Fragmentos de cerámica española hallados por los arqueólogos en Omaha, Nebraska. David Hill. |
Con Nebraska se diría que nos une poco vínculo histórico, y sin duda al español medio no le viene gran cosa a la mente de aquel lugar salvo, si tiene gusto, el título de la obra maestra de Springsteen. Y es precisamente esa imagen de asolación de la portada del álbum, una nada granulosa hacia un horizonte en gris a través de la luna de una pick-up, la que refleja a la perfección el nombre que recibe esa faja vertical de estados en cuadrícula que cruza el centro de EE. UU.: Great Plains, las Grandes Llanuras.
La pintura Segesser II, sobre piel de bisonte, retrata la batalla de la Expedición Villasur. |
Este es el relato de los hechos: en 1720 el imperio de Felipe V, el primer Borbón, comprendía gran parte del territorio de los actuales EE. UU. En España, el rey se había encabezonado en ambiciones expansionistas en Italia que le enfrentaron contra la Cuádruple Alianza, integrada por casi todo el que era alguien en Europa. El eco del conflicto llegó hasta América, donde el gobernador español de Nuevo México, Antonio Valverde y Cosío, decidió comisionar una expedición para tantear la penetración del enemigo francés en las Grandes Llanuras al oeste del río Misuri. Al frente de la partida colocó a Pedro de Villasur, un oficial a quien, según cuentan las crónicas, la misión le venía dos tallas grande.
A Villasur se le puede negar la preparación, pero no el coraje. Recorrió 800 kilómetros al mando de una tropa formada por unos 120 hombres, incluyendo soldados españoles, indios pueblo y guías apaches. La expedición cruzó los ríos Platte y Loup hasta toparse con los pawnee y los otoe, una rama de los siux. Por mediación de Francisco Sistaca, un pawnee que viajaba con la expedición, Villasur trató de negociar con ellos, pero la posterior desaparición de este personaje fue un indicio que debió de alertar al comandante español. Al parecer, no lo suficiente, ya que el contingente acampó una noche en una pradera de hierba alta donde los expedicionarios fueron sorprendidos por los pawnee, posiblemente en connivencia con los franceses y el propio Sistaca. Villasur fue de los primeros en morir. Junto a él cayeron 35 soldados españoles de un total de 45, 11 indios pueblo y algunos acompañantes de la partida. Aquello fue lo más al este y al norte que llegó la presencia española en Norteamérica. Tras el regreso de los supervivientes a Santa Fe, la masacre dio pie a una investigación de siete años, durante la cual el gobernador Valverde fue culpado por negligencia. Después de la derrota, y en vista del escaso interés del rey por los asuntos americanos, España abandonó el intento de controlar las Grandes Llanuras.
Casi 300 años después, en un yacimiento de Eagle Ridge, un barrio de la ciudad de Omaha, un equipo de arqueólogos cree haber encontrado la primera prueba tangible de aquella batalla, según informan los investigadores en la web de arqueología del oeste americano Western Digs. Se trata de fragmentos de cerámica que pertenecieron a botijas españolas empleadas para conservar aceitunas, pero que en el Nuevo Mundo se reciclaban para guardar medicinas, aceite o vino. El arqueólogo de la Universidad Metropolitana de Denver David Hill, junto con John Bozell y Gayle Carlson, de la Sociedad Histórica del Estado de Nebraska, han encontrado las piezas mientras excavaban más de 40 silos subterráneos donde los nativos otoe o iowa almacenaban materiales.
Hill explica a Ciencias Mixtas que se trata de siete fragmentos de origen inequívocamente español a juzgar por la arena de granito incluida en su fabricación, algo típico de la cerámica española y ausente en la local, que solo utilizaba arcillas sin mezcla. Además, según Hill, “los fragmentos tienen marcas paralelas distintivas que son el resultado de haber sido modelados en una rueda de alfarero, que no estaban presentes en América antes del contacto europeo”. El arqueólogo subraya que las piezas son similares a otras de manufactura española de los siglos XVII y XVIII halladas en enclaves de Nuevo México y Texas.
Extrañamente, Eagle Ridge se encuentra a más de cien kilómetros del lugar de la batalla, pero los arqueólogos razonan que no existió ninguna otra presencia española en la zona que justifique el hallazgo. Para explicar la discrepancia, Hill sugiere que “los fragmentos formaban parte de una o más botijas que fueron requisadas como botín de la batalla” y después transportadas por los nativos otoe o iowa que debieron de intervenir en la escaramuza. “Los fragmentos de las botijas de Eagle Ridge son la única prueba física de la batalla y el resto más oriental de la intrusión española en las Grandes Llanuras, además de la cerámica europea más antigua hallada en Nebraska”, concluye Hill. Los investigadores publicarán próximamente su descubrimiento en la revista Kiva, perteneciente a la Sociedad Histórica y Arqueológica de Arizona.
Por desgracia, Eagle Ridge ya no aportará más restos. Según explica Hill, “el yacimiento se descubrió durante la construcción de una promoción inmobiliaria y un campo de golf, y se excavó por completo antes de que comenzara el desarrollo de esa área”. Sin embargo, el arqueólogo contempla la posibilidad de que “otros enclaves aún por descubrir puedan producir materiales adicionales de la batalla”.
Vía: 20minutos
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