La identidad estigmatizada

El allanamiento de la identidad de Sara Bartmaan como estigmatización eurocentrista de África

Estampa satírica de la “Venus Hotentote”
Según Goffman, un estigma es una relación especial entre atributo y estereotipo, entendiendo por “atributo”, los componentes observables externos del sujeto y por estereotipo la clasificación tipológica convenida socialmente con matices discriminatorios. Esta relación concebida socialmente implica por tanto la no aceptación o el rechazo a los parámetros sociales de aceptación establecidos, así cuando el estereotipo es despreciativo, infamante y discriminatorio, se convierte en un estigma.

El estigma asimismo posee características clasificatorias y Goffman en su distribución atiende a tres tipos: las abominaciones del cuerpo, los defectos de carácter del individuo que se perciben como falta de voluntad, pasiones tiránicas o antinaturales, creencias rígidas y falsas, y por último, los estigmas tribales de la raza, la nación y religión. De lo anterior se deduce que la clasificación se limita a dos características que atienden al estigma, una al defecto físico y la otra a defectos de la personalidad.

Indudablemente los procesos y los factores que intervienen en la corporeidad de este fenómeno son numerosos, tantocomo lo es la diversidad en cuanto a formas culturales, sistemas de organización y estructura social, creencias políticas, religiosas o filosóficas; tan divergente como puede ser la especie humana. El hecho en cuestión es que este fenómeno de estigmatización ha sido objeto de investigación en tanto que se produce y se deduce de la articulación de la praxis humana como seres individuales y colectivos.

No obstante, existen paradigmas que resultan trascendentes respecto a la repercusión e influencia social y cultural que ha delineado la evolución de nuestra sociedad en los últimos siglos. Concretamente la etnografía y la antropología social como disciplina independiente en la primera mitad del siglo XX, pueden dar buena cuenta de este fenómeno a lo largo de la historia a través del método comparativo, siendo el objetivo descubrir paralelismos particulares en sociedades concretas en un momento determinado para a través del estudio de sus distintas formas y procesos, lograr ser reconocidos como semejanzas generales en la sociedad en general.

El caso concretamente elegido en este artículo, representa un magnífico ejemplo por la hibridez de los factores y fenómenos que fluctúan en el proceso de la génesis de una identidad estigmatizada que transciende más allá de factores físicos externos, del dimorfismo o la abominación del propio cuerpo.

El 29 de diciembre de 1815 fallecía en París Saartjie Baartmann a la corta edad de veinticinco años. A muchos este nombre no le resultará familiar ni tendrán referencia alguna de la chica en cuestión. Probablemente la cosa cambie si aludimos al nombre de Sara Baartman o la designación de “Venus Hotentote”. 

Ella fue una chica más de la etnia khoi-khoi o joi-joi (“hombres de los hombres”) quien ni por un momento alcanzó a adivinar su destino y mucho menos lo que este significaría para la humanidad y las ciencias humanas. Aquello que motivó el rumbo de su vida fue su identidad, una identidad no entendida como normalizada por el hombre occidental que por aquellos momentos pretendía hacer de lo ajeno, lo propio. Una época en la que los pobladores europeos llegaban a la Colonia del Cabo en el sudoeste africano, extensión ocupada por los holandeses durante más de un siglo (1652 –última década de 1780) precediendo a la posterior invasión de los ingleses en 1795. El término “hotentote” fue identificado con una variante africana de la lengua holandesa asociada con los “joi-joi” aunque todo indica que finalizara por absorber asimismo la denominación propia de la etnia. La noción de este término alude a “tartamudo”, de lo que se deduce que su uso en sí mismo soporta una intencionalidad peyorativa y despectiva en cuanto apelativo de referencia a los joi-joi.

La chica joi-joi, en su adolescencia fue vendida como esclava al inglés William Dunlop, quien consiguió persuadirla rápidamente para que lo acompañara a Europa. Llegó a Londres en 1810 y Dunlop la hizo recorrer toda Inglaterra exhibiéndola desnuda como una rareza, un insólito caso científico, un espectáculo circense que al poco condujo al escándalo.  La polémica divergió en varios intereses, no obstante las acciones y las protestas de aquellos que por entonces comenzaban a sensibilizarse con la derogación de la esclavitud concluyeron en la prohibición de la explotación y exhibición de la mujer.

Sin embargo los fines lucrativos no terminaron, tan solo tornaron de Londres a París, donde nuevamente volvió a ser exhibida por un domador de fieras durante quince meses, analizada por científicos como George Cuvier y al tiempo, cuando dejó de ser un show para la sociedad francesa, forzada a la prostitución, escenario que desencadenó la muerte de la joven de un lado por su inadaptación al frío clima y a las costumbres europeas y de otro por el abuso y expoliación de su cuerpo. Sara Baartman, falleció sola, enferma y alcoholizada a los cinco años de marcharse de su África natal, no obstante su muerte no puso fin a la articulación de su cuerpo como un producto que exhibir e investigar pues justo después de su deceso le fue practicada la autopsia y su cerebro, esqueleto y genitales fueron expuestos en el Museo del Hombre de París hasta 1994, momento en el que Nelson Mandela, presidente de Sudáfrica reclamara sus restos los cuales fueron repatriados en 2002.

Por aquella época, la sociedad europea aún se encontraba muy distante del reconocimiento y mucho más aún de la aceptación de la “diferencia y diversidad” de la raza humana. Así pues todo apuntaba a que sus singulares rasgos fisonómicos fueran sugeridos como la proyección de lo infame y lo atroz, de lo curioso e incluso gracioso. La esteatopigia (exceso de acumulación de grasa) que sufría en sus nalgas retratando en ellas un volumen desmesurado y una elongación de los labios menores de la vagina “sinuspudoris”, también conocido como cortina de la vergüenza, supuso el atenuante perfecto para la estigmatización de sus atributos.

Al margen de los rasgos físicos confluye el proceso de colonización por los europeos que las costas del continente africano veníasufriendo desde el siglo XV. Una invasión y dominación respaldada por la legitimada consideración de la superioridad occidentalen la que el determinismo biológico y las teorías evolucionistas custodiaban y justificaban en la herencia genética factores como la raza. Momentos en los que se llegó a considerar que la raza negra pertenecía a una especie distinta a la del blanco.

Posteriormente, la Ilustración reelaboró estas creencias pues se enfrentaban a la Iglesia, así, los ilustrados fueron poligenistas, afirmando el origen independiente de las distintas razas, a las que se da la consideraciónde especies. En perjuicio de los ilustrados los estudios y avances de los naturalistas en el conocimiento de la raza negra a partir del análisis de la sangre y la piel, sustentaron la idea de que el negro pertenecía a una especie distinta y por tanto inferior al hombre, de manera que algunos como Georges Cuvier intensificaron sus investigaciones en el afán de encontrar parentesco entre el negro y el mono. El fallar en tal propuesta y no hallar parentesco alguno con los hombres verdaderos (los blancos) Cuvier consideró que no tenían historia y peor aún, eran una creación que obró la naturaleza y como especie natural y en tanto que objeto de estudio su lugar estaba en los museos de historia natural y los zoológicos. Una práctica que hizo habitual la muestra de los restos de muchos ejemplares en numerosos museos de historia natural, europeos y americanos lo largo del siglo XIX. Como ejemplo recordar el no tan lejano caso de “El negro de Banyolés”.

África fue considerada como territorio exclusivo de la etnografía de la época pero además hubo otros fundamentos pues el etnocentrismo concentra una coherencia económica que lo justifica, afirmando que los negros necesitaban de la tutorización europea.

Vía| El País
Imagen| Gallica

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