Nicolás Maquiavelo, uno de los peores ejemplos de filosofía política,
¿o no?
Nicolás Maquiavelo |
- «¿Alguna
vez te preguntas si eres un hombre malo?
- No.
No me lo pregunto, Marty. El mundo necesita hombres malos. Somos los que
mantenemos a raya a los otros hombres malos».
No es una novedad que el término maquiavélico
aparezca vinculado a cualquier aspecto negativo de la política. Desde que
escribe El Príncipe, hace quinientos
años, el florentino Nicolás Maquiaveloacarrea
una leyenda negra, un halo de perversión y maldad en el que se inspiran
distintos líderes políticos -de dudosa moralidad todos ellos-. No hace falta
más que ver algunas ediciones del libro, comentadas por personajes como NapoleónyMussolini, para reafirmarse en la idea.
Tenemos fácil sumarnos al imaginario colectivo y decir que Maquiavelo es más malo que la tiña; un
diablo. Lo peor de la filosofía política. Uno de los malos más malos de la
historia. Vemos que El Príncipe está
dedicado a Lorenzo de Médicis, uno
de los grandes Príncipes de la Italia del Renacimiento, y añadimos a la condena
cargos por trepa y pelota. Maquiavélico:
la máxima expresión de la perfidia, la falta de escrúpulos y la astucia,aderezado
con una buena dosis de mala leche. Añadimos la tan trillada cita «el fin justifica los medios» y,
finalmente, imaginamos al florentino como a un ser oscuro, malvado, sin
conciencia ni moral: un monstruo.
En artículos de opinión y en tertulias -esas charlas de cuñaosen los medios de comunicación-, el
adjetivo maquiavélico está presente
día sí, día no. En alusión a los navajazos
políticos en los pasillos del poder; cuando un miembro del Congreso describe
como maquiavélicos a ciertos
presentes en la sala; para describir a quiénes, presuntamente, se han
enriquecido por sus contactos y a costa de los contribuyentes. Preguntas en charlas de café a tus
amigos, conocidos y saludados sobre Maquiavelo,
y un bufido que suena Pfff, te deja
claro que su significado no da lugar a que sea algo positivo. Escuchamos
todo esto y lo damos por cierto o, al menos, «se non è vero, è ben trovato»,
pensamos.
Recuerdas a Robert Louis Stevenson con lo de «Algo
debe haber hecho mal o no sería tan famoso», y luego a Thomas Carlyle con lo otro de «A menudo los grandes son
desconocidos o peor, mal conocidos» y ves que cuadra a la perfección con Maquiavelo. Otro más que pasa a la
historia, y la memoria colectiva, como lo que no es.
Entonces, ¿quién es, y
quién no es, Maquiavelo?
Siento la decepción, pero lo cierto es que no hay nada de maquiavélico en Nicolás Maquiavelo; del mismo modo en que asociamos lo de
«Elemental, querido Watson» a un Sherlock Holmes que nunca lo dice, hemos creado
el retrato de alguien muy alejado de la realidad, basándonos en... nada. Bueno,
no en nada, sino en el éxito que han tenido sus máximos enemigos y detractores:
los Príncipes. Si, esos mismos a los que creemos que Maquiavelosirve, hace la pelota y ríe las gracias.
Vayamos por pasos. La idea aquí es mostrar los hechos y los motivos
que inducen a la condena del florentino. No pretendo desgranar los detalles de
su biografía. Para quién tenga ganas de conocer bien al personaje y su época,
le recomiendo La sonrisa de Maquiavelo,
de Maurizio Viroli: una lectura
amena, documentada y explicativa del hombre y sus circunstancias.
Nacido en 1469 pertenece a una familia de tercera fila, pobre y sin
ningún tipo de influencia, cosa que en Florencia
equivale a decir que se es un cero a la izquierda. Nicolás crece leyendo a los Antiguos -César, Plutarco,Tácito y
Ovidio-, y a los Modernos -Dante,
Petrarca y Boccaccio-. De ellos aprende lecciones de filosofía, política e historia, y el estilo, el lirismo, la
concepción de la vida y la imagen
moderna del hombre. De la vida en las calles y plazas de Florencia -su universidad de la vida-, aprende a amar
y ser pasional, la admiración por la belleza, el respeto por la vida, el
pragmatismo de la dureza de la existencia y la maldad de algunos hombres.
Maquiavelo se presenta a
todos como historiador: no se
considera un pensador político, ni mucho menos un filósofo, sino un simple observador y estudioso de los hombres y sus
hechos. Su educación, su visión del mundo y su carácter
burlón e irreverente, hacen que se le conozca, entre sus conciudadanos, como autor de teatro y por su ingenio, sus
frases punzantes y por los relatos que llevan a la carcajada. Nunca a nadie en
la Florencia de la época se le pasa
por la cabeza referirse a IlMachia -así le llaman sus amigos- como político, ni
nada parecido. Ni tampoco a él mismo. Sencillamente no lo es.
¿Sorprendidos? Pero a ver, un individuo que trama esos planes malvados
sobre política, por fuerza ha de ser político, ¿no? Pues no. Lo más que ha sido
Maquiavelo es Jefe de la Segunda Cancillería y Secretario de los Diez de la Libertad. ¿Los Diez de la qué? La
libertad. Y no es un sarcasmo. Maquiaveloes
un funcionario de segunda que se encarga de la política exterior de la
República. ¿De la qué? De la República
de Florencia, una vez se ha expulsado a los Médici del poder, los ciudadanoshan votado, elegido a sus
representantes y demás cosas que conlleva el regirse por un sistema
democrático.
Que la Signoría de Florencia confíe estas tareas a un joven plebeyo,
es debido a la meritocracia, ese
sistema -¿utópico?-por el que un individuo vale lo que valen sus aptitudes: es
decir, si uno demuestra que es capaz de hacer algo, y hacerlo bien, no importa
nada más. No cuentasu riqueza, ni la de sus padres, ni tampoco sus simpatías,
ni antipatías.
El punto a favor de il Machia, es su gran capacidad de conocimiento y análisis. Es un lince capaz de calar
bien a las personas, sus intenciones y lo que realmente esconden tras sus
palabras. Y también sabe deducir las
maniobras de los estados; gracias a su pasión por la historia, recurre a
sus conocimientos sobre el pasado y deduce lo que vendrá a continuación. Así seconvierte
en alguien imprescindible para la ciudad, en medio de la realidad política del
momento: Francia y la Monarquía Hispánicacalculando sus
fuerzas para devorar Italia,
mientras los estados italianos pugnan entre ellos por la hegemonía.
Maquiavelo
demuestra poderpresentarse ante rivales de gran talla y salir del conflicto
victorioso o, al menos, sin que Florencia
pierda nada. En sus primeros encuentros se mide ante César Borgia y Caterina
Sforza -apodada La loba, una
mujer vestida con armadura y que ante la amenaza de matar a sus hijos responde
levantándose la falda, enseñando el tema, y diciendo que puede hacer más niños-,
a quienes causa una buena sensación: aunque no entienden cómo alguien de baja
cuna represente a una ciudad-estado tan importante, si valoran y toman nota de
su capacidad y valía. De hecho, en la postraría de sus vidas ambos mantienen un
buen recuerdo de ese secretario florentino.
Pero ¿cómo llega ser conocido por lo que es conocido? Cómo él mismo
dice, e IgnatiusReilly coincide en su pesar, «por el devenir de la Fortuna». Políticamente el gobierno deFlorencia no conviene ni a las
potencias extranjeras, ni a los demás estados italianos. Mientras sea una República popular, no tomará parte
activa en la guerra que se avecina; se mantendrá neutral y no entrará en el
juego de ningún Príncipe.
Y precisamente los Príncipes buscan un asidero en Florencia, con vistas al dominio de Italia. Por lo tanto maniobran
para acabar con esta República: la mejor manera que encuentran es restituir a
los Médicis en el poder. Una vez
recuperan el gobierno de Florencia, desmantelan de inmediato el sistema de la Signoría. Los que no son castigados o
encarcelados, son cesados de sus cargos, Maquiavelo
entre ellos. Ya antes del retorno de los Médicis,
IlMachia ha sido atacado y denunciado por ciudadanos anónimos por todo tipo de
delitos, a cuál más absurdo. El mejor, sin duda, es la denuncia por «follarse a
La Riccia por el culo», cosa que
provoca más hilaridad y admiración en Florencia
que otra cosa. No solo resulta que ninguna acusación tiene fundamento alguno,
sino que los miembros de la Signoríasaben
bien que la envidia es el motor de todas ellas.
Los Médicis no tienen
contemplación alguna en echarle y negarle cualquier tipo de cargo. Y, lo que es
peor, ¿quién se juntará con él, o le apoyará, ahora que está marcado? Tiene ya
cuarenta y cuatro años, una edad avanzada para la época, y nada que perder. Ama
Florencia, ama la libertad y
desprecia a los que monopolizan el poder en sus manos. Arruinado, sin trabajo,
rechaza las ofertas que poderosos señores le hacen para que se convierta en su
consejero: les responde diciendo que él solo sirve a los ciudadanos y estados
libres, y no a un Príncipe.
Desencantado con la situación en Florencia
y por lo que intuye, con acierto, que está por llegar, es cuando Maquiavelo hila una tras otra las
palabras que formarán El Príncipe. No
tiene otra cosa que hacer, más que sentarse y poner por escrito todo lo que ha
aprendido, ya sea a través de los libros, en las calles o durante su cargo en
la Signoría.Además, es un cínico de
cuidado. Y esta es la grandeza de El
Príncipe. Y la perdición del propio Maquiavelo.
¿Qué es lo que pretende exactamente? ¿Hacerle el juego a un poderoso?
¿Intentar recuperar su carrera? ¿Demostrar algo? Un libro como El
Príncipe no tiene sentido alguno si se imagina como un libro de ayuda. No
tiene explicación que alguien cómo IlMachia, que no es un Príncipe, escriba un
manual de gobierno, un manual sobre cómo gobernar, a alguien que ya es un
Príncipe y cuya familia ha ostentado el poder durante años. Y menos sentido
tiene que la reacción de Lorenzo el
Magnífico, a quién le dedica la obra: detenerlo, torturarlo, encarcelarlo
y, finalmente, desterrarlo de Florencia.
Y es que Lorenzo resulta
ser más listo que nosotros, que llamamos maquiavélico
a cualquier hecho reprobable; lo que ve en El Príncipe es a Maquiavelo contándole detalladamente
todas y cada una de las maniobras que él, y sus aliados, han realizado para
alzarse con el poder. Cada una de las situaciones, cada palabra y cada
justificación es analizada en todos sus matices. Y entre líneas Lorenzo ve a IlMachia diciendo: «sé lo
que haces, lo que no haces, lo que cuentas y lo que callas, lo que muestras y
lo que escondes. Sé todo lo que pretendes y cómo lo consigues. Conozco tu
juego. Y ahora, lo desvelo y lo dejo por escrito para que mis iguales aprendan
y no caigan en tus manos».
Maquiavelo,
desterrado de su amada Florencia,
vive lo suficiente para ver cómo Italia
se desmorona, atrapada en la lucha entre Francia
y la Monarquía Hispánica, algo que
ya ha predicho y que la ineptitud de los Príncipes no ha podido evitar. Su
alegría, su jovialidad, incluso su cinismo han desaparecido ya. Es un hombre
anciano, amargado, para el que ya solo queda la tristeza, el miedo y la
resignación cómo él mismo escribe:
«Yo espero, y
esperar acrecienta el tormento;
lloro, y llorar
nutre el desdichado corazón;
río, y mi
reír no pasa adentro;
ardo, y el
ardor no se ve afuera;
yo temo lo
que veo y lo que siento:
toda cosa me
da nuevo dolor;
así
esperando, lloro, río y ardo,
y de lo que
oigo y contemplo tengo miedo».
Los Príncipes condenan
a Maquiavelo y su obra, lo
proscriben, lo desdibujan y crean el primer monstruo. Los pensadores a su
servicio alzan sus plumas contra él; en 1559, El Príncipe entra dentro del Índice
de libros prohibidos y de ahí se le denomina «El malvado Maquiavelo».
Incluso Federico II de Prusia se
permite escribir el Antimaquiavelo, en el que refuta las teorías -aunque sin
entenderlas- a la vez que se presenta como el monarca ideal. Lo que ninguno de
ellos menciona es que además de la crítica
a un sistema, IlMachia se convierte en el fundador de la filosofía política moderna: el teórico de un nuevo
mundo, desencantado, en el que el individuo está solo, sin Dios y a merced de
unos poderosos sin más miramientos que su propia subjetividad. Lo que Maquiavelo retrata es la condición humana
de la política: si reconocemos nuestras limitaciones y debilidades tal vez
podamos aspirar a algo mejor.
Lo que nos queda es su legado. Y, a través de él, sospechar
que, tal vez, Maquiavelo no es
maquiavélico, y los maquiavélicos no son lectores perspicaces ni intensos
de Maquiavelo. Tal vez IlMachia sea ese
hombre malo quemantiene
a raya a los otros hombres malos.
Autor| Roger Mesegué Gil
Vía| Roger Mesegué Gil
Imagen| Wikimedia
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