Una ruta por Ávila, en busca de unos megalitos que cuentan parte de la historia de estas tierras del corazón de España.
Detalle de los Toros de Guisando. |
Este pueblo prerromano dejó su huella en las tierras abulenses. Ávila capital fue en su día bautizada doblemente por los romanos, como Abula y Oppídum o ciudad de los vetones. Un importante dato que dice mucho de la hegemonía de esta tribu emparentada con los celtas no sólo en la provincia de Ávila sino también en los dominios de las actuales Salamanca, Cáceres, Zamora o Toledo. Asentados entre el Duero y el Tajo, en Ávila dejaron ricos testimonios de su existencia.
Este pueblo prerromano ya habitaba en Ávila hace 2.500 años y sin duda ha contribuido a formar lo que hoy en día es una ciudad Patrimonio de la Humanidad. Por ello los abulenses se vuelcan cada vez más en preservar ese legado, en acercarse a la forma de vida de sus antepasados, a sus ritos y formas de organización, a su arte, etc. Su carácter entre mágico y esotérico ha propiciado que durante muchos años, su capítulo haya sido si no ignorado, obviado en gran parte.
Los vetones vivían en castros amurallados ubicados en zonas estratégicas para la defensa. Sus construcciones en piedra sólo tenían una planta y techos de madera, barro o ramas. Era un pueblo guerrero, aunque dedicado a la ganadería y al cultivo de cereales en los campos colindantes. Profundamente religiosos y estrechamente vinculados con la naturaleza, adoraban al sol, a la luna y a los animales. En sus ritos funerarios, incineraban a sus muertos y los enterraban en sus necrópolis con objetos como vasijas, armas, u otros objetos vinculados con la vida del difunto.
Sin duda para conocer a los vetones no hay nada mejor que acercarse a sus territorios, que rebosan magia desde cada piedra de sus ruinas y muestran un importante grado de civilización. Aún se conservan unos cuantos asentamientos de fácil acceso, como los de Las Cogotas, Ulaca, La Mesas de Miranda o el Raso. Solían disponer de recintos para el ganado y en su exterior se disponen las necrópolis, con tumbas que honran a los guerreros caídos.
En la segunda mitad del V a.C. los castros fueron fortificados con murallas, coincidiendo con una época más próspera y relaciones comerciales con otros pueblos a través de una ruta prehistórica que sería el germen de la romana Vía de la Plata. Y es que los vetones se relacionaban con otros pueblos como los vacceos que vivían al norte, los carpetanos al este, los oretanos, túrdulos y célticos al sur, y los lusitanos al oeste.
CASTRO DE ULACA.
La ruta arqueológica puede comenzar en Ulaca, en Villaviciosa. Algunos historiadores apuntan a que pudo ser la mayor ciudad celta de Europa. Se yergue sobre una pequeña colina en un monte a más de 1.500 metros de altura, lo cual impedía el acceso al enemigo sin ser visto, ya que desde sus extremos se escruta perfectamente tanto el Valle Amblés como la Sierra Paramera. Una hora de marcha espera al visitante que hoy quiera conquistarlo. También cuenta con un arroyo cercano que le permitía abastecerse de agua, así como ricos pastos para el ganado.
Son más de 60 hectáreas de superficie, probablemente fortificada para aplacar la presión romana. Varios recintos se hayan cerrados por murallas de perímetro superior a los 3.000 metros, aunque sus ruinas no imponen tanto. En su interior además de cimientos de numerosas casas, se encuentran interesantes monumentos. Uno de ellos el Altar, labrado en un peñascal granítico con escalones orientados al sur. También merece la pena fijarse en el Torreón de bloques de piedra junto a la fuente, la Fragua y varias canteras que conservan parte de los cubos rocosos tal cual fueron extraídos. Este asentamiento, casi una ciudad en toda regla, parece ser que fue abandonado en el 72 a.C. tras las Guerras Sertorianas.
CASTRO DE CHAMARTIN.
Otro que merece la pena visitar, por la gran conservación de sus murallas, es el castro de La Mesa de Miranda, en las afueras de Chamartín de la Sierra. Se accede por una senda de unos 4 km en dirección norte y su ubicación es también privilegiada, con la protección de dos profundos valles y asegurándose el control del paso a la sierra desde las llanuras del Duero.
Sus muros tienen más de 2.800 m de perímetro y forman un recinto de 30 hectáreas dividido en tres. Ante la puerta sureste del primero se conserva el foso semienterrado y áreas con suelo de piedras hincadas para dificultar el avance de los atacantes.
TOROS DE PIEDRA.
Al igual que otros pueblos prerromanos, los vetones encontraban en la cultura megalítica su forma de expresión. El símbolo más popular y original del arte vetón son los verracos, toscas esculturas en piedra de toros y cerdos, dedicadas a la magia protectora. Algunos se conservan junto a los castros, en sus ubicaciones originales, otros han visto crecer ciudades a su alrededor o han sido desplazados para ornamentar monumentos de posterior factura.
Camino de Toledo, se encuentra el conjunto más ilustre, el de los Toros de Guisando. Se trata de cuatro representaciones de toros de grandes dimensiones colocadas en un prado en el municipio de El Tiemblo. Labradas en granito, las cuatro figuras miran hacia el oeste y algunas presentan cavidades para insertar los cuernos. Su factura data de los siglos IV-III a.C., aunque una de ellas muestra en el lomo una inscripción romana.
Vía: ABC
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