No es una casualidad que los cristianos
escogieran el último mes del año para sus fiestas de Navidad, ni el día 25 de diciembre
para el nacimiento de Jesús.
Saturno y el mes
de diciembre.
En la Antigüedad,
en torno al solsticio de invierno, los romanos celebraban una de sus fiestas preferidas.
Se trata de las Saturnales, en honor a Saturno, el dios protector de la
agricultura, de los sembrados y de las cosechas. Era el señor del universo en
la mítica Edad de Oro, cuando los dioses y los hombres convivían en una gozosa
armonía de infinita generosidad.
Era tal su
importancia que, incluso, se le erigió un templo en el Foro de Roma, al pie del
Capitolio. Este sagrado edificio era el depositario del Tesoro Público y el signo
de la prosperidad del Estado, por lo que estaba vigilado de cerca por los cuestores.
En el interior del
templo se encontraba la imponente estatua barbuda de Saturno. Estaba representado
con una hoz en la mano y cautivo, ya que su pedestal estaba rodeado por una
cinta de lana, a modo de grillete, para impedir que abandonase la ciudad de Roma
y dejara de protegerla. Sólo quedaba libre de sus ataduras al llegar el tiempo
de las Saturnales, a finales del mes de diciembre. Según Macrobio, escritor de los
siglos IV y V d.C., la liberación del dios simbolizaba la irrupción hacia la
luz de la vida humana tras diez meses de gestación. De hecho, en esos tiempos, decembris era el décimo mes del calendario
de Rómulo, diez meses duraba el embarazo en cómputo inclusivo y, otoño, el
tiempo en el que se recogían las cosechas. Era el fin del ciclo agrícola, simbolizado
en una estrecha relación entre lo natural y lo humano, entre lo sagrado y lo
profano. Era el tiempo en el que Saturno, en los días a él consagrados, podía
campar a sus anchas por la gran urbe romana.
Ampliación de las
fiestas hasta el 23 de diciembre.
Durante la
República romana, y hasta la dictadura de Julio César, la fiesta de las
saturnales se celebraba el 17 de diciembre. Era el día en el que los senadores
y los caballeros romanos, ataviados con sus togas ceremoniales, ofrecían un
gran sacrificio al dios. A continuación, según la tradición, se oficiaba un gran
banquete público que se finalizaba con el grito unánime de Io Saturnalia.
Desde los tiempos
de César, se prolongó la festividad para que se pudiera honrar al dios Saturno
hasta el día 19. Sus sucesores, Augusto y Calígula, añadieron sendos días y,
con Domiciano, finalmente se decidió ampliar las celebraciones hasta el día 23
de diciembre. De esta forma, a finales del siglo I d.C., las Saturnales duraban
ya una semana completa, en la que primaba el regocijo y la convivencia del
pueblo. Del mismo modo, las numerosas actividades públicas eran suspendidas. No
se impartían clases en la escuela, no había actividad política en el Senado y
los tribunales de justicia interrumpían sus funciones. Los prisioneros, además,
eran liberados y sus cadenas se depositaban, como agradecimiento, en el templo
de Saturno. Hasta se llegaba a aplazar la ejecución de las penas capitales.
La familia, los
regalos y la lotería.
Como en nuestra
Navidad, los romanos visitaban en este tiempo a sus amigos y familiares e,
incluso, intercambiaban regalos con ellos. Eran fiestas de una permisividad excepcional,
ya que las actitudes que estaban prohibidas o que eran inusitadas durante todo el
año recibían licencia en las Saturnales. En este caso, relajaban leyes como la
de los juegos de azar. Los romanos, así, veían crecer o mermar su patrimonio en
el juego de los dados, las tabas y la lotería.
Los esclavos, durante
estas jornadas, se vestían con las ropas de sus señores y despotricaban contra
ellos, sin temor alguno, mientras que sus dueños les servían en la mesa. Se hacía
una alteración de la jerarquía social, que ha quedado reflejada en la imagen
que adorna el mes de diciembre en el calendario litúrgico de Furio Dionisio
Filocalo, de mediados del siglo IV d.C., en el que simbólicamente aparece unos
dados en la mesa y una inscripción marginal que dice: «ahora, esclavo, se te
permite jugar con tu señor».
“Villancicos” y
panderetas.
En las saturnales,
como en cualquier fiesta romana, era importante la música. Era normal, por
tanto, que en las saturnales saliesen a la calle músicos y coros que deleitaban
las celebraciones con sus melodías y sus cantos. Los Ioculatores y acróbatas romanos
actuaban en las calles y divertían a la gente con sus Iocus, o juegos
acrobáticos y musicales. Acompañaban sus voces con tocando tibias, panderos y
otros instrumentos musicales. En algunas obras artísticas incluso aparece representado
el bardo, una especie de pandereta similar a la que conocemos ahora.
El 25 de diciembre.
Las saturnales,
como digo, se vieron ampliadas hasta el día 23 de diciembre. Sin embargo, a
partir del año 274 d.C., debido a la preocupación por el sincretismo religioso,
el emperador Aureliano introdujo el culto siríaco del Sol Invicto, cuyo nacimiento
se celebraba el 25 de diciembre. Ese es el día en el que el sol supera el solsticio
y recobra su poderío de luz diurno. Desde aquel momento, la mayoría de las sectas
reconocieron a su suprema divinidad, especialmente los numerosos seguidores del
dios Mitra. La profusión de dioses, propios y ajenos, que se habían cobijado en
las creencias de los romanos se acabaría reduciendo a este «Sol Señor del
Imperio Romano».
En definitiva, el
culto a Mitra inició el camino de una suerte de monoteísmo solar, que había
estado precedido por las fiestas en honor a Saturno, y abrió las puertas al Cristianismo.
Como es evidente, por oposición al paganismo, se cogió esa fecha tan
significativa como la del nacimiento de Jesús, el sol de la justicia. Así, de
paso, se continuaba con la arraigada tradición de la celebración de las fiestas
de diciembre y, al igual que los romanos de entonces, los cristianos siguen compartiendo
la alegría, fomentando los juegos de azar, cumpliendo con los regalos y, claro
está, celebrando copiosas comidas en familia.
Comentarios