En 1930, Pascual Ortiz Rubio consideró que el hombre gordo del traje rojo era “extranjerizante” y decretó su desaparición.
En el Estadio Nacional se organizó la entrega de juguetes a miles de niños.
En lo alto de una pirámide de utilería se paró un hombre vestido como Quetzalcóatl.
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Santaclós estuvo a punto de perecer en México en la primera mitad del pasado siglo XX.
En aquellos años, cualquier decisión importante tenía que pasar por las manos del hombre sentado en la silla presidencial y este caso no fue la excepción. En México gobernaba entonces Pascual Ortiz Rubio, a quien las malas lenguas apodaban El Nopalito por su presunta dependencia de Plutarco Elías Calles, quien, se decía, era el verdadero hombre fuerte del país.
Si fue idea original de don Plutarco o de don Pascual no se sabe, lo cierto es que Santaclós fue condenado a la extinción en las oficinas presidenciales.
El 27 de noviembre de 1930 una nota de EL UNIVERSAL titulada “Quetzalcóatl será el símbolo de la Navidad en nuestro país” hablaba acerca de los deseos del gobierno postrevolucionario por retomar las raíces indígenas en las fiestas decembrinas.
“Ayer tuve el gusto de comer con él (presidente de la República Pascual Ortiz Rubio) y durante la comida estuvimos acordando y me dio la idea de sustituir en las tradiciones extranjeras de Navidad –que no es nuestra– cambiándola por algo esencialmente mexicano. Quetzalcóatl sustituirá a los Santos Reyes a Santa Clós y a Noel”, declararó el secretario de Educación Pública Carlos Trejo y Lerdo de Tejada ante los medios de comunicación.
El objetivo, aseguró el funcionario responsable de los lineamientos educativos en el país, era “engendrar evolutivamente en el corazón del niño amor por símbolos, divinidades y tradiciones de nuestra cultura y nuestra raza”.
“¿Ahora rezaremos en náhuatl?”
El anuncio generó polémica. Después del anuncio, en las páginas de EL UNIVERSAL aparecieron cartas publicadas que se oponían al cambio. Una mujer pregunta: “¿Vamos a acostar a Quetzalcóatl en el pesebre de Belén y rezarle en idioma náhuatl?” A continuación advertía del peligro de que el gobierno se consumiera en “el reajuste del intelecto colectivo”.
Además, se decía que Santa Claus había sido una importación del porfiriato y que se sumaba a las intromisiones extranjeras en el país. La adopción de Quetzalcóatl como benefactor de la infancia serviría para “reimplantar en nuestro México su legendaria tradición de pueblo patriota y civilizado” y promovería que la raza recuperara su antigua grandeza y todo lo suyo.
Un ensayo de Ismael Vidales explica que hubo argumentos estéticos en contra de Quetzalcóatl. Si el temor del público se fundaba en la imagen del héroe, la Secretaría de Educación –consciente de esta preocupación– anunció que no iba a representar a Quetzalcóatl como serpiente emplumada.
“De hecho, la figura del dios que usarían –muy apegada a la descripción de los viejos códices– resultaba muy semejante a Santa Claus e incluso podría ser tomado por uno de los Reyes Magos”, escribió Vidales Delgado.
Algunas caracterizaciones decembrinas de Quetzalcóatl mostraban a un hombre barbado, rubio y ricamente ataviado con un moderno atuendo.
El 4 de diciembre la Lotería Nacional anunció su “gran sorteo extraordinario” de 600 mil pesos en honor a Quetzalcóatl. El mismo día, refiere Vidales Delgado, el departamento de Dibujo y Artes Manuales de la Secretaría de Educación giró una circular a todas las primarias urbanas y rurales para que se inculcara a los alumnos la leyenda del hombre-dios, que el escolar dibujaría “a su voluntad y gusto” hasta alcanzar las “mil estilizaciones diferentes del gran sacerdote”.
Señala que también hubo casas comerciales que capitalizaron la aparición del nuevo personaje navideño para publicitar sus productos, como aquel anuncio que rezaba: “De los magos, de Santa Claus o de Quetzalcóatl, no puede haber obsequio como éste: el refrigerador General Electric”.
No importó la campaña emprendida para que Quetzalcóatl se encumbrara como la nueva figura. La sociedad no sentía suyas las tradiciones indígenas, por lo que a nadie le resultaron interesantes sus atribuciones heroicas.
Para los investigadores era lógico que la Serpiente Emplumada no obtuviera la simpatía necesaria. “Una tradición no se impone por decreto presidencial, pero además las costumbres de la sociedad son las que hacen las leyes. Ya para 1930 éramos, como hasta hoy, un collage de tradiciones provenientes de diversas partes del mundo. Las festividades podían convivir sin conflicto”, explica la maestra en historia Elena Díaz Miranda.
Un presidente historiador.
¿De dónde habría surgido la idea de cambiar la figura de Santa Claus, esa que el refresco Coca-cola había popularizado? El presidente Pascual Ortiz Rubio había estudiado ingeniería con especialidad en topografía, aunque algunas biografías hablan de él como historiador. Podría atribuirse la decisión a ese gusto por el conocimiento de México, pero hay más razones.
La idea era retomar el indigenismo, regresar a lo prehispánico, al mito fundacional que diera unidad a la patria, explica el historiador Jorge Traslosheros. Lo mexicano era lo proveniente de lo indígena, lo que no cumpliera con las características había que destruirlo.
“Existió una especie de locura de nacionalismo revolucionario. Se pretendía, además, guardar distancia de todo lo religioso”, dice el especialista.
Traslosheros señala que en ese periodo de adversidades políticas (dos años antes habían asesinado al presidente Álvaro Obregón) se implementaron una serie de símbolos y estereotipos nacionales que lograron arraigarse en el imaginario social, por ejemplo, la pareja nacionalista del charro y la china poblana. Tal vez por eso el intento de adoptar a Quetzalcóatl.
Y la serpiente emplumada fue al estadio.
Como último y más fuerte intento para consolidar esa imagen, el gobierno organizó un evento el 23 de diciembre de 1930. En el Estadio Nacional montaron la escenografía de una pirámide y hombres ataviados con indumentaria azteca celebraron con danzas y rituales en honor al dios Quetzalcóatl.
Las crónicas de los diarios muestran que no hubo una sola referencia al señor del traje rojo y saco mágico lleno de juguetes, una figura que apenas unas décadas atrás había aparecido en las celebraciones decembrinas. Sin embargo, fueron permisivos con los Reyes Magos, una tradición llegada a México durante la Colonia.
Melchor, Gaspar y Baltazar desfilaron ese día y acompañaron a Josefina Ortiz de Ayala Ortiz, esposa del presidente, a la entrega de juguetes.
El templo estaba lleno de indios, chinas poblanas, doncellas y sacerdotes. Hubo incluso una banda de guerra. Pero el primer número fue el de los Reyes Magos que llegaron hasta la pirámide montada para Quetzalcóatl. Tal vez quisieron representar su rendición al culto al dios serpiente emplumada.
El moderno Quetzalcóatl con rasgos occidentales apareció. Hizo honores durante el Himno Nacional y luego subió a su templo. A su alrededor había entre 10 y 15 mil niños que habían llevado al acto. Ahí también estaban la Cruz Roja, la Asociación de Protección a la Infancia, el cuerpo diplomático, el gabinete gubernamental y el presidente acompañado de su esposa.
Los empeños fueron grandes y Quetzalcóatl ocupó el lugar histórico que los libros le asignaban. Ese día las notas periodísticas del día concluyeron:
“Quetzalcóatl, tipo legendario mexicano con el que se trata de sustituir al símbolo de Santa Claus ayer hizo la delicia de muchos chiquitines al presentarse en el Estadio Nacional repartiendo juguetes y dulces”.
Vía: El Universal
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