El
desastre de la ‘Armada Invencible’ nos dejó increíbles historias, como la del naufrago
Francisco de Cuéllar
Recreación de la Armada Invencible |
La derrota de la
“Armada Invencible” se produjo en 1588 en el contexto de las guerras que mantuvo
la España de Felipe II con la Inglaterra de Isabel I, desde 1585 hasta 1604. Felipe
II ordenó armar una gran flota en los puertos españoles, que llamó la “Grande y Felicísima Armada”, y la
envió a luchar contra Inglaterra con la finalidad de destronar a su reina e
invadir el país anglosajón. Se tomó como base los puertos de Portugal y de los
Países Bajos.
La empresa, como se
sabe, terminó con el desastre de la
Armada española. Sin embargo, en realidad, la derrota no fue tan grave como
pensamos, ya que la flota española se repuso en pocos años de la desgracia. De
hecho, la guerra se extendió durante 16 años más y finalizó con el Tratado de
Londres, en 1604, que fue favorable a España.
Lo curioso, y esto no
es tan conocido, es que hubo muchos supervivientes españoles que naufragaron en
aguas enemigas, consiguieron retornar y contar sus vivencias en primera
persona. Uno de estos náufragos fue Francisco
de Cuéllar, uno de los capitanes que tripulaba una de las naves españolas
que zozobró en las costas irlandesas. Sobrevivió y escribió un gran relato
sobre sus vivencias en la flota, el naufragio y sus peripecias por tierras
irlandesas hasta llegar a España.
Cuéllar, según el
investigador Rafael M. Girón, fue uno de
los soldados que se alistó al ejército para invadir Portugal en 1581 y
participa en el proceso de anexión del país luso. Seguidamente, se embarcó en una
expedición al Magallanes, con Diego Flores Valdés al mando, como capitán de
infantería en la fragata Santa Catalina. La empresa duró hasta 1584, pero
Cuéllar terminó en el fuerte de Paraíba en Brasil con el fin de expulsar a unos
colonos franceses que habían ocupado toda esa zona. A su regreso de la Indias,
interviene en la expedición a las Azores, al mando del marqués de Santa Cruz, y
termina finalmente alistándose para la
misión de la “Armada Invencible”.
La flota española
sufrió una derrota que Felipe II, como sabemos, achacó a los elementos más que
a los hombres. Se sufrieron grandes pérdidas en las tormentas. Pero Cuéllar, capitán
del galeón San Pedro del escuadrón de Castilla, sobrevivió al desastre y narró
su experiencia. Según sus escritos, su
navío tuvo que romper la formación de la Armada en el Mar del Norte y el
General Francisco de Bobadilla lo condenó a la horca por insubordinación. Le
mandaron al galeón San Juan de Sicilia, del escuadrón Levante, para que el
Auditor General Martín de Aranda ejecutase la sentencia. Cuéllar salió airoso
de la trifulca y permaneció en dicho galeón.
Un grupo de tres barcos
españoles, incluido el de nuestro protagonista, terminó anclando cerca de Streedagh Strand, en el condado irlandés de
Sligo, pero al final las bravas aguas los destrozaron estrellándolos contra la
costa. Sólo consiguieron sobrevivir 300 de un total de 1000 hombres ya que, en
tierra firme, los habitantes de la zona
y los soldados ingleses terminaron el funesto trabajo que no pudo el mar.
Tras muchas penurias, y viviendo caso desnudo como un salvaje, Cuéllar narra
que esquivó la muerte y, ayudado por algunos nativos irlandeses, llegó por fin
al territorio del señor Brian O'Rourke,
en el actual Condado de Leitrim, donde fueron hospitalarios con él y con otros
españoles que consiguieron llegar.
En aquel lugar, Cuéllar
y sus compañeros se restablecieron y, posiblemente, pasaron algunos buenos
ratos con las mujeres nativas, ya que todavía ronda por el lugar la leyenda de los black irish, o irlandeses oscuros, que pudieron ser los
descendientes de aquellos náufragos españoles.
Posteriormente, en noviembre
de 1588, Cuéllar se dirigió las tierras
de MacClancy, donde pudo permanecer en uno de los castillos de este enemigo
encorajinado de todo lo inglés. Probablemente permaneció en Rosclogher, en la
orilla sur del lago Melvin. Pero la tranquilidad duró poco porque los ingleses enviaron un ejército
contra ellos.
Según relata Cuéllar, mientras
que MacClancy huía a las montañas, los
españoles se dispusieron para defender el castillo. Disponían de pocas
armas, pero el castillo estaba situado en una posición inexpugnable.
Consiguieron resistir el asedio durante diecisiete días, incluso rechazaron una
oferta de un salvoconducto a España, hasta que los ingleses tuvieron que levantar el sitio por las inclemencia del
tiempo. MacClancy, agradecido por la defensa de su fortaleza, regresó con obsequios
y hasta con una oferta de matrimonio a Cuéllar con su hija, que el español
rechazó.
En el mes de diciembre,
los españoles marcharon hacia el norte y se toparon con Redmond O'Gallagher, el obispo de Derry, que les cobijó
y les facilitó la huída a Escocia. Allí esperó seis meses hasta que el Duque de
Parma obtuvo unos pasajes para Flandes. Sin embargo, desgraciadamente, el navío en el Cuéllar pretendía llegar a
su salvación naufragó y le tocó vivir una situación similar a la anterior,
pero esta vez con los holandeses como enemigos.
Cuéllar, una vez más, consiguió
escapar. Llegó a tierras flamencas, donde permaneció algún tiempo para
recuperarse y donde escribió su espléndido
relato. Después volvió al ejército para actuar tanto en Europa como en las
Américas. Nada nos ha llegado del final de su vida.
Para terminar, sabemos
que los amistosos irlandeses que le ofrecieron
la mano en su aventura corrieron peor
suerte que él. En 1590, O'Rourke fue ahorcado en Londres por traición y MacClancy
fue apresado y decapitado.
Autor| José Antonio Cabezas Vigara
Imagen| Velero
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