Arturo Asensio Moruno es el ilustrador responsable de recrear la Prehistoria en el MAN, como la escena de canibalismo. |
La ciencia se hizo carne. Y ese relato imaginario basado en pruebas, llamado Historia, se volvió imagen. Y esos objetos mínimos, rotos en mil pedazos, encapsulados en vitrinas –expuestos como joyas artísticas más que como lo que realmente son, la basura de una comunidad de hace cientos de miles de años- cobraron vida. Entonces creímos en ella: el pasado era verdad. El presente todavía no lo sabemos.
Este arranque bíblico para introducir a Arturo Asensio Moruno, pintor de formación y aspiración, ilustrador de oficio. Es el responsable de haber hecho que la nueva Prehistoria del recién inaugurado Museo Arqueológico Nacional (MAN) se haya hecho carne. En el verano de 2012 recibió el encargo de montar cerca de treinta escenas, que fueran capaces de acabar con la invisibilidad de lo que el visitante tiene delante. Ayer terminaron los 21 días de gratuidad para celebrar la reapertura del museo y las fuentes de éste arrojan unas cifras increíbles: algo más de 100.000 visitantes.
Cómo devolver a la vida todos esos objetos muertos, para que cobren forma y presente, y transmitan información. Cómo hacer para acabar con la separación entre el contexto vital y los restos. Él debía ser el pegamento que uniera estas partes, para reivindicar el uso, el valor y el significado de los objetos de la comunidad que los elaboró y que han perdido a simple vista. Se han hecho invisibles.
El buen ilustrador es el dibujante que mejor lee y Arturo Asensio ya había trabajado en la recreación del pasado del Museo Arqueológico Regional de Madrid, en Alcalá de Henares, donde se encargó de dar vida al asentamiento de Carpetos, en el yacimiento de Santorcaz. Allí trabajó junto a Gonzalo Ruiz Zapatero, catedrático en Prehistoria de la Universidad Complutense, que ha escrito sobre los valores que el conocimiento del pasado aporta al ciudadano del siglo XXI: “La Prehistoria es asomarnos a lo más profundo de la esencia humana y por eso contiene valores que deberían promoverse desde la escuela”.
Artes y oficios.
La ilustración es la herramienta útil de las bellas artes, una contradicción en términos que le convierte en una parte insignificante con un poder de persuasión infinito. Asensio debía hacer inteligible nuestro pasado a quienes todavía tienen un pasado personal, y caminar hacia la infancia de la Humanidad para participar de su maduración. Un difícil papel que oscila entre la sorpresa y la comprensión. ¿Impactar o educar? Cómo hacer para que el barullo de piezas y la espectacularización de su muestra, sirva para algo más que para impresionar.
“Cuando presenté la escena de los caníbales no estaba muy seguro de que fueran a aceptarla, porque creía que para los niños podría ser algo dura”, explica Arturo a este periódico, unos pocos días más tarde de la inauguración, de la avalancha de visitantes y de los flashes que revolotean en la ambientación de los europeos primitivos, el cuadro más gore y verídica del recorrido prehistórico.
¿Cuál es la clave de una ilustración de un museo? “Conectar muy bien con el mensaje de lo que te piden”. Antes de ponerse a dibujar, Arturo recibía un amplio dossier informativo sobre la escena que iba a recrear. Durante un año mantuvo una comunicación muy fluida con el departamento de Prehistoria del MAN hasta perfilar y concretar el imaginario que debía resolver las interrogantes. De hecho, fue la responsable del área, Carmen Cacho quien propuso su nombre a la empresa responsable de la reforma de la museografía.
Los ojos son la vida.
“La aportación fundamental de las ilustraciones es vida. Siempre empiezo por los ojos. Mientras la figura no transmita vida, no avanzo. Sin ojos, no hay vida. Así que lo primero es la vida de los personajes, luego el resto”, cuenta sobre su trabajo. Esa mirada es el alma. Arturo se define como un pintor de la figura femenina, entre el expresionismo y el naturalismo, al que no le interesan ni los paisajes. Sólo la figura de la mujer. Arturo como ilustrador compone a partir de los gestos, la expresión y las posturas de sus personajes prehistóricos, pero también –esta vez sí- con los paisajes. Su pintura y su ilustración coinciden en pocas cosas, la básica: conmover al que mira, tener la habilidad para contar historias.
Conmoción y comunicación. Sus acrílicos tampoco son habituales en la divulgación más clásica, que hace desaparecer la autoría de aquellos que influyen de manera absoluta sobre la imaginación del que mira, del que quiere saber cómo vivían antes. No hay documentos gráficos que avalen su visión del pasado, sólo las pautas de los arqueólogos y una precisión: no debía saturar demasiado los colores para que los cuadros no pasen de moda y puedan mantenerse en sala, sin que pasen de moda, varias décadas.
El autor invisible.
Su trabajo es de pincelada mucho más suelta, menos definida y menos limpia. Pero más expresiva. Estas cosas parece que no importan en un trabajador de la imagen, porque su autoría no se considera. Lo que importa es el resultado. ¿Seguro? Hace cobrar vida a nuestros antepasados bajo su manera, no hay una forma estandarizada. No hay dos ilustradores iguales, aunque su meta sea la divulgación, no la expresión personal.
Arturo tiene 52 años, empezó en el año 1982, en la revista Quercus, reconoce que su huella queda, como la de otros compañeros, como la del reconocido Fernando Fueyo, el ilustrador de Atapuerca. Recuerda también su paso por los libros escolares de Anaya. “No tenían el mismo rigor científico que en el Museo”. En aquellos libros de bachillerato le pedían cuestiones más populares, una escena de cromañones. “Es algo tan visto, que no requiere tanta exigencia”, dice.
Nos da otra clave en su magisterio: cuando pinta nunca utiliza bocetos, porque “la pintura es impulso, es inmediatez, expresión, no se puede fabricar antes y si lo haces corres el riesgo de que el boceto se quede con todo el jugo y ya no lo puedas recuperar”. La pintura es impulso, la ilustración encargo.
El resultado del suyo en el MAN son paneles arriesgados y críticos, donde no han sido borradas las contradicciones sociales por pudor del presente. Muestran una vida muy poco uniforme, muy distinta a como la vivimos en la actualidad. Arturo juega con los primeros planos intensos, en los que aplica colores más fuertes imposible obviar, para crear espacios, ambientes, para dar profundidad. Es cine, es teatro, es fotografía, es pintura, es lo que sucede en la escenografía del yacimiento de Ambrona (Soria), con ese caballo que gira su cabeza y nos deja ver un maravilloso cuello. “Quiero situar al espectador allí, meterle en la escena, en aquel tiempo”, como si fueras uno de los antiguos europeos que arranca un pedazo de su pariente y se lo come.
Vía: El Confidencial
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