Una
crítica a la lectura historicista del registro material
Tumbas de nichos laterales en el yacimiento de El Soto (Madrid) |
Las identidades no se definen por un solo
rasgo. En este sentido, la lectura historicista del registro material puede
llevar a muchos errores de interpretación.
No hay correspondencia entre lengua, cultura y raza. La identidad étnica es una construcción social, que hay que entender en un contexto concreto, y creado por sujetos sociales que esperan tener determinados réditos políticos. La identidad es cambiante a lo largo de la vida, y además es pluriestratificada. Los grupos étnicos son formas de agrupación secundaria que se piensan a sí mismos que son primarios.
No hay correspondencia entre lengua, cultura y raza. La identidad étnica es una construcción social, que hay que entender en un contexto concreto, y creado por sujetos sociales que esperan tener determinados réditos políticos. La identidad es cambiante a lo largo de la vida, y además es pluriestratificada. Los grupos étnicos son formas de agrupación secundaria que se piensan a sí mismos que son primarios.
El problema no es que
sea real la pertenencia a una etnia. Lo importante es que el pertenecer a una
etnia es un elemento significativo en ese contexto. Por eso se definen en
términos étnicos. La construcción de las comunidades
políticas postimperiales se ha basado en procesos de integración y
exclusión sociopolítica legitimados en términos étnicos: Reino Suevo, Regnum Gothorum, etc.
Aunque la identidad de
una comunidad no es más que una representación
de la misma, que no tiene por qué reflejar la realidad, contribuye a la
construcción de la realidad (y por eso hay que estudiarla).
¿Es posible entonces
identificar un grupo étnico a través de la arqueología?
El arqueólogo postprocesualista
S. Brather propuso la imposibilidad de las lecturas étnicas.
El historicismo cultural, por el contrario, diría obviamente que sí:
la aparición de un broche visigodo en una necrópolis, representaría una necrópolisvisigoda. La arqueología ha
puesto de manifiesto que esto es incorrecto. El empleo de categorías como
“necrópolis visigoda” o “judía” no sólo conlleva a menudo un error de
valoración, sino que minusvalora la complejidad
real del registro arqueológico funerario de esta época y de las sociedades que
lo generaron.
El ejemplo son los nichos laterales en las fosas de
algunos yacimientos como Gózquez o El Soto, en Madrid. Musulmanes y judíos han
utilizado fosas de inhumación con cámara lateral al menos durante un tramo de
la Alta Edad Media, y los segundos continuaron sin duda haciéndolo durante
algunos siglos más. Por lo tanto, tendríamos la paradoja de un “judío-musulmán”. La clave es que se
tratan de necrópolis multiconfesionales.
Además, en El Soto (Barajas), en las fases más antiguas se entierran como
cristianos, pero a partir del 750, aparecen enterramientos islámicos. Los
análisis de ADN mitocondrial explica que las familias eran las mismas.
Lo cierto es que los visigodos
son una invención histórica: lo
importante son los sujetos sociales. En el caso de Gózquez el supuesto
“cementerio visigodo” es un cementerio aldeano. No todo es lo que parece, y
desde luego, lo importante más que identificar “visigodos” o “romanos” es
identificar a los sujetos sociales que componían estos pueblos. ¿Cementerio
aldeano? ¿De las élites?
Además, la arqueología
se encuentra con varios problemas en
este sentido, como las contradicciones del paradigma “visigotista”:
- Ausencia de “necrópolis
visigodas” en la Galia durante el reino de Narbona.
- La presencia de
objetos “visigodos” en Hungría, el Danubio y el Reno, y el Ródano, donde no
están documentados los visigodos.
- La ausencia de
“necrópolis visigodas” en las ciudades y centros de poder donde sabemos que hay
visigodos (como Toledo).
- Algunos análisis
antropológicos, como los análisis biométricos de Castiltierra que muestran
actividades campesinas.
Otro ejemplo podría ser
el del final de las villas romanas.
Hay un cambio funcional de estos espacios: las villas dejan de ser villas, se
acaba la ocupación de estos lugares. Pero la memoria de la comunidad se
ritualiza en las villas.
Sin embargo, las
fuentes escritas reflejan lo contrario al registro arqueológico.
También está el caso de
las Necrópolis del Duero (NPI), los cuchillos tipo Simancas, la TSHT, etc.
Aparecen también fuera del Duero. Están asociadas a comunidades rurales que
conforman lo que parece las primeras aldeas (c. 420-500). Son las primeras formas
de sociabilidad aldeana o aldeas de primera generación. Lo que hoy se considera
es que hay una estrategia de distinción
basada en desarrollar una identidad romana. Allí donde el Imperio no está
activo es donde se utiliza.
¿Por qué las
identidades se hacen explícitas en los registros
funerarios?
En el registro
funerario se registran algunos procesos claves de reproducción social: mecanismos que garantizan el mantenimiento
social existente. La muerte es una fase clave, hasta el punto de que, en
ocasiones, conocemos elementos funerarios pero no dónde vivían. La muerte tiene
una dimensión social que refleja
muchas cosas, como comunidades políticas, etc.
Es tan importante, que
a veces se monumentaliza. Los romanos monumentalizaban la muerte a pesar de que
practicaban la cremación.
La clave es que la
celebración de la muerte no es sólo un acto ritualizado pensando en la
salvación, sino representativo para los vivos,
para los que necesitan a través de estos rituales, reivindicar un determinado status. Es decir, tiene fines políticos muy concretos.
Aparte está la función
que ejercía como memoria de la comunidad:
en la Edad Media, con otros mecanismos, asistimos a fórmulas de
monumentalización de la muerte que garantizaban el mantenimiento social
existente. Son los vivos los que entierran a los muertos, y esto es muy
importante. Los cementerios en época medieval son lugares donde se depositan la
memoria de la comunidad. Los excluidos,
son aquellos que no están en los cementerios.
Después del historicismo
cultural, apareció la New Archaeology o Arqueología
Procesual, una corriente anglosajona que entre otras cosas, defendía que los
cementerios reflejan la sociedad de los vivos; y que los ricos objetos de los
ajuares, reflejan una diferencia social interna. Ahora, ¿qué hay de las tumbas sin objetos?
Más adelante, en los
años 80, apareció el Postprocesualismo,
que defendía que los objetos son significativos en un contexto. Además, se
reconsidera la relación entre cultura material y etnicidad como compleja. En cuanto al mundo funerario,
defendían que las necrópolis no son un reflejo directo de la sociedad de los
vivos, es decir, entendían las necrópolis como un lugar de competición social
en el mundo inestable de los vivos (Guy Hallsall, La Rocca, W. Pöhl).
Esta corriente obliga a
repensar las cuestiones. Hay que intentar comprender qué contextos son para
valorizar la pérdida voluntaria de riqueza.
Por último, se podría
citar el caso de individuos arrojados a
silos, esto es, excluidos de la
comunidad. Es decir, los cementerios no son la única forma de enterramiento. Al
lado del cementerio comunitario, se encuentran otras formas coetáneas que son
significativas, como el caso de los silos. Están excluidos del espacio de
representación de la comunidad, hay una estrategia de olvido. Juegan un papel dentro de la comunidad: la forma de vida
genera individuos excluidos aunque antropológicamente, son iguales a los demás.
Estos depósitos especiales se han documentado en yacimientos como el de Gózquez
(Madrid).
Vía| Academia.edu
Imagen| Acedemia.edu
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