Una
metáfora celeste al servicio del Princeps
El Circo Máximo romano |
La ciudad de Roma puede
presumir de ser la capital mundial del patrimonio arqueológico por
excelencia. Uno de los emblemas de la propia ciudad, incluso de la
misma Italia, es sin lugar a dudas el Coliseo. Cientos de miles
turistas lo visitan cada año, fascinados ante tal maravilla fruto de
la ingeniería romana. El Ministero dei beni culturali italiano
vela por el mantenimiento de dicha joya arqueológica, así como de
los foros y museos, entre otros.
Un
caso a parte es el Circo Máximo, un edificio consumido por el paso
del tiempo y caído en el olvido. Un campo de hierba y unas pocos
restos excavados es todo cuanto queda de uno de los grandes símbolos
de la antigua Roma. A penas suscita el interés de unos pocos
turistas y mucho menos del Ministero dei beni culturali,
que desde hace tiempo decidió invertir sus esfuerzos en áreas
arqueológica más atractivas para el turismo. Una mala gestión y
una más que acusada falta de fondos han permitido tal abandono, así
como una preocupante falta de memoria histórica. Los romanos de la
época republicana e imperial jamás podrían entender cómo es
posible que sus descendientes hayan olvidado uno de los lugares más
importantes de la ciudad, el Circus Maximus.
El
origen del circo en Roma es muy antiguo. Cuando los primeros griegos
llegaron a la península itálica, transmitieron su cultura y
costumbres
entre los pueblos que encontraron a su paso.
Probablemente
el pueblo etrusco aprendiera de los griegos el concepto y práctica
del circo, y los etruscos a su vez lo legaran al pueblo romano. El
historiador romano Tácito cuenta que el circo es de origen griego,
surgido en la Magna Grecia y Sicilia, ambas colonias griegas. En
cuanto al origen del nombre, Publio Varrón lo atribuye a la forma
circular de la estructura; en cambio, el escritor cristiano
Tertuliano en su De
spectaculis
dice que deriva de la maga Circe, pues fue ella misma quien creó un
circo para celebrar una serie de juegos en honor de su padre difunto
el Sol.
El
historiador romano Tito Livio explica en su Ab
urbe condita
que la práctica de juegos de circo comenzó durante el reinado del
quinto rey de Roma, el etrusco Tarquinio Prisco (616 – 578 a. C.).
Bajo su mandato se acondicionó el Valle Murcia, donde después sería
construida la primera estructura del Circo Máximo: la elección de
dicho valle no fue casual. El historiador griego Plutarco cuenta que
el legendario rey Rómulo encontró en ese mismo lugar, escondido
bajo tierra, un altar dedicado al dios Neptuno o Conso, protector de
los cereales. Rómulo decidió celebrar el hallazgo con una serie de
juegos dedicados a la deidad, llamados Consualia;
invitó al pueblo vecino, los sabinos, y aprovechó la distracción
de éstos durante los juegos de circo para raptar a sus mujeres y
tomarlas como esposas, pues por aquel entonces había muy pocas
mujeres en Roma.
Desde
muy antiguo el valle estaba consagrado a una primitiva diosa llamada
Murcia,
y con el paso del tiempo se sumaron los cultos del dios Conso y Venus
Obsequens.
El área del circo quedaba fuertemente ligada a cultos
agrario-reproductivos.
A
partir del siglo III a. C. los romanos dedicaron en el circo un
templo al Sol y la Luna y un santuario al dios Summano,
divinidad principal del fulgur
Summanium.
De manera que al valor agrario-reproductivo del lugar se sumaba
también un valor cosmológico, solar y lunar.
Por orden de Julio César fue
construido el definitivo Circo Máximo sobre una estructura
preexistente del siglo VII a. C., situada entre los montes Palatino y
Aventino. Un monumental edificio con capacidad para una media de
150.000 espectadores, terminado en época imperial bajo el mandato de
Augusto. Precisamente con el primer emperador de Roma el Circo Máximo
se convirtió en el símbolo del poder y grandeza del Imperio.
El
hecho de que fuera un edificio destinado principalmente a carreras de
caballos es el dato menos significativo. Para los romanos y
especialmente para Augusto, el Circo Máximo era mucho más que un
circo, en realidad era
un modelo en miniatura del propio universo.
Partes del Circo Máximo romano |
Con
Augusto el edificio circense adquiere un nuevo significado, elegido
como lugar ideal para manifestar todos sus atributos de poder. El
mismo Augusto se convierte en el nuevo Rómulo y pater
patriae,
padre de la patria. El Circo Máximo era el escenario ideal para
representar los conceptos imperiales de victoria
y aeternitas:
el antiguo culto al Sol se convierte en aeternitas
para exaltar el poder de Augusto por encima del espacio y tiempo,
como vencedor eterno que garantizaba la paz y prosperidad del
Imperio; mientras que la victoria
representaba al Princeps
Augusto
como divinidad protectora de Roma, siempre victorioso en la guerra
contra los pueblos enemigos. Augusto garantizaba la victoria sobre el
caos y el regreso a la Edad de Oro; todo ello era posible en el
Circo Máximo mediante la celebración de los ludi
circenses,
ludi
Saeculares,
ludi
Martiales,
ludi
Augustales
o los cumpleaños de los emperadores, muy especialmente el cumpleaños
de Augusto, celebrado como punto de partida de una nueva época
dorada.
Augusto,
al inicio del principado, ordenó instalar en la spina
del circo una serie de símbolos que acrecentaban la idea de Circus
imago poli,
es decir, el circo entendido como representación del universo. En el
centro fue colocado un obelisco de época de Ramsés II, traído
desde Egipto, como símbolo del Sol, que hoy día se encuentra en
Piazza del Popolo. Por orden del general Agripa se instalaron de
nuevo siete delfines para contar las vueltas de las carreras, aunque
en su origen reproducían un rito agrario expulsando el agua sobre la
tierra; en su nueva función, expulsaban el agua dentro de un
recipiente que representaba el mar en contacto con la tierra,
potenciando así la idea cósmica del circo; además, los delfines
estaban conectados a su vez con una estatua del dios Posidón.
Cabe
destacar la importancia del mar, Posidón y los delfines como
símbolos de las victorias de Augusto por mar y el dominio completo
del Mediterráneo; el Princeps
es concebido como el nuevo Posidón. En la spina
también fueron colocados una serie de huevos de marfil en honor de
los Dioscuros Cástor y Pólux, que representaban el día y la noche,
ambos deidades protectoras de los aurigas; los huevos simbolizaban la
bóveda celeste, entendidos como esferas cósmicas ubicadas en las
puertas dókana,
puertas de acceso al mundo de ultratumba; los huevos encerraban una
complejidad simbólica notable, símbolos de Cástor y Pólux, que a
su vez son la constelación Géminis, cuya unión de sus estrellas
forma la letra griega Π,
que
tiene la misma forma de una puerta dókana.
De
modo que el Circo Máximo viene dotado de un fuerte significado
celeste, convertido en el mismo universo con los elementos de tierra,
agua y aire en su interior. Las doce puertas de acceso al complejo se
correspondían con los signos del zodiaco, la arena y el euripo
– foso que rodeaba la arena – simbolizaban la Tierra, la spina
era el mar, las vueltas alrededor de la pista representaban los
planetas, las cuadrigas eran las cuatro estaciones del año – los
cuatro caballos de cada cuadriga representaban las estaciones -.
Tenemos por tanto un modelo en miniatura del universo y su
movimiento, una elipse que reproducía en su conjunto el trayecto de
los planetas alrededor del Sol/obelisco, desde el día a la noche.
Augusto, desde el pulvinar,
presidía como el dios Sol aquel evento cósmico, pues era él mismo
quien garantizaba el buen gobierno y el orden cósmico gracias a sus
intervenciones, victorias y posterior restablecimiento de la paz.
Dentro
del circo los espectadores asistían de forma ordenada al
espectáculo. El Princeps,
sentado en el palco imperial, tenía una visión completa y ordenada
de la sociedad romana, pues los asientos de las gradas eran asignados
en función del rango social: los miembros del senado ocupaban las
dos primeras filas de la grada situada de frente al palco imperial, y
a ambos lados de los senadores se sentaban los miembros del colegio
sacerdotal; los equites
y altos cargos del ejército tenían reservada la zona central de la
grada; mientras que los asientos de la parte más alta eran
destinados a los ciudadanos romanos divididos por tribus, a
continuación los niños acompañados de sus pedagogos, y por último
extranjeros y esclavos. Es bastante probable que hombres y mujeres
compartieran asiento, sin ningún tipo de división por sexos; por
ejemplo, el poeta Ovidio comenta que la grada del circo era el lugar
perfecto para hablar con las mujeres.
El
emperador tenía asignado un palco específico desde el cual presidía
los espectáculos del circo. Se trata del pulvinar,
una estructura de piedra que permitía la visibilidad del Princeps
ante todos los espectadores. La información arqueológica es escasa
y las fuentes que hablan sobre el pulvinar
son poco claras. Tiene su origen en los pulvinaria,
unos cojines sobre los que se depositaban las imágenes de los dioses
en los templos. Al principio las imágenes de las divinidades eran
colocadas en el Circo Máximo sobre estos pulvinaria,
pero tiempo después se construyó una estructura de madera donde
depositar dichas imágenes, el pulvinar,
que posteriormente fue monumentalizado y convertido en palco
presidencial. A raíz de un incendio en el año 31, Augusto ordenó
reconstruir el pulvinar
en piedra y hacerlo monumental, convertido de esa manera en un lugar
idóneo desde el cual la familia imperial asistía a los
espectáculos.
El Princeps
dotó al nuevo palco imperial de un carácter religioso y casi
divino, pues lo que al principio era un lugar específico destinado a
las imágenes de los dioses, ahora se convertía en un puesto para el
uso y disfrute de Augusto y su familia. El Emperador transmitía a
los espectadores su status
casi sagrado, como única persona con derecho a sentarse junto a los
dioses, un intermediario entre dioses y hombres; como tal garantizaba
la prosperidad del Imperio, el orden y la salvación. En otras
ocasiones, asistía al espectáculo en los cenacula
con amigos y libertos, unas lujosas estancias colocadas en la parte
superior de los edificios cercanos a la Casa imperial, situada en el
Palatino.
El
descubrimiento de un mosaico del siglo II d. C. hallado en Luni
(Italia) ha permitido reconstruir la forma de un pulvinar.
En el mosaico aparece representado el Circo Máximo en época de
Trajano y una estructura elevada en forma de templo, probablemente el
pulvinar,
construido en la parte posterior del circo, a la altura de la tercera
fila de la grada, al cual se accedía mediante unas escaleras
situadas en una entrada monumental orientada hacia el Palacio
imperial.
La
asistencia del Emperador y su familia al Circo Máximo era una parte
muy importante del ritual. Toda la sociedad romana representada en
las gradas esperaba expectante la gloriosa entrada del Princeps
y
su familia en el circo, mediante una solemne procesión que partía
desde la casa privada del emperador, situada en el Palatino. Desde la
época republicana este tipo de procesiones, llamadas pompa
circensis,
formaban parte de la cultura romana, una insigne ocasión para pasear
por las calles y templos de Roma las imágenes de los dioses. La
pompa
partía desde el Campidoglio, una vez realizado al sacrificio a la
divinidad; después se dirigía hacia el foro romano hasta llegar al
Circo Máximo por la Via
Sacra.
Una vez dentro, el cortejo daba una vuelta entera a la pista y
terminaba la procesión con la colocación de las estatuas y
atributos de los dioses en el pulvinar.
Uno de los primeros cambios se produjo durante el mandato de Julio
César, cuando ordenó portar una estatua de su persona junto a las
imágenes de los dioses durante las procesiones. Con Augusto fueron
incluidas en la pompa
circensis
las estatuas de César, los miembros de la familia imperial vivos y
difuntos junto con las insignias imperiales.
La
composición y orden de la pompa,
según la descripción de Diógenes de Alicarnaso, era la siguiente:
a la cabeza del cortejo iban los jóvenes a caballo o a pie según su
rango y origen, divididos en centurias los primeros y en decurias
los segundos; después las cuadrigas, los miembros del eques
montados a caballo, atletas, bailarines divididos en 3 grupos por
edad (adultos, jóvenes y niños) y vestidos con túnicas escarlatas,
acompañados del sonido de flautas y liras mientras bailaban una
danza similar a la πυρρίχη
cretense;
justo detrás venían un coro de sátiros y silenos que imitaban los
movimientos de los bailarines y que provocaban la risa del público;
a continuación venían los músicos que tocaban flautas y liras, y
hombres que portaban vasos de oro y plata utilizados durante los
sacrificios y fiestas. Al final de la procesión desfilaban las
estatuas de los dioses Júpiter, Minerva, Neptuno, Proserpina,
Asclepios y Baco, entre otras divinidades. Con Augusto se cambia el
orden de la pompa
en favor de las estatuas de César y los miembros de su familia
transportadas sobre carros, algunos de ellos tirados por elefantes,
pues eran considerados animales vinculados al Sol y la Luna, símbolos
de eternidad debido a su longevidad y, por tanto, símbolos del mismo
Emperador.
Aclarar
que la pompa
tiene su precedente en las procesiones realizadas en la ciudad de
Alejandría en época de Tolomeo II, en las que desfilaban las
estatuas de los dioses, imágenes de Tolomeo I Soter, Alejandro Magno
y difuntos, además de tronos reales y coronas, todo ello
transportado con carros tirados por elefantes.
El
objetivo de la pompa
circensis
para Augusto era mostrar al pueblo romano el poder y esplendor del
Princeps
y su familia, una verdadera manifestación del poder imperial en
movimiento. El Emperador ofrecía los ludi
circensis
al pueblo y él mismo presidía la procesión montado sobre un currus
y vestido con la ornatus
trimphalis.
El recorrido de la procesión en época de Augusto era muy similar al
anterior, pero fue considerablemente ampliado: partía desde el
Campidoglio siguiendo una ruta por el centro de la ciudad, marcada
por los nuevos templos que había dedicado el Princeps
a dioses y miembros difuntos de su familia, atravesando después el
foro romano y Foro de Augusto, hasta llegar finalmente al Circo
Máximo.
Cuando
la pompa
circensis
entraba en el circo por la Porta
Triumphalis,
los espectadores aplaudían y aclamaban al Emperador y su familia.
Conforme la procesión daba una vuelta completa a la pista, la gente
aplaudía enérgica y aclamaba entusiasmada al Princeps
apelativos
del tipo salvus,
felix,
αὐτοκράτοωρ,
Κύριος o
σωτήρ, pues
consideraban que la salvación, prosperidad, victoria y orden eran
posibles gracias al buen hacer del Emperador.
Mediante
la pompa
circensis
quedaban simbólicamente unidos el Palacio imperial y el Circo
Máximo, los dos mayores exponentes del poder imperial. Además, se
creaba mediante una ilusión óptica la unión de la grada del circo,
el pulvinar
y el Palacio, creando un efecto monumental único.
Por
tanto el Circo Máximo fue un edificio realmente importante para los
antiguos romanos. La elección del Valle Murcia no fue nada casual,
pues desde antiguo estaba estrechamente ligado con el culto divino.
La construcción del primer circo sirvió para preservar dicho lugar,
mantener la memoria del antiguo culto y aprovechar esa puerta de
conexión con el mundo divino. Una vez monumentalizado fue uno de los
grandes símbolos de Roma, llevado a su máximo esplendor durante el
principado de Augusto. El Princeps
supo aprovechar la grandiosidad del circo y su legendaria conexión
con el mundo divino para engrandecer su figura y ponerse a la altura
de los mismísimos dioses. El Circo Máximo se convirtió entonces en
un reflejo del poder, victoria y aeternitas
de Roma y del Imperio, una metáfora celeste con la que Augusto
proclamaba por todo el mundo conocido que él mismo era el Sol que
iluminaba el universo.
Desgraciadamente
todo ello desapareció con el pasar de los siglos. Solamente queda la
forma elíptica de la pista, cubierta ahora por hierba y piedras, y
unas pocas ruinas excavadas en la parte de la Porta
Triumphalis.
La Roma que en su día se enorgullecía del esplendor y grandeza del
Circo Máximo, ahora lo ha olvidado por completo. Tan solo queda su
memoria en los libros de historia, pero por fortuna scripta
manent.
Autor| Juan Alberto Humanes
Vía| Arena,
Patrizia (2010), Feste
e rituali a Roma. Il principe incontra el popolo nel Circo Massimo,
Edipuglia, Bari.
Plutarco
(2012), Vite
parallele,
Rizzoli, Milano.
Tertulliano
(2002), De
spectaculis,
Città Nuova Editore, Roma.
Tito
Livio (1997), Ab
urbe condita,
Rizzoli, Milano.
Apuntes
del profesor Arnaldo Marcone, Università Roma Tre.
Imágenes| Slideplayer, Noctes Gallicanae
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