Una amplia exposición recuerda en Salamanca al erudito omañés César Morán, insigne arqueólogo, folclorista, lingüista y descubridor de monumentos megalíticos.
Retrato del padre César Morán, obra de José Manuel González Ubierna. |
Basta con leer una de sus tarjeras personales para obtener un ejemplo sintético de lo que fue el padre César Morán, pues bajo su nombre figuraba toda esta ristra de títulos y cargos: Agustino. Correspondiente de la Real Academia de la Historia. De la Academia de Ciencias de Lisboa. Del Museo del Pueblo Español. De la Asociación de Arqueólogos Portugueses. Miembro numerario de la Sociedad Española de Antrolopogía, Etnografía y Prehistoria. Académico del Instituto de Coimbra...
César Morán (1882-1951) era leonés, nacido en la aldea omañesa de Rosales. Fue un gran antropólogo que reunió la cultura tradicional del Reino de León, con obras específicas sobre cada provincia (Por tierras de León, Por tierras de Zamora, y también varios títulos en torno a la de Salamanca), pero también un inquieto historiador que descubrió monumentos megalíticos en esta última, excavó yacimientos, diseñó mapas y escribió novelas y tratados arqueológicos, uno de ellos incluso sobre el área marroquí de Beni Gorfet, y hasta manuales didácticos para aprender francés.
Sobre su vida y trayectoria diseñó la Diputación de Salamanca una amplia exposición con motivo del centenario de su llegada a la ciudad del Tormes —enseñó historia y lengua francesa en el colegio Calatrava durante treinta años—, muestra que pudo verse en el Palacio de la Salina el pasado mes de septiembre. Se trata de la primera exposición monográfica montada sobre esta insigne figura de la antropología en la región cultural leonesa, nombre olvidado en lo que respecta a su provincia de origen, donde sólo una calle en la capital y alguna acción de homenaje en Omaña han servido de recuerdo y tributo.
El presidente del Instituto de Estudios Omañeses, David Álvarez Cárcamo, lamentó este silencio afirmando que León, «tierra que a veces olvida a los hijos que más la han querido, debería tomar nota de su hermana del sur», pues, a su juicio, «sería imperdonable dejar pasar el tiempo y no recordar a un hombre que puso en valor castros, edificios y tradiciones que estaban a punto de desaparecer». Por ello, y desde la sociedad que preside, animó «a todos los leoneses representados en las distintas instituciones a que entre todos demos al padre Morán el homenaje que se merece. O mejor dicho, que le debemos».
Porque Álvarez Cárcamo quiso recordar además que los desvelos salmantinos en torno a la figura del agustino omañés no se han limitado a la ya clausurada muestra, sino que ésta «se añade a la incansable labor de reedición de las obras de Morán que, por parte de la Diputación de Salamanca, lleva haciéndose desde hace más de veinte años». Y es que el suyo fue «un trabajo impresionante nacido del amor por la cultura, alguien incansable».
¿Recoger su legado?
Por su parte, el activista cultural y también miembro del IEO José María Hidalgo ha querido «instar a los responsables culturales leoneses a que de una vez por todas reconozcan los méritos de este leonés olvidado por sus paisanos, que tanto trabajó en los campo de la arqueología, dialectología, etnografía, etc. leonesas, mostrando sus trabajos en las publicaciones del CSIC y de la RAE o en la revista España y América». Hidalgo, que posee prácticamente todos los libros, artículos y textos de Morán, sugirió asimismo al ILC que «reúna todas sus publicaciones sobre León y edite un libro en alguna de sus colecciones».
En su tierra natal, la asociación cultural Omaña creó, en 1986, el ya desaparecido Premio Periodístico César Morán, y al año siguiente el mismo colectivo promovió un homenaje en su pueblo, donde fue inagurado un monolito conmemorativo.
César Morán Bardón había estudiado en la preceptoría de Vegarienza y después en el Real Colegio de Valladolid y en el monasterio de Santa María de la Vid (Burgos), donde fue ordenado en 1907 y desde donde se le destinó a Talavera de la Reina y a Salamanca. Finalmente pasó al colegio de Nuestra Señora del Buen Consejo en Madrid hasta su jubilación en 1948. En el espléndido catálogo de la citada exposición se asegura que descubrió cerca de 40 dólmenes, que descifró inscripciones latinas, que excavó castros y yacimientos, que escribió unas setenta obras... y todo con unos medios, hoy sorprendentes: casi siempre a pie, y prestando especial atención a cuanto le contaba la gente del pueblo llano.
Extraído de Diario de León
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