Augusto, ¿un revolucionario contra la corrupción?

El historiador Adrian Goldsworthy publica una biografía sobre el primer emperador romano, un caudillo sangriento que cuando llegó al poder se convirtió en un hombre de estado.

Augusto, ¿un revolucionario contra la corrupción?
Adrian Golgsgorthy, es un latinista convencido, un historiador enamorado de la antigua Roma desde que leyó los tebeos de Atérix y Obélix. "Eso, sin duda ha determinado mi concepción de la historia", bromea. El autor presenta en España Augusto, de revolucionario a emperador, una de las más importantes biografías sobre el primer emperador romano desde que Roland Syme publicara en 1939 La revolución romana, que en España edita La Esfera de los Libros. El libro contrasta las dos caras del Emperador, su comienzo como guerrero sangriento obsesionado con suceder a su padre adoptivo, Julio César, y su gobierno caracterizado por la pax augusta y la estabilidad económica y social tras la turbulenta república.

Una de las preocupaciones de Adrian Goldsgorthy es el abandono progresivo del estudio del latín y de la historia. Algo que en Inglaterra es latente, sobre todo en los colegios públicos. Cuando todo el mundo parece dar la espalda a las humanidades y al mundo clásico, le preguntamos qué interés tiene entonces una biografía de Augusto en 2014, qué lecciones podemos sacar de su gobierno.

"Antes de nada, tenemos que tenemos que recordar que las dos épocas eran muy distintas. Roma llevaba décadas envuelta en guerras civiles y los políticos se habían vuelto muy violentos". Sin duda nuestra situación no es tan virulenta, pero compartimos con la antigua Roma la crisis del Estado. La causa la explica Goldsgorthy en esta frase: "los políticos estaban demasiado ocupados en ellos mismos y en sus luchas personales".

En un contexto con extraordinarias similitudes con el nuestro, abrumado por la corrupción, con políticos alejados de la ciudadanía y con esa crisis sistémica, surge la figura de Augusto el revolucionario. "Era un chico de 18 años que cambió todo el sistema político de Roma, pero además era un hombre ambicioso, con ganas de conseguir el poder", describreGoldsgorthy.

Una de las tesis del libro es que Augusto, a diferencia de otros caudillos, dejó de ejercer el terror cuando llegó al poder, para convertirse en un hombre de Estado que buscaba el bien común, derrocando a una elite aristocrática que ostentaba el poder en el final de la República.

"Augusto controló la corrupción enorme que había durante la república sobre todo en las provincias, que solo beneficiaba a una pequeña casta".

En tiempos donde la corrupción es uno de los grandes males de las democracias actuales, leer sobre una de las figuras más controvertidas de la antigüedad es, cuanto menos, esclarecedor; aunque también hay algo de terrorífico. Como hemos visto, fue una de las causas del fracaso de la República, ¿acaso está la corrupción en el ADN mediterráneo? La pregunta sorprende y divierte al historiador británico.

"No creo que la corrupción sea algo genético de los mediterráneos, pero estas cosas se acaban convirtiendo en hábitos", explica Goldsgorthy.

Esta biografía de Augusto explica también por qué triunfó su revolución. La clave está en el caos. "Sin ese caos, Augusto no podría haber tenido la carrera que tuvo. Probablemente habría tenido éxito como político, pero habría sido uno del montón", sostiene el historiador británico. 

"La revolución necesita un momento de caos para aparecer, realmente no necesitas que la gente esté de acuerdo con la casusa, de voy a ganar y voy a gobernar bien, no es una cuestión de buenas ideas. Pero cuando consiguió poder lo utilizó para el bien común". Augusto era un manipulador que moldeó su imagen con soltura. De él deberían aprender los políticos actuales y sus asesores de comunicación para dar un paso más a la táctica de "arremangarse la camisa".

La ficción cambia la historia.

Al igual que ha hecho en sus anteriores obras centradas en la roma clásica, Antonio y Cleopatra, César o La caída del Imperio romano, Goldsgorthy examina al emperador romano como si fuera un gobernante de nuestros días. Mezclando la erudición académica con la divulgación mediática. Se nota que la lectura de Astérix ha influido en su manera de contar la historia, y el hecho de que ha crecido con la literatura y las películas de romanos. Precisamente, una de las cosas que más destaca es que ni Shakespeare, ni Robert Graves, ni el cine, se hayan fijado en la figura de Augusto.

"Su vida no es nada dramática comparada con la de Marco Antonio,suicidándose en los brazos de su amante, o la de Julio César, asesinado por sus propios hombres. Eso sí es dramático, espectacular. Pero en el caso de Augusto no tuvo nada de épico". El emperador murió en la cama cuando tenía 67 años, tras una dolencia estomacal, rodeado de sus familiares y de su esposa Livia, de quien Goldsgorthy da una imagen distinta a la que nos ha proporcionado la ficción. "Es una pena cuando el retrato de la historia se aleja de la realidad", dice este meticuloso biógrafo.

Vía: Pape Blanes | Cadena SER

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