El expolio que renace en California.


Los monjes de una abadía recomponen parte del «puzle» de un monasterio expoliado en la Alcarria hace 80 años por W. R. Hearst.



«El impresionante techo abovedado de la reconstruida sala capitular española puede verse finalmente en todo su esplendor. Los equipos han quitado el apuntalamiento y andamiaje antes del Domingo de Pascua». Son las frases que el 5 de abril escribió un monje de la abadía de New Clairvaux, en California, en el blog del proyecto «Sacred Stones» o Piedras sagradas, como se denomina la operación de reconstrucción de una parte del monasterio de Óvila, expoliado en Guadalajara en 1931.
Comienza así a escribirse el epílogo de una apasionante historia con dos vertientes, la de la vergonzosa destrucción de un conjunto arquitectónico del siglo XII en el corazón de la Alcarria, y la del empeño de un grupo de monjes cistercienses-trapenses por ponerlo en pie, 80 años después, a 10.000 kilómetros de distancia.
La demolición de Santa María de Óvila, en Trillo, es uno de los más graves saqueos a cielo abierto registrados en la historia española junto al del monasterio de Sacramenia de Segovia, actualmente en Miami. Detrás de ambos está la mano negra de William Randolph Hearst, el magnate de los medios de comunicación norteamericano retratado crudamente por Orson Welles en Ciudadano Kane. Fue «el gran acaparador», como lo denomina el arquitecto José Miguel Merino de Cáceres, profesor titular de Historia de la Arquitectura en la Universidad Politécnica de Madrid y supervisor de la reconstrucción de la sala capitular.
Hoy, los monjes de New Clairvaux preparan la ceremonia de albricias, fiesta que se hacía antiguamente tras la retirada de los andamios, en la que se ofrecía un alboroque o convite a los obreros. Faltan aún tareas como sellar las juntas, solar el recinto y aplicar una lechada a las piedras para paliar el contraste entre las originales y las añadidas.Pero se ya se ve el final de una obra que ha atravesado muchas incertidumbres económicas y no poca complejidad técnica. Detrás quedan años de empeño de una comunidad de apenas 30 de monjes que soñaban con hacer resonar entre las sagradas piedras los capítulos de la regla de San Benito, como había ocurrido seis siglos antes en España. Pero también un minucioso trabajo para rescatar y recrear un conjunto arquitectónico del que no existían planos detallados, cuyas únicas pistas eran sillares deteriorados.
En realidad, sólo el 40 por ciento de la materia prima de las columnas, arcos y bóvedas que hoy exhiben con orgullo los monjes son piedras originales que salieron de Trillo, primero en camiones hasta Madrid, después por ferrocarril a Valencia, y finalmente en cargueros hasta San Francisco. Cuenta Merino de Cáceres, que ha dedicado media vida a estudiar los sucios manejos del tándem Hearst-Byne en España, que un centenar de peones de Trillo trabajaron en el desmontaje de la sala capitular y la iglesia, que el megalómano millonario quería erigir en su residencia estadounidense de Wyntoon. El extravagante proyecto de Hearst se vio truncado por las dificultades económicas subsiguientes al crac del 29, y las piedras acabaron extendidas a la intemperie en el parque Golden Gate de San Francisco, donde fueron pasto de pillajes, incendios y el castigo de la climatología. Pese a todo, en 1955 sobrevivían los suficientes sillares como para llamar la atención de Thomas X. Davis, el abad que obtuvo los derechos para usarlos en un nuevo monasterio.
Merino de Cáceres, experto en restauración de patrimonio, logró elaborar los planos con los que los canteros, el arquitecto y el constructor de la abadía californiana, sin conocimientos en arquitectura medieval, han logrado recomponer esta obra. Tuvo que convencerles, y no fue fácil, de que trabajaran con la medida del «pie castellano», usada en la arquitectura medieval, porque no había otra manera de guardar la relación exacta entre naves y bóvedas. Otra titánica tarea fue la de recomponer el rompecabezas, dado que las señales pintadas durante el desmontaje se habían perdido: «Hubo que extender todas las piezas, identificarlas, y con ellas, midiendo el pie del gigante, averiguar cuánto medía el gigante y qué dimensiones tenían las distintas partes, para luego elaborar los planos», relata el arquitecto.
Y antes de resolver el puzle, fue necesario reponer todas las piezas perdidas, o bien tallando a su medida piedras inservibles procedentes de otras partes del monasterio, o bien con nuevo material, extraído de una cantera de Texas. Una vez solventado, y salvadas las medidas antisísmicas obligadas en la zona, el montaje posterior era sencillo, desde el punto de vista técnico, aunque la obra se ha interrumpido en varias ocasiones por la falta de fondos. Mención aparte merece la campaña realizada para sufragar los costes de una obra inviable para la minoritaria confesión católica. Un comité de recaudación se encarga de atraer benefactores privados por distintos canales: la página web, reuniones sociales, boletines periódicos, visitas a las obras y desde este mes, a las espectaculares bóvedas apuntadas del nuevo Óvila californiano. Hearst no pudo verlo.
Extraído de ABC

Comentarios

Arnedo ha dicho que…
Interesante artículo, como siempre, muchas gracias,

Un saludo de Jose, cumpliendo un año con Una Linea de Ensayos.
antrophistoria ha dicho que…
Enhorabuena por ese año que cumples con tu blog. ¡Qué el ánimo no decaiga! Un saludo y gracias por participar en Antrophistoria.