Jesús,
en su adolescencia, tuvo que aprender un oficio para ganarse la vida
Restos de la sinagoga de Gamla |
En la anterior entrada analizamos
el contexto arqueológico en el que se desarrolló la infancia
de Jesús y nos centramos, sobre todo, en la Nazaret del siglo I y su
paisaje.
Es evidente que contamos con pocos
restos de la aldea nazarena y que, por tanto, hay que acudir a otros
asentamientos para analizar el funcionamiento de una aldea galilea de este
tiempo. Los especialistas, en este caso, fijan su atención en dos yacimientos
particulares: Jodefat y Gamla. Se
trata de dos aldeas que, durante casi
dos milenios, se han conservado enterradas e intactas hasta la actualidad. Fueron
destruidas, en el año 67 d.C., por las legiones romanas durante esas revueltas
judías que tan detalladamente narra en sus textos el historiador Flavio Josefo.
Sus restos, además de dar testimonio del catastrófico final que sufrieron,
muestran las frágiles defensas con las que contaban las aldeas y dan testimonio
de cómo era la vida cotidiana de los judíos que las habitaron en la época de Jesús.
Es curioso
detectar que, en todas las excavaciones arqueológicas practicadas, aparecen una serie de indicadores que son típicos
de la Galilea del siglo I. Destacan, entre otros, las vasijas de piedra de
caliza blanca; los miqwaoth, que son piscinas
para las purificaciones rituales excavadas en la roca; los enterramientos con
osarios de piedra; y los restos de una dieta sin cerdo. Todos son signos de la
identidad de los judíos galileos y de la preocupación
por la pureza ritual que respiró Jesús durante sus años de formación. Pese
a su alto grado de helenización, estos indicadores también aparecen en Séforis
y Tiberíades, las cercanas ciudades desde las que se administraba toda la
tierra galilea.
Jesús,
en su adolescencia, tuvo que aprender un oficio para ganarse la vida y, seguramente, recibió los
conocimientos de su padre José sobre artesanía. También pudo echar una mano en
el campo en el tiempo de las cosechas.
No es seguro que recibiera otra formación diferente a la que adquirió en su
casa, ya que se desconoce la existencia de una escuela vinculada a la
sinagoga nazarena. Además, se estima que en el Imperio Romano solo alrededor de
un 10% de la población era capaz de leer y escribir. La modesta familia de
Jesús, seguramente, no fue una excepción.
Los
especialistas intuyen que en la humilde Nazaret no había suficiente trabajo
para los artesanos. La mayoría de las familias se construían sus propias
viviendas, el mobiliario era muy modesto y, además, los campesinos fabricaban y
reparaban sus propios instrumentos de labranza. José y su hijo Jesús, por lo tanto, para encontrar faena tuvieron que salir de su aldea y recorrer las poblaciones
cercanas. Es muy probable, pues, que Jesús trabajara en las ciudades de Séforis
o de Tiberíades y que entrara en contacto allí con otras mentalidades, como la
helénica o la romana.
No hay que perder
de vista que Galilea, en este momento,
es un punto estratégico en el sistema de caminos y de rutas comerciales del
Próximo Oriente. En sus ciudades era fácil entrar en contacto con el mundo
exterior y conocer algunos pormenores de los gobiernos de los emperadores Octavio
y Tiberio. Las urbes eran los nervios del Imperio romano y las calzadas
facilitaban el transporte, la comunicación y el desplazamiento de las legiones
romanas.
Seguro que Jesús conoció
muchos de estos importantes caminos. Tuvo
que pasar por la Via Maris, o “camino
del mar”, en su madurez cuando decidió desplazarse a Cafarnaún, el pueblo
de sus primeros discípulos: Andrés, Mateo y Pedro.
En la siguiente
entrada seguiremos la huella arqueológica del particular periplo de Jesús por
las tierras galileas en su etapa de madurez.
Autor| José Antonio Cabezas Vigara
Vía| CROSSAN J. D. y REED J. L., Jesús desenterrado.
Barcelona, Crítica, 2007
Imagen|
Wikimedia
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