Leonardo Da Vinci, el
genio del humanismo, sigue suscitando interpretaciones diversas en la
actualidad, como en el caso de una de sus obras más famosas ‘La Última Cena’
Si a cualquiera de nosotros nos pidieran que mencionáramos a un gran genio
probablemente la mayoría nos acordaríamos de Leonardo da Vinci. De
Leonardo ha transcendido, a lo largo de los siglos, quizás más su genio que sus
obras. Ejemplo de ello es la pintura de “La
Última Cena”, realizada por el maestro para el refectorio dominico de Santa Maria delle Grazie, en Milán, del que tan sólo resta del original un 20% de
la misma y sin embargo hoy en día siguen discutiéndose infinitas teorías sobre
sus posibles significados.
Leonardo nació en Vinci, a unos 30 kilómetro de Florencia,
el 15 de abril de 1452 y se formó en el
taller de Andrea Verrocchio. Desde bien joven dio muestras de sus
capacidades artísticas. Sirvió en la corte Florentina a la familia de los
Medicis, grandes mecenas del arte y la cultura de la época, pero sintiendo que
ese ambiente limitaba su vena creativa decidió trasladarse a Milán.
Es en Milán, entre
1482 y 1499, donde Leonardo
desarrollará la mayor actividad en cuanto a obras, bajo el amparo del Conde Ludovico Sforza “El Moro”. Fue él
quien le encargó a Bramante la realización de la reforma del convento dominico,
de Santa Maria delle Grazie, que quedó en
la realización de una tribuna de planta central que serviría de mausoleo para
los Sforza. Probablemente también salió del Conde Ludovico el encargo de la
pintura para el muro norte del refectorio a Leonardo Da Vinci.
El tema elegido era obligado, pues por precepto en los
refectorios de los dominicos debía haber dos imágenes: la de la Crucifixión, que había sido
terminada por Donato Montorfano en 1495, y la de “La Última Cena”, que Leonardo debía pintar en el muro
septentrional de la estancia. La obra la
realizó entre 1495 y 1498, años en los que Luca Pacioli, matemático y amigo
de Leonardo, afirmó en la introducción de su obra De divina proportione haberla visto terminada.
Leonardo pensó mucho en la disposición de la escena que
quería realizar, haciendo múltiples
bocetos y estudios previos, e incluso corrigiendo figuras una vez
realizadas. Para él el de la vista era
el sentido principal, una observación atenta en su opinión nos ayudaba a
comprender el mundo y esta comprensión era la que él buscaba plasmar en sus
obras.
En la época de la que hablamos, la técnica empleada para
pintar muros era la del temple, que
implicaba que los pintores debían trabajar a un ritmo rápido, pues el pigmento
debía aplicarse sobre la cal todavía húmeda para que esta funcionase como
aglutinante. Pero este ritmo de trabajo no le gustaba a Leonardo que prefería
hacer las cosas más lentamente. De hecho así describe Matteo Bandello, entonces un joven monje, la manera de trabajar de
Leonardo:
“Llegaba bastante temprano, se
subía al andamio y se ponía a trabajar. A veces permanecía sin soltar el pincel
desde el alba hasta la caída de la tarde, pintando sin cesar y olvidándose de
comer y beber. Otras veces no tocaba el pincel durante dos, tres o cuatro días,
pero pasaba varias horas delante de la obra con los brazos cruzados, examinado
y sopesando en silencio las figuras. También recuerdo que en cierta ocasión, a
mediodía, cuando el sol está en su cénit, abandonó con premura la Corte Vecchia
donde estaba trabajando en su soberbio caballo de barro y, sin cuidarse de
buscar la sombra, vino directamente
Santa Maria delle Grazie, se encaramó al andamio, cogió el pincel, dio una
o dos pinceladas y luego, se fue.”
Por esto Leonardo inventó extender sobre el muro una fina
capa de enlucido, sobre la que aplicó una fina capa de estuco y luego una
imprimación de yeso y albayalde, lo que le permitiría utilizar varias capas de
pintura al temple e incluso en algunas zonas al óleo. La humedad crónica del
refectorio no casó muy bien con el invento de Leonardo, que ya en vida tuvo noticias de que su obra se estaba desintegrando.
Para el tema, Leonardo
escogió justo el momento en el que Jesús les comunica a sus discípulos que uno
de ellos va a traicionarle, no el tradicional donde se celebra la
Eucaristía, hacerlo así le permitió reflejar en los rostros de los apóstoles
las distintas reacciones posibles ante el anuncio, los apóstoles hablan uno con
otro, en un aparente caos, reflejando desde la angustia hasta la rabia. Leonardo retrata un drama de proporciones épicas
dentro de un ambiente de cotidianidad. Los apóstoles se distribuyen en
cuatro grupos de tres personas con Cristo en el centro el único silencioso y
absorto en sí mismo y que constituye además el punto de fuga de la obra.
El hecho de que cada
personaje sea tratado como un individuo único y no como un estereotipo, y
los detalles que definen a cada uno además de su disposición en el cuadro ha
dado lugar a múltiples estudios y teorías.
La técnica pictórica
que emplea también es original, creando una sensación atmosférica, ambiental y colorística mucho más compleja
de lo que era habitual en el Cuatrocento. Todas estas características hicieron
que la fama de la obra se extendiera rápidamente hasta nuestros días.
Autor| Ana Rebón Fernández
Vía| Ana Rebón Fernández
Imagen| Wikipedia
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