendo tener
fuerza. Pero en Stalag Luft III, los presos no eran los típicos presos. Todos, oficiales
o suboficiales de aviación que, en su libertad, habían conducido las alas de
algún país aliado; todos, custodiados por camaradas de la Luftwaffe. Es decir,
por allí no había ni rastro de las SS o de la Gestapo. Esto viene a significar
que ese preso de Auschwitz, en Stalag Luft III estaba mejor alimentado y
recibía un trato más indulgente por aquello del gremio.
En Stalag Luft III se excavaron tres túneles burlando la vigilancia nazi |
La Gran Evasión no fue tan grande
Fue precisamente el exceso de calorías lo que provocó
que en el campo de Zagan se intensificaran las medidas antifuga hasta alcanzar cotas agobiantes. Pero como la cabra
siempre tira al monte, en 1943, algunos reos, con el británico Roger Bushell a
la cabeza, se habían afanado en excavar
tres túneles burlando la vigilancia del campo. O casi, porque de los tres,
el primero, Tom, ideado como corredor
escenario principal de la huída, fue descubierto por los nazis a los 5 meses
del inicio de su construcción. Para que el plan no se fuese al garete, los
futuros fugados decidieron centrarse en Harry,
el de reserva, dejando a Dick, el
tercero, como almacén señuelo.
Cuando quedaban por asomar 97 de los cerca de 200 prisioneros
con pretensiones de huir, los alemanes descubrieron la desembocadura de Harry y comenzaron a disparar. Ese 97 fue el número de la suerte de Jack
Harrison, un profesor de latín escocés reclutado por el ejército británico para
bombardear unos barcos suministro alemanes que zarparían desde Holanda. Y reclutado también por los nazis cuando
su avión fue derribado por las fuerzas alemanas. Aunque no llegó a huir,
Harrison consiguió salvar su vida deshaciéndose, como el resto de los que aún
continuaban en el túnel, de todo aquello que fuese susceptible de ser
relacionado con la huída.
El caso es que de los 76 camaradas que llegaron hasta
los bosques polacos, sólo salieron tres:
Jens Müller y Per
Bergsland consiguieron tocar tierras suecas, y Bram van der Stok, españolas. Del resto, de los 73 que en un principio se zafaron de
los plomos alemanes, a 50 les cogió la muerte en forma de ejecución por orden
directa de Hitler —entre ellos Bushell,
uno de los «padres» de la fuga— y 23 fueron llevados de vuelta a las celdas de
aislamiento de Stalag Luft III.
Fue por un error de cálculo que ese túnel, Harry, no desembocase en la espesura del
bosque. Unos pocos metros de llanura que dejaron al amor del agua la vida de
muchos de los 200 hombres que quisieron emanciparse
del horror, pero unos pocos metros que dieron la libertad a tres que aquel
día 25 se excusaron con el beneplácito de la luna. Aún con todo, se consiguió
el segundo objetivo: distraer a tantos soldados alemanes del frente como fuese
posible para poner colorado a Adolf Hitler.
Autora| Virginia Mota San Máximo
Imagen| The Times, American
Air Museum
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En segundo lugar, la "púas" del Stalag Luft III no tenían corriente porque la alambrada no estaba electrificada.