La
feria de Sevilla hunde sus raíces en el medievo, pero fue en 1846 cuando
comenzó a coger el carácter que tiene hoy
Feria de abril de Sevilla en 1960 |
En la Edad Media,
sobre todo a partir del siglo XIII, la actividad
comercial comienza a tener una gran relevancia en todo el continente
europeo. El auge económico que se alcanza fue el más propicio para que se
iniciaran una serie de ferias que, en muchos casos, han llegado hasta nuestros
días. Las ferias no eran mercados permanentes, sino que sólo se celebraban en ciertas
épocas del año y duraban unos días establecidos.
De todas las
ferias medievales destacó en Europa la de Champaña, que se emplazó en la
llanura francesa homónima, a medio camino entre Venecia y Brujas, como punto
intermedio de encuentro entre los mercaderes flamencos e italianos. En España, por
su parte, las ferias de Medina del Campo
(Valladolid) y Zafra (Badajoz) también alcanzaron cierto renombre
internacional por la importancia de sus intercambios y, afortunadamente, han
llegado intactas hasta nuestros días.
En el caso de
Sevilla, hay que remontarse al año 1254 para encontrar el rastro más lejano de su
feria. En aquel tiempo, el Rey Alfonso X
el Sabio concedió un permiso para que se pudieran celebrar dos ferias
anuales en la esta ciudad, una en el mes de abril, en primavera, y otra en la
festividad de San Miguel, en otoño. Sin embargo, a diferencia de los casos anteriores,
estas celebraciones fueron perdiendo importancia y se diluyeron en el tiempo.
Sin embargo, en el año 1846, los concejales del
Ayuntamientos hispalense José María de Ybarra, originario del País Vasco, y
Narciso Bonaplata, natural de Cataluña, propusieron
la restauración de la celebración de dichas ferias. Presentaron una propuesta
formal, se designó una comisión que dio el visto bueno y, el 18 de septiembre
de 1846, el Ayuntamiento aprobó la celebración de una única feria anual en los
días del 18 al 20 de abril. La de San Miguel se dejó para un futuro que nunca
llegó.
Finalmente, la
reina Isabel II, el 5 de marzo de 1847, firmó una Real Orden que confirmaba la celebración de la “feria nueva” de
Sevilla. El gran evento se inauguró el 18 de abril de 1847 y su primera
sede se situó en el Prado de San Sebastián. Allí se comerció con ganado, pero
también se instalaron hasta 19 casetas en las que se vendió aguardiente, vino y
derivados de la carne.
Desde un primer
momento, en la feria sevillana se celebraron espectáculos taurinos. De hecho, el
17 de abril, un día antes del inicio del festejo, se inauguró una Exposición ganadera en la Plaza de
Toros de la Real Maestranza y se asistió a una corrida de toros lidiada por
los diestros Juan Lucas Blanco de Sevilla y Manuel Díaz de Cádiz.
Ni que decir tiene
que la feria fue todo un éxito. A
parte de los miles de sevillanos que acudieron, el acontecimiento atrajo a más
de 25000 visitantes de otras partes del país. La prensa contemporánea le dedicó
grandes elogios por su brillo y por su animación. Ya entonces se tenía la
impresión de que llegaría a ser una de las ferias más importantes del país.
Con el tiempo, se
pasó del evento exclusivamente ganadero de los primeros años de su existencia a
otro tipo de celebración más urbana,
en la que se comenzó a ver a otro tipo de feriante que ofrecía diferentes
servicios y entretenimientos. La fiesta, la comida y la bebida relegaron a un
segundo plano a la ganadería. Asimismo, en 1973, el emplazamiento de la feria
del Prado de San Sebastián se cambió por el actual en el Real de la Feria del barrio de Los Remedios. Los propios sevillanos
imprimieron a la feria el carácter festivo y popular que la celebración tiene
en la actualidad.
Autor| José Antonio Cabezas Vigara
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