Analizando el cine desde una perspectiva histórica

La película Faraón como ejemplo de rigor histórico y buen cine

El faraón Ramsés XII dando la noticia de su enfermedad a su hijo,
donde el sufrimiento emana de su piel en forma de sudor
Para los amantes de la Historia y del cine, ver una película “basada” en hechos históricos puede hacernos pasar un rato agradable o por el contrario, resultar ser una pesadilla: ambientaciones arbitrarias, poca coincidencia con la realidad, argumentos puramente ficticios vendidos como hechos reales… ¿Cuántas veces hemos visto filmes esperando un resultado digno y luego nos hemos echado manos a la cabeza? La respuesta es muchas, sin embargo, existen verdaderas joyas cinematográficas que destacan por su fidelidad histórica y al mismo tiempo, por su calidad en términos técnicos.

El autor

La película Faraón es la adaptación de su correspondiente novela homónima escrita por el autor polaco Aleksander Glowacki, conocido por el seudónimo Boleslaw Prus. Considerado como uno de los fundamentales dentro de la literatura positivista polaca, Prus hace una aguda crítica de la sociedad de su tiempo, abordando temas tan comprometidos como actuales, como los conflictos entre socialismo y capitalismo, extrapolados en este caso al Egipto del ficticio Ramsés XIII (salvando las distancias sobre los supuestos hechos y la acuñación de ambos términos).

El director

La adaptación cinematográfica de la novela Faraón fue llevada al cine por Jerzy Kawalerowick. Nacido en 1922 y fallecido en 2007, este director ucraniano supo plasmar en su cine la realidad que le rodeaba, lo que le granjeó grandes resultados de cara a los críticos y entendidos del cine. Sus largometrajes tardaron años en atravesar la barrera de la invisibilidad que separaba las dos Europas, pero bastó con Madre Juana de los Ángeles (1961) para obtener el reconocimiento internacional, siendo galardonado con el “Premio Especial Jurado” en el Festival de Cannes.

La novela

En el siglo XI a. C., Egipto se encuentra en una difícil situación. Por un lado los asirios amenazan invadir el país y, por si fuera poco, el empobrecimiento del pueblo egipcio es cada vez más acentuado. Una vez llegado al trono, el faraón Ramsés XIII, sucesor de Ramsés XII (ambos ficticios), decide paliar esta situación tomando el control de las riquezas de la casta sacerdotal (no pocas), ya que éstos tienen el poder casi tiránico de todo: ámbito económico, religioso y político.

Finalmente el faraón es derrotado y sus medidas nunca son llevadas a cabo, con el consiguiente triunfo del despótico clero cumpliendo sus tan ansiados objetivos. Con este final, Prus pone de manifiesto, denuncia y critica lo que la sociedad lleva viviendo siglos, y es que el altruismo, mientras existan más implicados con intereses económicos y políticos, nunca podrá alcanzarse con éxito.

La fidelidad del autor por describir los detalles, si bien son imaginables, no se pueden apreciar bien si no se ve la película, que a continuación será analizada.

La película

Siguiendo en la línea del propio autor sobre el realismo y el toque crítico del director sobre la sociedad, la puesta en escena de Faraón no es más que una amalgama de fidelidades a la línea histórica, donde numerosas escenas parecen imágenes de las propias paredes de las pirámides hoy en pie.

Si analizamos cronológicamente, el inicio de la película es ya una demostración de realismo. Nos aturde con un continuo ir y venir de sonidos de viento, dando sensación de profundidad, de pobreza, de soledad. Las metáforas también se repiten a lo largo de la trama, situaciones que nos quieren representar acciones humanas encarnadas en otros seres vivos, como la escena de los dos escarabajos sagrados luchando, pudiendo aplicarlo a lo que se observa inmediatamente a continuación: la preponderancia del poder del sacerdote contra lo que dicta el propio Ramsés, haciendo caso a la orden del religioso y desviando al ejército de su rumbo fijado.

La representación de la figura del heredero al trono como una persona compasiva y justa no es más que la visión del autor de querer representar la lealtad frente al despotismo y abuso que ejerce el clero en este caso. La nobleza, como atributo personal y no como posición social del faraón, se puede apreciar cuando observa cómo el esclavo que ha estado cavando la zanja empieza a ser cubierto con tierra por el trabajo realizado en vano. No obstante, tanto la compasión como el resto de emociones no son demostrados en apariencia por el heredero al trono, pues la imagen histórica de los faraones ha sido siempre hierática, aunque es cierto que Ramsés XIII es algo más humano en ese aspecto (quizá sea, precisamente, por ser un personaje ficticio).

El propio Ramsés XII, cuando confiesa a su hijo su enfermedad, no demuestra halo alguno de sentimientos, aunque la mirada más allá de lo visible interpretaría esa expulsión de sensaciones a través del sudor emanado por los poros de su cara, imagen terrible que transmite más que un mar de lágrimas. Además, las bolsas debajo de los ojos son la clara demostración de cansancio y el final de una era.

Por otro lado vemos como a la sacerdotisa la retratan como una mujer astuta, capaz de conseguir lo que quiere haciendo lo necesario. De belleza propiamente egipcia, porta el peinado y la vestimenta representados en las imágenes históricas.

Otra representación fiel a la realidad son los numerosos compartimentos que tiene que atravesar, exclusivamente, el séquito real para poder atender al faraón, y además, el ostentoso funeral hace honor a tales celebraciones, con las plañideras llorando y gritando por la pérdida del dios terrenal. Es sabido que en el Egipto Antiguo estaba mal visto demostrar sensaciones en público no sólo en las familias reales, por eso existía esta figura femenina que se encargaba profesionalmente de hacer un espectáculo público para hacer ver ese dolor interior.

Una imagen vale más que mil palabras


Hieratismo de Ramsés XIII, junto con el realismo que denota el tocado y las alhajas que porta sobre el cuello.



La astuta sacerdotisa aparece fielmente representada con un cabello desproporcionado al cabello natural, aunque perfectamente asociado a los aparecidos en las paredes de pirámides egipcias. El maquillaje que cubre sus ojos los rasga hasta la sien, y lo mismo ocurre con las cejas, alargadas hasta más allá de donde acabarían normalmente.



Ramsés XIII porta un colgante con la imagen del águila, siempre usada como representación del poder. A su lado se encuentra su eterno rival, el sumo sacerdote, tomando decisiones por él. Además, el personaje que se encuentra detrás es el fiel lacayo del sacerdote, por lo que Ramsés XIII siempre se encontraba solo a la hora de tomar decisiones trascendentales. Lo que aparece como una fila de hormigas no son más que los componentes del ejército.

Algunos descuidos

Aunque las escenas nos acercan al Egipto más auténtico, hay que añadir también que el autor, y seguramente debido a la desinformación propia del siglo XIX sobre los últimos descubrimientos de la época, comete diversos errores tales como anacronismos y escenas que nada tenían que ver con el Egipto del Siglo XI a. C.

Por poner unos ejemplos, en la película se representan el dracma y el talento como monedas egipcias cuando en realidad, fueron griegas. También destaca la aparición de hebreos, asirios y fenicios en una época que no era la propia.

Sin embargo, el “desliz” de coger como protagonistas a dos faraones que nunca existieron no parece ser obra de una mala información, sino más bien de un hecho adrede que escogió Prus, más que para hacer una novela enteramente histórica, para hacer una novela-denuncia de la situación que estaba viviendo su Polonia contemporánea, víctima de la fragmentación sufrida un siglo atrás por el reparto territorial entre Prusia, Rusia y Austria.

Conclusión

Toda la puesta en escena y la profesional fotografía del largometraje nos acercan al Egipto del Imperio Medio, al menos, visualmente. La continua representación del bondadoso contra el malvado para hacer el bien no es más que un recurso habitual en la historia del cine, pero siempre bajo el velo de la ficción, para denunciar un asunto social de rigurosa actualidad, aunque es de rigurosa actualidad desde el Segundo Milenio antes de Cristo.

No existe conclusión plausible de esta película más que el buen sabor de boca por un largometraje magistralmente rodado y el mal cuerpo tras la representación de constantes injusticias extrapolables a la sociedad actual. No queda más que decir que cuando el buen cine y la Historia se unen, nacen joyas perdurables como Faraón.

Imágenes| Youtube

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