En el suroeste de la provincia de Teruel se ubica una de las localidades más bellas de España, Monumento Nacional, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, aspirante a ciudad Patrimonio de la Humanidad y lugar de referencia de un singular espacio en la Red Natura 2000.
Albarracín se levanta 1.171 metros sobre el nivel del mar en las faldas de una colina de los Montes Universales, el río Guadalaviar la abraza casi en su totalidad, un espectacular casco histórico le confiere su carácter medieval y parte de su término municipal está ocupado por el Paisaje Protegido de los Pinares de Rodeno. Reconocido por la Unión Europea como Lugar de Importancia Comunitaria (LIC), este espacio es un magnífico ejemplo de la relación entre geología, flora, fauna, arqueología prehistórica y actividades tradicionales.
Profundos barrancos, parameras, valles, suaves praderas y densos bosques regados con el agua de fuentes y manantiales diseñan un paisaje cuya principal singularidad son los conglomerados de arenisca roja y de pino rodeno (Pinus pinaster) que forman un sinfín de curiosas formas. Las fuertes raíces de esta especie arbórea resquebrajaron la roca, los cursos de agua excavaron profundas gargantas y los agentes atmosféricos esculpieron curiosas formas como los taffoni y alveolos (huecos en la pared de forma semiesférica) o los gnammas (depresiones de la superficie de forma circular o elipsoidal).
Al pino rodeno, que recibe su nombre del propio sustrato de piedra arenisca roja y que convive con enebros, jaras, brezos, lavándulas, tomillo o romero, también se le conoce como pino resinero, ya que hace años se extraía y comercializaba su resina. De hecho, aún se aprecian en estos pinares algunos testimonios de esa actividad, que resultó muy productiva para la economía local hasta hace sólo unas décadas; en la actualidad, en que también las extracciones mineras han quedado en desuso, las principales actividades del territorio son las agrícolas y ganaderas.
En la espesura del bosque, en el que también crecen sabinas, pinos albar, acebos, robles o encinas degradadas, habitan ciervos, corzos, jabalíes, gatos monteses o ardillas, además de aves rapaces, como el águila real, el halcón peregrino o el búho real. Pero quizá uno de los valores más reconocidos de este espacio son las manifestaciones de arte rupestre levantino que se encuentran en abrigos y cavidades poco profundas al aire libre y que le valieron su declaración como Patrimonio de la Humanidad, su reconocimiento como Bien de Interés Cultural e impulsaron la creación del Parque Cultural.
Las pinturas, que datan del Neolítico, se distribuyen por una amplia zona del espacio protegido, fundamentalmente en el Prado del Navazo, Doña Clotilde y la Cocinilla del Obispo, y contienen figuras humanas en escenas de caza, cocina y recolección y representaciones de animales. Un milenario acueducto romano, yacimientos arqueológicos, construcciones de uso tradicional o restos de poblados celtíberos y del medievo completan el patrimonio arqueológico de la zona.
Con una superficie próxima a las 7.000 hectáreas, la Diputación General de Aragón otorgó en 1995 a este espacio la categoría de Paisaje Protegido, el primero en ser declarado en la provincia y que posteriormente, en 2007, fue ampliado. Su inclusión en la Red europea Natura 2000 junto a otros 200 espacios de Aragón aportan a esta figura de protección más de 13.000 kilómetros cuadrados, casi el 29 % del territorio de la comunidad.
Vía: El Imparcial
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