Jesús
fue llevado ante Caifás, pero como el Sanedrín no poseía el ius gladii para dictar sentencias de
muerte, tuvo que ser presentado ante Poncio Pilato
Representación de cómo pudo ser la crucifixión de Jesús |
En la entrada anterior seguimos
arqueológicamente la peregrinación
de Jesús a Jerusalén y analizamos el
gesto hostil que tuvo hacia el Templo, una acción que le costó su arresto y
su posterior ejecución en la cruz.
Los evangelios
narran que, antes de su proceso de muerte, Jesús celebró una última cena con
sus discípulos, realizó el gesto simbólico del pan y del vino de la eucaristía
y se retiró a orar al huerto de Getsemaní, ubicado en el Valle del Cedrón al
pie del Monte de los Olivos. Allí, en conmemoración de este episodio, se localiza actualmente las iglesias de
Getsemaní, Pater Noster y Dominus Flevit, y un huerto de olivos que ilustra
la antigua escena.
El nazareno fue
apresado por los soldados del templo, en este mismo huerto, posiblemente por orden
de Poncio Pilato. Los sumos sacerdotes y los escribas no le perdonaron el incidente
del templo y conspiraron contra él dos días antes de la Pascua. La guardia lo condujo a la casa del sumo
sacerdote Caifás, que era el presidente del Sanedrín y el representante del
pueblo de Israel ante Roma. ¿Hay pruebas arqueológicas de la existencia de
Caifás?
En noviembre de
1990, al sur de la ciudad antigua de Jerusalén, los arqueólogos hallaron un enterramiento
que permanecía sellado desde la guerra judía, sobre el año 70 d.C. Se trataba
de un osario con los restos del sumo sacerdote Caifás, que contenía una tosca inscripción
aramea que decía Yehosef bar Caiafa, nombre
con el que lo mencionaba el historiador coetáneo Flavio Josefo en sus escritos.
El osario, que estaba ricamente decorado, era una arqueta de caliza blanda
tallada destinada a guardar los huesos de los difuntos una vez que la carne se
había descompuesto. Se trataba, según Reed y otros, del panteón familiar del
sumo sacerdote mencionado directamente en los evangelios de Mateo y Juan.
Jesús
fue llevado ante Caifás, pero como el
Sanedrín no poseía el ius gladii para
dictar sentencias de muerte, ya que estaba reservado a Roma, tuvo que ser presentado
ante Poncio Pilato, el prefecto de Judea. Pero ¿cómo prueba la arqueología
la existencia de Poncio Pilato y su cargo en estas tierras?
En
el teatro de Cesarea del Mar,
en el año 1962, unos arqueólogos italianos detectaron
una inscripción
que llevaba el nombre de Poncio Pilato.
Se trataba de una lápida de piedra reutilizada en las obras que se le
practicaron al teatro en el siglo IV d.C., que resolvía las dudas que los especialistas
tenían sobre Pilatos y sobre el título exacto que ostentaba. En el epígrafe se
le nombraba como prefecto de Judea, que
era un cargo superior al que se le atribuía de procurador. El texto era fragmentario, estaba escrito en latín y decía
así: “el templo de Tiberio Poncio Pilato,
prefecto de Judea, [hizo o erigió]”.
Poncio
Pilato, al igual que otros gobernadores de la época, abusaba de su poder y ejecutaba
impunemente a quienes consideraba peligrosos para el orden público. Él mismo fue quién, con toda probabilidad,
dictó la sentencia de muerte y ordenó la crucifixión de Jesús, aunque
instigado por las autoridades del templo y los miembros de las poderosas
familias de la capital. Así, realmente, el proceso de Jesús que se muestra en
los evangelios, en el que se lava las manos ante este asunto tan espinoso, pudo
ser una composición cristiana posterior, con poco valor histórico.
Jesús
sufrió el ritual de castigo que se inició con la flagelación y que terminó con
la cruz. Se le ejecutó por ser un
peligro para el templo y, por lo tanto, para la estabilidad de Roma en Palestina.
Los evangelistas
citaron al Gólgota, el “lugar de la Calavera”, como
el sitio de la crucifixión. Este lugar existió. Se trataba de una antigua
cantera, ubicada en un pequeño montículo de unos diez o doce metros de altura,
cuyas cavidades rocosas sirvieron como tumbas. Asimismo, al estar el Gólgota enclavado
cerca de uno de los caminos más transitados de Jerusalén, en las cercanías de
la puerta de Efraín, las cruces que sobresalían del montículo servían para
aleccionar a la población. Se cree que
el Gólgota estaba en el lugar que ocupa actualmente una roca en la Iglesia del
Santo Sepulcro, según se extrae del estudio del trazo de las murallas de
Jerusalén, aunque no hay un acuerdo unánime entre todos los especialistas.
Jesús
fue ejecutado y clavado desnudo en la cruz. Seguramente, aunque no se pueden precisar muchos
detalles, no fue atado por los brazos al travesaño, sino que se emplearon clavos
en las muñecas y en los pies, tal y como presenta la Sábana
Santa, sea o no auténtica.
En
junio de 1968 Vassilio Tzaferis, de la Dirección de Antigüedades de Israel, excavó algunas tumbas en unas cuevas del
nordeste de Jerusalén, en un lugar llamado Givat Hamivtar. En la necrópolis
descubrió una tumba familiar abierta en la roca, en el siglo I d.C., en la que se
encontraba cinco arquetas-osarios. Una de ellas contenía, entre otros restos, los huesos del talón derecho de un hombre,
de aproximadamente 1,63 metros de estatura y de unos veinticinco años de edad, que habían sido traspasados por un clavo de unos 12,5 cm. Llamaba la
atención que en la parte exterior del pie se había clavado una pequeña tabla de
madera para que el crucificado no pudiera liberarlo del clavo, aun a costa de
desgarrárselo, y que el clavo se había despuntado al chocar con la dura madera
de olivo de la cruz. Ni el clavo ni la madera
pudieron ser arrancados del cuerpo, de modo que cuando el cadáver fue retirado
de la cruz siguieron adheridos al pie. Del mismo modo, llama la tención que
los brazos de la víctima no habían sido clavados con clavos, sino que fueron atados
a la viga transversal de la cruz, y que las piernas no estaban partidas como
era lo habitual. De forma excepcional, en este caso, se permitió retirar al
cadáver de la cruz para darle un enterramiento digno en la tumba familiar. Lo
común era dejar que el cuerpo inerte fuera descarnado por las alimañas en la
zona del castigo. En el osario constaba el nombre del difunto, Yeochanan. ¿Pudo haberse hecho una excepción así también con Jesús y dejar que
fuera enterrado en un sepulcro?
Hay
ciertas cuestiones que la arqueología no puede resolver y menos aún si tenemos
en cuenta que nos separan dos milenios de Jesús. Sin embargo, los hallazgos
arqueológicos que hemos analizado en esta serie de “Arqueología de Jesús de
Nazaret” nos aclaran ciertos aspectos de su paso por la Palestina del siglo I.
Autor| José Antonio Cabezas
Vigara
Vía|
CROSSAN J. D. y REED J. L., Jesús desenterrado. Barcelona, Crítica, 2007
Imagen| Calvario
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