El
Primer Ministro británico odiaba la arruga, lo que hizo que quisiese estar bien
planchado hasta el final
Sí. Células, Churchill
y trasero. Nada sobra. Para el Primer Ministro británico fue precisamente el
odio a la arruga lo que hizo que quisiese estar bien planchado hasta el final.
Y es que planes para
resucitar a los muertos siempre ha habido, como también toda clase de artimañas
urgidas en un intento desesperado de burlar el tiempo. Estirar la lengua de un
hombre en coma para reanimarlo o algún que otro enema milagroso se convirtieron
en su época en los grandes remedios de
los curalotodos, y para todo.
Parece ser que el miedo
a la arruga fue el sinvivir de Churchill, el hombre que junto a Francia declaró
—no sin ambigüedad— la guerra a Adolf Hitler tras su invasión de Polonia; el líder
que, sabiendo que necesitaba como el comer una alianza con EE.UU., utilizó su psicología para atraer a
Roosevelt advirtiéndole por carta de que continuarían «la guerra solos; no
tenemos miedo de hacerlo». Un moderno tú
verás lo que haces, Señor Presidente, pero quizás cuando lo decidas,
podrías «encontrarte a una Europa nazi absolutamente subyugada».
A cuatro patas
El artista de la
terapia de células frescas fue el médico Paul Niehans, discípulo del Nobel de
Medicina, Alexis Carrel. Como viene ocurriendo con muchos de los hitos de la
humanidad, el tratamiento fue descubierto por el médico suizo de forma casual.
La suerte le visitó mientras el paciente de un colega estaba siendo operado de
tiroides. A Niehans le faltaba tiempo para seguir el procedimiento habitual y
decidió, así, a tontas y a locas, preparar una inyección de células que obtuvo de un becerro.
Aunque sin aval
científico, precisamente en eso se basa la terapia celular a la que se sometió
Churchill. Por cierto, un éxito de la época, el hit de la flor y la nata del siglo pasado. El terapeuta inyectaba
células obtenidas de animales jóvenes
en las ansiosas posaderas del paciente para que éste se quitase algunos años de
encima. Ansiosas, se entiende, de lozanía.
El caso es que Churchill,
a quien la Historia guarda como parte del trío artífice de vencer en La Gran
Guerra, pero también como uno de los tres que abrió la veda a la Fría, creía
firmemente en el impulso vital que
le proporcionaban las células de Niehans. Y así lo dijo públicamente en más de
una ocasión. Lo que mucho se guardó de gritar a los cuatro vientos fue el baile
de San Vito que comenzaba cuando uno se intentaba acomodar en una silla
cualquiera, así como las molestas reacciones que las células causaban donde la
espalda pierde su nombre. No podía, claro, era Winston Churchill.
Y con el beneplácito papal
Chaplin o Sinatra
fueron algunos de los rostros famosos que probaron suerte con las células de
Niehans. Pero quizás, el más llamativo de todos fuese el papa de aquel
entonces, Pío XII, el italiano de gafas tipo Lennon que quiso ser embalsamado. El pontífice también sucumbió a la
eterna juventud y, en agradecimiento a tan noble terapia, decidió nombrar a
Niehans miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias, que es la que se encarga
de dar asesoramiento en los temas relacionados con la ciencia.
Al final, lo que está
claro es que la juventud, aunque tesoro, de divina tiene poco. A no ser, claro,
que divina se refiera a algo extraordinariamente primoroso.
Autora| Virginia Mota San Máximo
Imagen| Wikipedia
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