La importancia de la guerra en los tiempos de la República romana

La guerra era una actividad importante porque reportaba múltiples beneficios y porque servía para formar a la aristocracia

La conquista de la ciudadela de Alesia por Julio César y sus legiones dio la victoria final a los romanos frente a los galos. En la imagen, el asedio de Alesia visto por Henry Motte, siglo XIX.
Todas las primaveras, el Estado romano movilizaba a su ejército para luchar contra los pueblos vecinos. En la República, la guerra era una actividad importante porque reportaba múltiples beneficios y porque servía para formar a la aristocracia. Según Polibio, no se podía acceder a ningún puesto político relevante sin haber completado una serie de campañas militares ni sin haber ocupado cargos como el de tribuno militar. No obstante, el conocimiento de las leyes y la habilidad de la oratoria también eran cualidades esenciales para el acceso a las funciones públicas importantes.

Los hombres más distinguidos competían entre sí por la fama, que era la base de la nobilitas. No es casual que los romanos tuvieran una actitud belicosa hacia los otros Estados ya que, hasta la segunda mitad del siglo II a. C., se le daba mucha importancia al triunfo individual. Hay que tener en cuenta que el acceso a la nobilitas se mantuvo bastante abierto hasta el siglo III a. C., cuando se fue restringiendo progresivamente a la oligarquía, y la guerra era un mecanismo de ascenso social.

Asimismo, la victoria bélica reportaba a las ciudades la construcción de diferentes monumentos conmemorativos (como altares, columnas, arcos del triunfo, etc.), que llenaban de prestigio y de laus o gloria a su promotor. La población, además, aumentaba su riqueza con el botín de los saqueos, con la incorporación de nuevas tierras y con la captura de esclavos.

Los cónsules, en su caso, que eran los magistrados republicanos de más alto rango, tenían importantes responsabilidades tanto políticas como bélicas. Era normal que uno de los dos fuera a la guerra cada año para colmarse de gloria en la batalla, tanto por su valentía como por los éxitos obtenidos en el combate. Sin embargo, a partir del año 151 a.C., empezó a ser cada vez más frecuente que uno de los dos cónsules pasara el año de ejercicio sin ir a la guerra, bien por las dificultades para reclutar legionarios o bien por el menor entusiasmo que comenzaron a mostrar ellos mismos.

Mapa de los dominios romanos en épocas republicana (en verde) e imperial (en naranja)
Durante la República, existieron poderosos mecanismos, como la fides romana, para no atacar a otros Estados con los que Roma tenía acuerdos. No obstante, en muchos casos la invocación de la fides no fuera más que un pretexto para justificar la intervención armada en otras tierras en nombre de un Estado aliado. Pese a todo, el Senado no declaraba la guerra de forma impulsiva, sino que se mostraba cauteloso para evitar mantener muchos compromisos simultáneos. Sólo se procedía a la anexión de un nuevo territorio cuando era posible y rentable hacerlo. Sin embargo, algunos historiadores piensan que Roma se expandía como autodefensa contra otros pueblos. Se observa, en autores como Polibio, que se tenía mucho cuidado de no aparecer como agresores, sino que siempre se aparentaba estar defendiéndose.

En la República romana, al tratarse de un Estado aristocrático, el ciudadano medio podía ejercer cierta influencia en las decisiones sobre la política exterior. El Senado tenía en cuenta su opinión en las decisiones sobre la paz o la guerra, aunque tras el conflicto contra Aníbal Barca, el general cartaginés, el poder directo del pueblo disminuyó.

Según los especialistas, para concluir, en el año 133 a. C. se expresó ya por primera vez la idea de que el Imperio romano incluía todo el mundo, lo que provocó que decayeran sus ambiciones y que el servicio militar perdiera su atractivo.

Vía| William V. Harris (1989). Guerra e imperialismo en la Roma republicana (327-70 a.C.). Madrid. Siglo XXI de España Editores

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