Hasta el 12 de junio podemos ver en el
Museo del Prado la obra del maestro francés del S. XVII George de La Tour
Imagen de ‘La Adoración de los Pastores’ de George de la Tour |
Desde
el pasado 23 de febrero y hasta el
próximo 12 de junio podemos disfrutar en el Museo del Prado de la obra del que es uno de los pintores franceses más queridos, y eso a pesar de que
permaneció en el más profundo de los olvidos desde su muerte hasta principios
del s. XX. Hablamos de George de la Tour.
La
exposición se encuentra en la Sala de
los Jerónimos del Museo del Prado, en la Sala C y es patrocinada por la
Fundación AXA. Andrés Úbeda jefe de
Conservación de Pintura del Museo del Prado es el comisario de la Exposición junto a Dimitri Salmon del Museo del
Louvre. Úbeda cuenta que pese a que la exposición pueda parecer pequeña, se trata de 31 obras expuestas de modo
cronológico en cinco ámbitos que abarcan las tres etapas del pintor, en
realidad es todo lo contrario, ya que han
conseguido reunir el 75% de la obra conservada de George La Tour (tan sólo
existen 40 obras cuya autoría se le atribuye). Es la mayor muestra del pintor de
la Lorena realizada hasta la fecha fuera de Francia. 26 museos de 7 países diferentes han prestado sus obras. El Prado cuenta en su exposición
permanente con dos obras del autor, «Ciego tocando la zanfonía» adquirida en
1991 y «San Jerónimo leyendo una carta» en el museo desde el 2005. La
mayoría de las obras están firmadas pero
no fechadas (tan sólo 4 cuentan con fecha).
No contamos
con muchos datos de la vida de George la
Tour (Vic-sur-Seille, Lorena, 1593-Lunéville, Lorena, 1652) hijo de un
panadero fue bautizado el 14 de marzo de 1593, no tenemos noticias de su vida
ni de su formación hasta que el 2 de
julio de 1617 se casa con Diane Le Nerf, hija del platero del Duque de
Lorena, lo que le supone elevar su estatus social. La pareja tuvo 6 hijos, uno de los cuales Etienne
también se dedicó a la pintura.
Sabemos
que 1620 es un año determinante para
el pintor, pues se traslada con su
familia a Lunéville, donde permanecería hasta su muerte. Este año consigue
la exención de pagar impuestos de
Enrique II de Lorena por dos motivos, estar casado con una mujer noble y
dedicarse a la noble actividad de la pintura. Es interesante el hecho de que en
el S.XVII la pintura se considerase una actividad noble
en la Lorena francesa, no era así en la España de Velázquez, ni tampoco en
muchas zonas de Italia. También en este año toma al primero de los 5
ayudantes que llegarán a conformar un importante taller, del que no tenemos
datos de cómo trabajaba, pero sí de su importancia dada la categoría de sus
clientes, desde el duque de Lorena, Richelieu, el superintendente de finanzas
Claude de Bullion, el arquitecto Le Nôtre a incluso Luis XIII y el elevado
número de copias que se hacían de cada obra.
En 1639 en un viaje que realiza a París obtiene el
título de pintor ordinario del rey.
En 1652 muere seguramente víctima de una
epidemia.
Úbeda
relata sorprendido la paradoja de que La
Tour es un pintor que puede ser considerado único en su época y sin embargo a
lo largo de la historia fue confundido con todos los demás artistas, ya que
sus obras se atribuían a otros pintores como Murillo.
Sus primeras obras son diurnos, las escenas más realistas de toda su
producción, escenas de género que retratan a pobres y miserables
destacamos “Comedores de guisantes de Berlín”, o los músicos callejeros
miserables y pendencieros, presentes en la “Riña de músicos” (Los
Ángeles).
Hacia la tercera década del s. XVII su estilo
evoluciona, sus pinceladas se hacen más planas y acuareladas, dotando a sus
obras de un gran virtuosismo y originalidad, a la vez las figuras se dulcifican
y las acciones son más tranquilas, las dos obras pertenecientes al prado se
inscriben en esta etapa.
La tercera y última etapa de la producción del pintor quizás
sea la más original, son sus pinturas
nocturnas sobre todo de temática religiosa. Destacamos que la religiosidad
de La Tour ha sido calificada de laica,
pues despoja a sus protagonistas de los símbolos religiosos, convirtiéndolos en
personas normales que conmueven por su
serenidad. Son escenas iluminadas tan sólo por una vela o un candil, de
manera que la luz ilumina de un modo
expresivo lo fundamental de la escena dejando en penumbras todo lo demás.
La Tour se centra en lo principal, en sus cuadros no encontramos paisajes ni
estancias, sólo sombras ocres que envuelven a los protagonistas. “La
Adoración de los pastores” del Louvre o “El recién nacido de Rennes”
pertenecen a esta última etapa.
Aconsejamos
a todo el que pueda pasarse por el Prado para ver con calma una exposición que
realmente merece la pena y al que no pueda que se asome a la página web del
museo.
Autor| Ana
Rebón Fernández
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