En el siglo XVIII, los nobles franceses,
al llegar la canícula, huían del caluroso París hacia la región de la Champagne,
en cuya campiña tenían situadas sus grandes mansiones rurales
En
la entrada anterior analizamos el rastro del 'veraneo' en la Edad Antigua, desde el Antiguo Egipto hasta el
colapso del Imperio romano. Pero ¿qué ocurrió con esta práctica después?
Como
ya sabemos, durante la Edad Media se produjeron grandes desplazamientos de
personas motivados, especialmente, por
las Cruzadas o por las peregrinaciones a los grandes santuarios religiosos.
Es evidente que estos viajes no tenían nada que ver con el actual concepto de
turismo y vacaciones, ya que las principales motivaciones que movían a los
viajeros eran otras muy diferentes al placer.
No
obstante, podemos encontrar una excepción en Inglaterra en las peregrinaciones que se hacían a la catedral
de Canterbury. El escritor y filósofo inglés Geoffrey Chaucer (1343 – 1400)
describe en una de sus obras cómo alrededor de este santo lugar proliferaban
los tenderetes de artesanos y orfebres vendiendo reproducciones en miniatura de
las imágenes religiosas de la catedral, que los peregrinos se llevaban como
recuerdo de su visita. Sin quererlo, aquellos humildes comerciantes estaban
practicando algo parecido al merchandising y al mundo de los souvenirs turísticos.
Lo
cierto es que, salvo este caso excepcional, los viajes de placer y de descanso
siguieron siendo durante todo el medievo y la modernidad un patrimonio casi exclusivo de la nobleza
y, más tarde, de la burguesía. De hecho, durante mucho tiempo, los campesinos y
los jornaleros sólo se dedicaron a trabajar de sol a sol durante todo el año y a descansar sólo los domingos para
poder cumplir con los deberes de la religión.
En
el siglo XVIII la situación no
cambió demasiado. Los nobles franceses, al llegar la canícula, huían del
caluroso París hacia la región de la
Champagne, en cuya campiña tenían situadas sus grandes mansiones rurales.
Allí empleaban su mucho tiempo libre en hacer ostentación de sus riquezas y
practicando la hospitalidad con su gente más cercana. Efectivamente, siempre
tenían una habitación dispuesta para acoger a sus visitas y contaban con una
mesa muy bien servida.
Poco
tiempo después, apareció en Inglaterra la
nueva moda del mar y la playa. De este modo, por primera vez que se sepa, el rey Jorge III cambió en 1816 el
descanso en el campo por el frescor de la costa. Así, el soberano acudía cada
verano a bañarse a la playa de Weymouth. Un poco más tarde, en 1822, la duquesa de Berry, que era la nuera
del rey francés Carlos X, se hizo famosa por sus frecuentes baños en la playa
de Dieppe, por supuesto totalmente vestida.
No
obstante, nada de lo anteriormente visto puede compararse con el fenómeno del Grand Tour, que es
considerado por la mayoría de los historiadores como el nacimiento oficial del
veraneo casi como lo conocemos ahora. Se trataba de un itinerario de viaje por
Europa, que tuvo su auge entre mediados del siglo XVII y la década de 1820,
cuando el uso del ferrocarril hizo de los viajes una actividad más asequible.
De forma
paralela, a finales del siglo XVIII, en la clase alta británica se puso de moda
mandar a los hijos varones, acompañados de un tutor, a realizar viajes culturales por el continente europeo,
sobre todo por países como Francia o Italia. La finalidad última de esta
aventura era la de impregnarse in situ
de toda la cultura clásica, acudiendo a los grandes museos europeos y visitando
los grandes monumentos de ciudades como Roma o Venecia. Era una experiencia similar a la de los actuales
viajes organizados, ya que el recorrido que hacían los jóvenes estaba
totalmente establecido de antemano.
Lleno total en la playa de Atlantic City, en Estados Unidos, sobre el año 1900 |
En
el siglo XIX, en la época de la revolución industrial, fue cuando se iniciaron las vacaciones escolares,
en un principio en un contexto rural como forma de que los hijos de los
campesinos pudieran ayudar a sus padres a recoger las cosechas. Más tarde, como
todo lo bueno, esta medida se implantó también en los colegios urbanos y se
extendió por otros países como Estados Unidos, Francia, Alemania y Bélgica.
En
el año 1844 se produjo una gran revolución cuando un empresario inglés, Thomas
Cook, puso en marcha el primer
turoperador de la historia. Se trataba de una excursión en tren que iba de
Leicester a Loughborough. Y, curiosamente, los primeros en realizar este viaje
fueron los miembros del grupo cristiano “Asociación de la Esperanza”, que
hicieron este desplazamiento para participar en un congreso de ex alcohólicos.
La
empresa fue todo un éxito y pronto el ideólogo fundó la primera agencia de viajes denominada como Cook’s Tour, que llegó a organizar excursiones a Francia para
visitar la Expo de 1851 y que incluso, en 1856, fletó una flotilla de barcos
para llevar a unos cuatro mil viajeros a visitar Tierra Santa. Cook, este genio
del turismo, también fue el inventor del sistema
de pago por vouches o por hotel-coupons, es decir, por un
sistema de vales que servía para pagar en los hoteles y en los restaurantes,
para evitar a los viajeros la complicación de manejar monedas extranjeras.
Pronto
comenzó la emergencia del turismo de sol
y playa. En un principio las familias más acomodadas pasaban el verano
completo en sus residencias de la costa, mientras que los más humildes se
desplazaban hasta la playa en tren para pasar algunos días libres, retornando
después a su ciudad a dormir. Pero se calcula que en 1910 ya había más de medio
millón de personas veraneando en las playas europeas. ¡Todo un récord para esas
fechas!
Sin
embargo, por último, el veraneo no se convirtió en un fenómeno masivo hasta después de la I Guerra Mundial, gracias a la
implantación del sistema de las
vacaciones pagadas. Dinamarca, en el año1932, fue el primero en adoptar
esta medida, que luego fue copiada por otros países como Inglaterra, Francia y
Estados Unidos. A España no llegó hasta la firma de la Ley de Contratos de
1938.
Con
el tiempo, sobre todo en los países más desarrollados, el veraneo se ha
convertido en una actividad casi imprescindible de todas las personas.
Autor| José Antonio Cabezas Vigara
Imagen|
Wikipedia
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