Los dólmenes eran
monumentos megalíticos que tenían fundamentalmente funciones funerarias, pero ¿qué
otros usos se les daban?, ¿eran como calendarios astronómicos gigantes o
incluso como diagramas del cosmos?
Interior del corredor del dolmen de Soto durante el equinoccio de otoño |
A partir del Neolítico, y hasta mediados de la Edad de
Bronce, los primeros agricultores y ganaderos, que gradualmente comenzaban a
tener un comportamiento más sedentario, fueron los que empezaron a construir extraordinarios dólmenes y otros monumentos arquitectónicos
con grandes bloques de piedra conocidos hoy como megalitos, del griego “mega”
grande y “lithos” piedra. Muchos de ellos todavía perduran en la actualidad y
podemos visitarlos en muchos lugares de nuestro entorno, tales como el impresionan
y monumental dolmen de Soto, en Huelva, o el de Aizkomendi, en Álava.
Hay varios tipos de dólmenes, que ya describimos en “10
formas de construir un megalito”, pero en general podemos decir que los dólmenes
son construcciones más o menos complejas que esencialmente están formados
por varios ortostatos verticales que soportan el peso de otros colocados encima
de forma horizontal, llamados “losas de cobertura”. Estas construcciones solían
cubrirse con un túmulo o montecillo artificial normalmente formado de piedras y
tierra que, a su vez, daba solidez a la construcción. Sin embargo, en muchos
casos el túmulo no ha llegado hasta nuestros días, tal como ha ocurrido en el
caso del dolmen de Aizkomendi.
Dólmen de Aizkomendi en Egilaz, Álava |
La función básica más importante de los
monumentos megalíticos sería sin duda la de servir de sepultura y dentro de los dólmenes hay un espacio, llamado “cámara”,
donde se depositaban los restos de los muertos: a veces se depositaba
allí el cuerpo entero, mientras que en otras ocasiones se colocaban solo los
huesos o incluso las cenizas después de la incineración. En muchos casos encontramos en los dólmenes enterramientos
colectivos y así, por ejemplo, en Aizkomendi fueron extraídos "70
calaveras y más de cinco carros de huesos” cuando
se descubrió el dolmen, en el siglo XIX.
Sin embargo, algunos investigadores han
llegado a la conclusión de que los dólmenes no solo eran meros
"depósitos" de los restos de los muertos, sino que tenían otras varias
funciones. En algunos casos está claro que la funcionalidad de los dólmenes
tuvo que ser más compleja que la
estrictamente funeraria porque, por ejemplo, en el espectacular dolmen de
Soto se enterraron solo 8 cuerpos “y la envergadura y carga simbólica de su
construcción (recordemos que su construcción habría requerido un formidable
esfuerzo de varios cientos o miles de horas de trabajo y una participación
colectiva de al menos varias decenas de personas) no se corresponde como
contenedor reservado al enterramiento exclusivo de 8 individuos”, como se dice
en la página web de la junta de Andalucía.
Asimismo, también se les atribuye a los
dólmenes funciones religiosas,
ceremoniales y conmemorativas, es decir, habrían sido como una especie de
templos de la Prehistoria, de lugares comunes de encuentro o de culto donde se
visitaba a los difuntos para honrarles y venerarles. Seguramente, a través de
las ceremonias y ritos funerarios, se pretendía honrar a los difuntos para, al
mismo tiempo, asegurar el bienestar de los vivos, ya que creían que los
espíritus de los muertos viajaban por el cosmos y si se les hacía ofrendas en
los dólmenes, sus espíritus satisfechos contribuirían a mantener la estabilidad en la tierra. Además, también se solía celebrar
ceremonias de otro tipo más
social, tales
como los ritos de iniciación, emparejamientos, bodas e incluso pudieron servir
de zona de mercado para el intercambio de ganado, semillas de grano etc.
Sin embargo los dólmenes constituían para
las personas del Neolítico algo mucho más complejo. Para algunos
investigadores, como Lewis-Williams o Pearce, los dólmenes eran una especie de
réplicas o “diagramas existenciales” del
cosmos, tal y como los hombres del neolítico y postneolítico lo imaginaban.
Para ellos, la religión y la cosmología estaban interrelacionados y se
imaginaban el cosmos como formado por varias capas principales: debajo se
encontraba el subsuelo o mundo subterráneo, en el medio la tierra, donde viven las
personas, y arriba se encontraba el firmamento, que es el lugar donde los
astros se mueven. Quizás, por tanto, el interior de los dólmenes reproducía en
cierta manera el aspecto de cuevas,
no solo porque quisieran rendir homenaje o continuar con la tradición de sus
inmediatos antepasados, los cazadores y recolectores nómadas, que habitaban e
incluso enterraban a sus muertos en las cuevas, sino también porque las cuevas
representaban una manera de llegar al "universo paralelo" del mundo
subterráneo desde la tierra. De la misma manera, el túmulo que se alza hacia el
cielo representaría la tierra que se proyecta hacia el firmamento.
Por lo tanto, los dólmenes podrían haber sido
considerados como un punto de encuentro con el firmamento, casi como el
eje del cosmos, desde donde todo el universo pivotaba y, así, podrían haber
servido de conexión entre las diferentes dimensiones del universo para aquellos
hombres prehistóricos.
También los dólmenes pudieron haber sido un
lugar de transición entre la vida (cosmos terrenal) y la muerte (cosmos
subterráneo), ya que se pudo considerar la muerte como un
pasaje transicional entre los diferentes ámbitos del cosmos, es decir, una
especie de transición entre este cosmos terrenal, el mundo subterráneo y el firmamento.
Aquellos hombres prehistóricos, posiblemente, pusieron creer en la existencia
de una ruta concreta que seguían las almas de los muertos en su viaje
transcosmológico de la Tierra al Cielo, o al mundo subterráneo, que pudieron
tener lugar en una época concreta del ciclo anual.
Vista aérea del impresionante dolmen de Soto en Huelva |
Esta visión cosmológica de la religión que
tenían los constructores de los megalitos, podría explicar por qué las entradas
a estas construcciones estaban normalmente orientadas hacia el este, lugar por
donde sale el sol por las mañanas, simbolizando así la
"regeneración", la vuelta a la vida o la resurrección. Se comprueba,
de este modo, que algunos dólmenes estaban orientados de este a oeste, tal y como
ocurre en el caso del dolmen de Soto, “de tal manera que los
primeros rayos de sol en los equinoccios tanto de primavera como otoño, 21 de
marzo y de septiembre, avanzan por el corredor y se proyectan en la cámara durante
unos minutos, en un rito donde quizás los difuntos renacían de la vida de
ultratumba, bañados por la luz solar”.
Asimismo, los dólmenes también pudieron haber
servido, a aquellos pioneros de la agricultura, como calendarios astronómicos para saber cuándo sembrar y recoger sus cosechas.
Finalmente, otra fascinante función estaría
relacionada con servir de delimitadores del territorio, esto es, podrían haber servido para
delimitar las tierras de los diferentes clanes vecinos o para delimitar campos
de cultivo. Es por ello que la mayoría de los dólmenes se encontraban en
lugares visibles. En cierta manera es como si los hombres prehistóricos del Neolítico,
aquellos primeros agricultores y ganaderos cada vez más sedentarios, quisieran
marcar sus dominios para dejar claro que desde el momento de la construcción de
los dólmenes, esas eran sus propias tierras.
En conclusión, podemos afirmar que los dólmenes
tenían varias funciones además de la estrictamente funeraria, puesto que
también se pudieron haber utilizado como templos, observatorios astronómicos o
como representaciones-diagramas del cosmos. Por suerte, muchos de estos
magníficos dólmenes todavía siguen en pie en nuestro paisaje, llamando la
atención a las generaciones presentes y venideras de la importancia que
nuestros antepasados han tenido (sin ellos nosotros no estaríamos aquí) y
seguirán teniendo: todos estos monumentos megalíticos más o menos grandiosos o
modestos, construidos por aquellos pioneros de la agricultura y la ganadería,
además del sedentarismo, hacen de enlace entre el pasado, el presente y el
futuro: rinden homenaje a nuestros antepasados, embellecen nuestro paisaje
y, en cierta manera, parecen enseñarnos la importancia de valorar el pasado y
de tenerlo siempre presente para que nuestros descendientes lo conozcan y
también puedan aprender de él.
Autor| José Ignacio
Ermina Irazábal
Vía| antrophistoria
Imágenes| Celtiberia, Dolmen de Soto
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