Los seres humanos, hoy en día, tenemos muy presente la
higiene. Usamos multitud de productos para el cuerpo, el pelo, las uñas, los
dientes,… Pero a lo largo de la historia hay unas etapas en las que la higiene no tuvo tanta prioridad y otras en las que sí tomó un mayor protagonismo.
En la Prehistoria,
hay hallazgos arqueológicos que documentan la importancia de la higiene. Los neandertales
usaban conchas para afeitarse, pinzas y palillos de dientes. La esperanza de
vida de los neandertales era
corta, pero se debía probablemente a
problemas médicos y no a la falta de higiene, ya que ellos la practicaban con
asiduidad.
Las civilizaciones antiguas, como son los casos de Egipto o de Babilonia, le daban a la higiene un papel protagonista. Los egipcios
usaban aceites, maquillaje, productos para el cabello, etc. Asimismo, sabemos
que los baños estaban reservados para las clases pudientes, ya que sólo se han
encontrado restos de baños en palacios y residencias de la nobleza.
La higiene, con los romanos, alcanza su máximo esplendor. Son bien conocidas sus famosas termas, donde la
aristocracia se mezclaba con el pueblo a diario. Las termas contaban con varias
piscinas, caldarium (agua caliente), frigidarium (agua fría) y tepidarium (agua tibia) y con un patio
donde se podía practicar ejercicio.
Esta costumbre se extendió a Oriente, donde los baños turcos fueron los herederos de las termas romanas.
También es cierto que de “higiénico” tenía poco ya que el agua
de las piscinas no se cambiaba habitualmente y las necesidades fisiológicas se
hacían en ella.
En las ciudades romanas, los desechos de las casas se tiraban
por las ventanas y, aunque disponían de baños públicos, donde las necesidades se
hacían en compañía, no todo el mundo los usaba y hacían sus necesidades en
cualquier esquina.
Con la caída del Imperio Romano todas las mejoras higiénicas
que estos habían realizado se disiparon y en la Edad Media la higiene brilló por su ausencia.
El aseo pasó a un segundo plano en el medievo como consecuencia de la fragmentación de Europa, la
mentalidad cristiana, que veía en la limpieza algo inmoral, y la peste bubónica
que, según se creía, se transmitía gracias a los baños de vapor.
En la Edad Media, los baños se reservaban para tomarlos dos veces en la vida, una en caso de
matrimonio y otra en caso de enfermedad. Estaban más predispuestos a darse
baños en seco con un trapo y era muy común que las mujeres se empolvaran el
cabello y se perfumaran, pero sin tocar el agua.
En el Renacimiento, y
hasta el siglo XVIII, se pensaba que
el agua debilitaba el cuerpo, que a través de los poros entraban todos los
males y que una capa de suciedad protegía de las enfermedades, por eso
preferían los baños en seco con un paño, al igual que en la Edad Media. A
diferencia de los hombres, las mujeres comenzaron a interesarse por los
cosméticos y los perfumes para camuflar el olor.
En época del rey Luis
XIV el cuidado seguía en retroceso y las mujeres se bañaban, como mucho, dos
veces al año. Se prefirió, como medida de higiene, colocarse una camisa de
lino que, al parecer, absorbía la suciedad y así no era necesario bañarse.
Con la llegada de la Revolución
Industrial, llegaron aires renovados al ámbito de la higiene. Se prohibió lanzar
los desechos a la calle, comenzaron a instalar letrinas colectivas y se descubrió
el cloro.
En el siglo XIX, la
limpieza volvió a cobrar la importancia que realmente tiene. Se instalaron
retretes en las casas, tuberías para canalizar los desechos y los médicos
comenzaron a recomendar los baños para acabar con infecciones y enfermedades.
¿Qué haríamos en la actualidad sin nuestra buena higiene?
Autor| Rosa Mª Huertas Franco
Vía| Cienciahistórica
Imagen| Entreestanterias
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