La llegada del Homo sapiens a Australia: el misterio del Hombre de Mungo

El fósil hallado en el yacimiento del Lago Mungo 3 es, a día de hoy, la evidencia más antigua de la llegada de nuestra especie al continente australiano

La capacidad de adaptación del Homo sapiens a diferentes ecosistemas facilitó la primera ocupación estable del continente australiano
Quizá la llegada del ser humano al continente australiano sea uno de los grandes hitos de la humanidad más desconocidos. Hace alrededor de 50.000 años, en una de las paradisiacas playas de la antigua región de Sunda, en la actual Indonesia, un pequeño grupo de homínidos inició un viaje hacia el sur, quizá en busca de nuevos recursos o de un clima más favorable. Su viaje, que les llevaría a través de las costas de Sumatra, Java y Nueva Guinea, acabaría con la entrada de los primeros seres humanos en una región inhóspita habitada por grandes criaturas ahora extintas. Ellas y ellos, sin saberlo, eran los primeros habitantes de Australia.

Durante el Pleistoceno Superior (126.000 – 11.700 B.P.), las fluctuaciones climáticas supusieron cambios en el nivel del mar a escala global. Hace entre 71.000 y 57.000 años aproximadamente, durante el OIS 4, el planeta vivió un periodo gélido, que provocó un descenso del nivel del mar de hasta 75 metros. Australia, la isla más grande del mundo, quedaba entonces conectada a las actuales islas de Nueva Guinea y Tasmania a través de tierras emergidas, dando lugar al continente de Sunda, nombre que recibe la continuidad terrestre entre estas tres islas.


Mapa de Sunda y Sahul durante el OIS4 y posible ruta que siguieron los grupos
humanos para introducirse en el continente autraliano. Fuente: elaboración propia
Allí, en una región que ningún ser humano había pisado nunca, cientos de miles de años de evolución habían dado lugar al desarrollo de grandes y extraordinarias especies animales. Diferentes familias de monotremas (mamíferos primitivos en los que permanecen características reptilianas como la reproducción ovípara, por ejemplo, el ornitorrinco o la equidna), enormes marsupiales de hasta 2.000 kilos y reptiles gigantes como el Megalania gobernaban el entorno australiano. El ser humano pasaba de depredador a presa.

En ese contexto, fue esencial la adaptación a los diferentes ecosistemas existentes en Sunda. Las capacidades cognitivas desarrolladas por los primeros pobladores australianos, las cuales les hacían capaces de llevar a cabo estrategias de caza complejas, así como de fabricar todo un elaborado utillaje de piedra, les permitieron establecer patrones de subsistencia relacionados con al aprovisionamiento marítimo, centrado sobre todo en la pesca y en la recolección de moluscos.

No obstante, y este es un dato a tener en cuenta, gran parte de la megafauna australiana comenzó a extinguirse unos pocos miles de años después de la llegada de los primeros humanos al continente. Especies que durante decenas de miles de años habían controlado los diferentes ecosistemas desaparecieron en un corto periodo de tiempo. ¿Es posible que los Homo sapiens recién llegados fueran los responsables de su extinción? Probablemente sí, aunque quizá de forma indirecta.

Un enterramiento en el desierto

Descubierto en 1974 por el geólogo Jim Bowler, el yacimiento de Lago Mungo 3 está localizado al sureste de Australia, en un lago seco situado en la región de Willandra Lakes, al oeste del distrito de Nueva Gales del Sur. Ubicado a 2.400 kilómetros de la actual costa noroeste australiana y a 4.000 kilómetros del límite noroccidental del antiguo continente de Sahul, destaca sobre todo por un aspecto importante: el hallazgo del enterramiento de un varón adulto impregnado con ocre datado en alrededor de 60.000 años. El Hombre de Mungo.

Los restos fósiles de este individuo corresponden a un varón adulto, de alrededor de 50 años y de aproximadamente 196 centímetros de altura, una longitud sorprendentemente alta para un ser humano de hace 50.000 años. Destaca, además de por ser el resto fósil humano más antiguo de Australia, por otros dos aspectos: se trata de la evidencia más antigua de Homo sapiens moderno fuera de África; y es, a día de hoy, el vestigio más claro y antiguo de enterramiento simbólico en todo el mundo. Tal y como se puede observar en la imagen, el Hombre de Mungo fue enterrado boca arriba con las manos entrelazadas sobre la pelvis. Además, los restos fueron rociados con óxido de hierro, es decir, con ocre.


Restos fósiles del denominado como ‘Hombre de Mungo’ enterrados en las arenas de un antiguo lago.
Fuente: The Guardian

Discusión

No obstante, desde su descubrimiento, el Hombre de Mungo ha suscitado una importante controversia. El principal foco de debate en torno a estos restos ha sido, como en muchos otros yacimientos, las dataciones. Esta discusión, consecuencia de la dificultad a la hora de interpretar el contexto estratigráfico de los restos, ha dado lugar a dos corrientes.


- La primera defiende las fechas propuestas en 1999 por Alan Thorne, en aquel momento profesor de la Universidad Nacional Australiana, que fueron obtenidas de los fósiles humanos a través de la combinación de las dataciones de series de Uranio y de ESR, y que dieron una antigüedad para los restos de alrededor de 62.000 ± 6.000 años.

- La segunda, defendida por no pocos investigadores, se sustenta en las dataciones publicada en 2003 por Jim Bowler, el descubridor del yacimiento. Mediante el estudio estratigráfico de las fluctuaciones entre lago lleno y seco y dataciones por OSL, situaron los restos en 40.000 ± 2.000 años.

Otro de los principales debates tras el hallazgo de estos restos giró en torno a su origen. A partir de una primera clasificación morfológica de los restos, llevada cabo en 1980 por el profesor Alan Thorne, se observaron unas características que él denominó como “gráciles”, que son previas a las morfologías “robustas” de Indonesia y que, por lo tanto, no parecen tener relación con las morfologías de los homínidos que habitaban el sureste asiático durante el Pleistoceno Superior.

Por otro lado, y a pesar de que se trataba de un Homo sapiens, los estudios antropológicos y genéticos han determinado que el Hombre de Mungo no tiene una vinculación genética directa con los aborígenes australianos. Al contrario, parece estar relacionado con los especímenes más antiguos de Homo sapiens africano. ¿El problema? Que no hay evidencias de la salida de esta especie del continente africano hasta hace aproximadamente 60.000 años, es decir, pocos miles de años antes de la muerte del Hombre de Mungo en el otro extremo del planeta.

Estas discrepancias respecto a las características físicas y a las fechas son importantes, pues son claves para situar cronológicamente la llegada de los primeros Homo sapiens a Sahul, así como para determinar cuál de los dos modelos propuestos para el origen evolutivo de los Homo sapiens es el más acertado: la hipótesis del origen único africano o la teoría del origen multirregional.


Aborigen australiano en la actualidad. Fuente: PBS
Todos estos elementos no hacen sino evidenciar la complejidad a la que tienen que enfrentarse los investigadores a la hora de reconstruir el pasado de nuestra especie. Surgen muchas preguntas. ¿Cómo es posible que los restos más antiguos de nuestra especie fuera de África se encuentren en Australia? ¿Hay relación entre los Homo sapiens africanos y los primeros pobladores oceánicos? Y sobre el enterramiento, ¿Hay razones para pensar que el concepto simbólico de la muerte tuvo su origen a tantos kilómetros del punto de partida de las poblaciones humanas? La respuesta, si es que hoy en día la tiene, es si cabe más compleja.

A día de hoy, gracias a los datos de los que disponemos, solo conocemos una pequeña parte de la llegada de nuestros antepasados a Australia. Esas personas que se lanzaron a la exploración de tierras desconocidas, que se enfrentaron a algunos de los mayores animales que han pisado la tierra durante los últimos miles de años y que, por derecho propio, se ganaron el título de primeros australianos, apenas dejaron huellas de su paso por el continente.

La más clara, hasta el momento, cuando por algún motivo decidieron enterrar de manera ritual a uno de sus miembros, un anciano, a la orilla del Lago Mungo. Depositaron cuidadosamente sus restos, impregnaron sus huesos con ocre rojizo y siguieron su camino. Allí yació durante 50.000 años, como testigo de la llegada de nuestra especie a Australia, el Hombre de Mungo.

Imagen| Pinterest

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