En
la tradición mítica griega, se concibe el mundo como un círculo rodeado por el río Océano
Representación de Jerusalén como centro del Mundo |
Uno de los
principales dilemas que nos encontramos los historiadores al estudiar el pasado
radica en descifrar el concepto de realidad
en cada época. En el mundo antiguo no se piensa igual que ahora y, por
ende, la realidad es diferente. La mentalidad, más o menos racional, puede modificar
la imagen del mundo que se percibe. Por lo tanto, si se puede concebir muchos mundos
diferentes, cabe preguntarse ¿dónde
acaba el mundo en cada realidad? Y, más concretamente, en la antigüedad ¿se concibe un mundo de forma finita o
infinita?
El mundo infinito
propiamente no se puede imaginar, así
que la mayoría de las sociedades
históricas, según parece, se decantan por un mundo finito, con sus límites.
Esta afirmación no es extraña, ya que para llegar a entender el concepto de
infinito se precisa hacer una difícil abstracción sólo alcanzable cuando se
consigue cierto desarrollo mental. La percepción humana, de forma natural, sólo reconoce e identifica algo como un
objeto determinado cuando tiene unos límites, o líneas, que lo demarcan.
Entonces, si se
opta por un mundo finito, ¿dónde acaba?
Y, más aún, ¿cómo debemos imaginar sus
límites? Estas dos cuestiones nos llevan a un difícil planteamiento lógico
porque, en la Antigüedad, si el mundo significa universo, y el universo lo es todo,
el todo tiene que ser finito. Entonces, ¿qué hay más allá de sus límites? Si
hay algo, el todo no será ya todo y el dilema volverá a presentarse así hasta
el infinito. En el caso contrario, si más allá de los límites no hay nada, ¿cómo imaginan en la Antigüedad la
línea que separa el algo de la nada, entre el ser y el no ser?
Con esta cuestión,
se llega a una situación de difícil comprensión para la época que se está
tratando, ya que la mentalidad antigua
no puede dar respuesta a este dilema simplemente porque no está preparada para afrontarlo. El
cerebro humano, durante su evolución, seguramente se ejercita con tareas menos
complejas hasta épocas más cercanas a nosotros.
El
concepto del centro del mundo, por otro lado, está estrechamente ligado al del mundo
finito, o limitado, que acabamos de analizar. Se aprecia, en la mentalidad
antigua, cierta tendencia al etnocentrismo. Normalmente el centro del mundo coincide
con la zona ocupada por un pueblo en concreto o, como mucho, con un lugar
relevante para ellos. El filósofo rumano Mircea Eliade muestra que, para la
mentalidad antigua, no todas las partes del mundo son iguales porque no se miden
únicamente siguiendo criterio de cuantificación. Todo lo contrario. El mundo se articula de forma cualitativa y
hay unos puntos que tienen más ser que otros porque en ellos se hace
presente lo divino de una forma especial. Así mismo, hay cosas y personas que
tienen más ser que otras, más maná.
La
tradición mítica griega,
en este caso, tiene una concepción
cíclica del espacio, es decir, se concibe
el mundo como un círculo rodeado por el río
Océano, que es el que delimita los confines. Esta forma circular, como
un plato, favorece que al mirar los griegos a su alrededor observen que se encuentran
en el centro de su mundo.
Para finalizar, esta realidad sólo cambia cuando se
comienza a ampliar los conocimientos geográficos. Es entonces cuando la tradición
mítica pierde fuerza en favor de la visión de la realidad. Los nuevos conocimientos
geográficos y la racionalidad ganan la batalla a la mitología.
Autor| José Antonio Cabezas Vigara
Vía|
PÉREZ MACÍAS, A. y
CRUZ ANDREOTTI, G. (eds.), Los límites de
la Tierra: el espacio geográfico en las culturas mediterráneas, Madrid,
1998
Imagen|
Wikipedia
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