El estudio genético más detallado hasta la fecha mantiene que los primeros americanos llegaron en tres grandes oleadas migratorias desde Asia.
Hace 18 años, el científico Andrés Ruiz-Linares emprendió un viaje a los límites de la Amazonía colombiana. Tras dos vuelos en avión, un viaje en lancha río arriba y una hora de camino por la jungla llegó a su destino: el pueblo de los tikuna, indígenas que viven cerca de la frontera con Brasil. El investigador quería convencer a los jefes de la tribu de que le diesen un poco de su sangre. En ella, les explicó, estaba escrita la historia de sus primeros ancestros y la ruta por la que llegaron a América hace miles de años.
“Una muestra de sangre tiene mucho simbolismo para las poblaciones indígenas y en ocasiones piensan que vas a venderla o usarla para clonación”, explica Ruiz-Linares, colombiano de nacimiento, y especialista en estudiar cómo se pobló América a través del análisis del ADN de sus pueblos. Tras casi dos décadas de trabajo, el investigador ha coordinado el mayor estudio de este tipo que se ha hecho hasta la fecha y que aclara cómo los “primeros americanos” conquistaron América. La investigación se publica hoy en la revista Nature.
Los investigadores han analizado el ADN de 52 pueblos indígenas de América del Norte (sólo Canadá y México), Central y Suramérica, así como el de 17 pueblos esquimales. El estudio mantiene que el continente se pobló en tres migraciones sucesivas. El primer grupo llegó hace unos 15.000 años y fue el más importante, ya que, a día de hoy, todos los pueblos indígenas analizados conservan en sus genes rastros de aquellos “primeros americanos”, como los llaman los autores del trabajo.
“Hemos visto que el conjunto de las poblaciones indígenas tienen un origen común”, explica Ruiz-Linares. “A pesar de la diversidad lingüísitica y la separación geográfica, todas se originaron de la misma corriente que vino desde Asia”, detalla el investigador, que trabaja en el Departamento de Genética del University College de Londres.
El estudio ha sido un ejemplo de colaboración panamericana, con 64 investigadores de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Mexico y Perú además de EEUU, Canadá y varios países europeos, entre ellos España. “Este es el resultado de casi 20 años de trabajo”, reconoce Ruiz-Linares.
Los primeros americanos se extendieron por América como crecen las ramas de un árbol. El tronco sería esa primera oleada de pioneros llegados desde Asia, de la que se fueron separando pequeños grupos que darían lugara diferentes pueblos indígenas. “A medida que las ramas del árbol se van abriendo, las poblaciones se fragmentaban, encontraban un nicho ecológico y se mantenían aisladas”, explica Ruiz-Linares.
En América del Sur, la geografía acentuó este proceso. La expansión se hizo por el pasillo de la costa y, una vez que los grupos atravesaban la barrera de los Andes, formaron grupos compactos que no se mezclaron con otros y que formaron actuales pueblos indígenas como los quechuas, los mixtecas o los tikunas, que, en 1994, accedieron a aquella petición de Ruiz-Linares. “Esta forma de poblar el continente de norte a sur es única, en Asia, Europa o África no hay una estructura tan clara”, añade el investigador.
Después de la primera oleada hubo otras dos. Estas poblaciones se mezclaron con las que ya se habían asentado en el continente, pero, según el estudio, esto solo sucedió con pueblos esquimales que hablan lenguas de una familia conocida como esquimo-aleutianas y pueblos canadienses que hablan idiomas de la familia na-dené.
La otra gran sorpresa ha sido la prueba de que hubo migraciones fuera del contiente de vuelta hacia Asia, en concreto hacia el noroeste de Siberia, cuyos pueblos aún llevan ADN de los “primeros americanos”. La gran excepción a la regla son los chibcha. Estos indígenas de Centroamérica llevan ADN de poblaciones de América del Norte y del Sur, lo que demuestra que hubo migraciones internas, de regreso, entre los subcontinentes y complica el árbol genealógico de los pueblos indígenas creado en el nuevo estudio.
“Esta es la evidencia más sólida de que hubo tres olas migratorias, algo que va a contracorriente del consenso que se ha mantenido durante 10 o 15 años”, advierte Ruiz-López. El investigador señala que muchos estudios genéticos anteriores apuntaban a una única gran migración.
El nuevo trabajo concuerda con las teorías creadas por el estadounidense Joseph Greenberg, que, en 1987, dijo que todos los pueblos indígenas de América pertenecen a un mismo gran conjunto. En aquella época la genética de poblaciones casi no había nacido, así que Greenberg se basó en la lengua y agrupó a todos los pueblos bajo un mismo conjunto que denominó amerindios. Sólo dos familias de lenguas parecían tener su origen en pueblos distintos, las na-dené habladas en Canadá, EEUU y México y las esquimo-aleutianas, que hablan pueblos de Alaska, Groenlandia y Siberia. “Hay una concordancia sorprendente entre las teorías de Greenberg y los datos genéticos”, señala Ruiz-López, discípulo de Luca Cavalli-Sforza, padre de la genética de poblaciones.
Los datos no cuadran.
“Este es un gran paso adelante en el uso de la genómica para entender la historia de las poblaciones de los indígenas americanos”, opina Ripan Malhi, experto en biología genómica de la Universidad de Illinois (EEUU). Malhi, que no ha participado en este estudio, resalta que el trabajo prueba “que la mezcla entre poblaciones fue muy importante”.
“La interpretacion de las tres oleadas es insostenible, diga lo que diga la genética”, espeta el español Antonio Arnaiz-Villena, jefe del Departamento de Inmunología de la Universidad Complutense de Madrid y experto en genética de poblaciones. El investigador resalta que, hoy por hoy, las lenguas, los yacimientos arqueológicos y la genética cuentan historias contradictorias. Resalta el ejemplo del yacimiento arqueológico de Piedra Furada, en Brasil, donde hay pinturas rupestres y que se se ha datado en unos 30.000 años, algo totalmente incompatible con el modelo que presenta el estudio actual.
“Hace unos 11.000 años el puente de tierra que conectaba Asia y América a través del estrecho de Bering desapareció”, explica Connie Mulligan, vicedirectora del Instituto de Genética de la Universidad de Florida. “Entonces, ¿cuándo ocurrieron las otras dos oleadas migratorias?”, destaca.
El equipo de Ruiz-Linares no lo sabe aún, pero cree que analizando los genomas completos de pueblos indígenas y cubriendo más zonas logrará responder a esa pregunta.
Extraído de Es Materia
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